Hablemos de ‘la familia’

Interesarnos en la familia obligará a pensar en mejores opciones educativas, laborales y culturales que alejen a la juventud de la drogadicción y el delito.

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La reciente campaña electoral ha sido muy distinta a otras que recuerde. Rescato lo pintoresco de la jornada electoral, siempre motivo de orgullo para los costarricenses. Aquí, en vez de represión y violencia, vivimos una verdadera fiesta. Sin embargo, me contraría constatar las severas divisiones entre los ciudadanos. Los desacuerdos son viscerales, no racionales. Ello hace que calen profundo entre nosotros. En una campaña monotemática, que giró en torno a “la familia”, me dolió ver a padres enemistados con sus hijos o a hermanos que dejaron de hablarse.

Está claro que el descontento general de la población en muchas áreas fue canalizado en una sola: los valores y principios de la verdadera familia costarricense. Al margen de la definición que adoptemos, nos equivocamos si pensamos que un presidente operará cambios en este sentido.

Si hay algo seguro, es que nuestra familia tendrá aquellos valores y principios que cultivemos en su seno, y no otros. Ningún candidato presidencial es capaz de “rescatar” nuestra familia de los flagelos del alcoholismo, la drogadicción, la violencia intrafamiliar, el abandono de los hijos o la falta de comunicación, sino nosotros mismos. Esa es nuestra labor; la de nadie más.

Diversas categorías. Pero las discusiones respecto al futuro del país demuestran que dentro del concepto “familia” se incluyen una serie de aspectos de las más diversas categorías, que probablemente nos hacen caer en disputas estériles.

Técnicamente, a este tipo de locuciones se les denomina “término bandera” porque tienen el mismo efecto en las personas que un símbolo patrio (como el pabellón nacional), es decir, despiertan emociones y sentimientos.

En efecto, nadie en su sano juicio podría oponerse a “la familia”. Pero al escuchar las distintas opiniones, nos damos cuenta de que dentro de esta vehemente defensa caben las más variadas posturas y explicaciones de aquello que se pretenda defender. Sin embargo, el denominador común tiene que ver con una cierta postura respecto del colectivo LGBTI.

Aspectos relativos a la moralidad de las personas (mientras no involucren a otros o influyan en la vida pública) deben quedar reservados para nuestro fuero interno. No pretendo aquí abogar por una u otra postura, pero creo que, como país, estamos llamados a valorar los aspectos mínimos de nuestra vida en común para la convivencia nacional.

Existen muchos otros temas urgentes en el panorama como para enfrascarnos en una disputa sobre cuál de nosotros es moralmente superior. Ello no quiere decir que se olvide la familia costarricense. Por el contrario, implica situarla en el centro de la discusión. Sin embargo, implica variar las consideraciones al respecto.

Verdadera ayuda a la familia. Es decir, si nos preocupa realmente la familia, debemos ocuparnos en saber cómo disminuiremos la creciente brecha social (aspecto en el cual lideramos la región latinoamericana) que está dejando rezagados a muchísimos costarricenses.

Debemos cuestionarnos también la calidad de la educación que reciben nuestros hijos o la atención médica cada vez más deteriorada de que somos objeto. Estos aspectos hacen que, aquellos que aún pueden, opten por alternativas privadas, en un Estado cuya bandera siempre fue la seguridad social, hoy más en entredicho que nunca.

Otros problemas. También implica pensar en las extenuantes jornadas laborales (mal remuneradas) que muchas madres y muchos padres deben afrontar, alejándolos y alejándolas de sus hijos e hijas. Debe interesarnos, además, la violencia y el estrés generados en nuestras vetustas carreteras, que nos arrebatan seres queridos a un ritmo creciente.

Interesarnos en la familia obligará a pensar en mejores opciones educativas, laborales y culturales que alejen a la juventud de la drogadicción y el delito. Cuestiones todas que llaman a pensar en la delicada situación fiscal del país.

Finalmente, nadie ha dicho que no debamos preocuparnos de nuestra familia, pero hagámoslo considerando todo lo que ello implica. No deleguemos nuestras responsabilidades en terceros; ocupémonos de lo nuestro. Pero, a la vez, trabajemos y exijamos respuestas a los problemas que nos afectan como comunidad, sin importar cuál de nosotros es el mejor modelo ético.

Nuestro compromiso como ciudadanos nos llama a verificar de manera consciente e informada cuál opción responde mejor a todas aquellas cuestiones, y otras más.

El autor es abogado.