Foro: Por qué peleamos cuando se habla de política

En lugar de esgrimir argumentos, emergen nuestros miedos desde las zonas más primitivas del cerebro

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Lo hacemos porque llevamos la discusión de los problemas concretos al plano emocional; en lugar de esgrimir argumentos, mostrar datos o pruebas objetivas, emergen, desde las zonas más primitivas del cerebro, nuestros miedos, inseguridades, resentimientos y envidias ante un oponente que se transforma, como por arte de magia, en el villano que defiende posiciones contrarias a nuestra seguridad.

Esa es la razón por la cual muchos evaden la discusión política, para evitarse enemistades y hasta divisiones familiares. Nadie es inmune a la influencia de sus propias emociones; sin embargo, nos toca intentar ver el mundo con objetividad; reconocer la razón a quien la tiene y retirarle la confianza al manipulador.

Es muy fácil arrastrar a grandes grupos de personas y convertirlas en seguidoras de un mal líder. Basta con que este se identifique y solidarice con las carencias habituales (empleo, educación, salud, comodidades), que “identifique” y señale a los culpables de tal situación (minorías raciales, religiosas, ideológicas), que reivindique la superioridad racial o económica o del credo religioso de sus seguidores y, en especial, que infunda miedo por la amenaza de perder un empleo estable o la endeble seguridad a manos de la delincuencia o del terrorismo fuera de control.

Quien elige se convierte en fiel seguidor de su líder, emocionalmente unido con quien dice identificarse con sus problemas cotidianos, y quien se muestra como el mejor o su único representante capaz de llevar a cabo las soluciones que tanta falta hacen.

Quien argumente en contra de tales discursos será visto como acicate de las amenazas que tanto teme.

El partidario o militante se convierte así en un fanático; perdona a su líder todo exceso; pasivamente tolera y aprueba los abusos que, en nombre de sus reivindicaciones, se cometen contra las minorías, el medioambiente y los contratos sociales. Es capaz de cometer actos violentos, unirse a grupos vandálicos o milicias con tal de defender su empleo, religión o privilegios.

Y no hay argumento ni razonamiento que lo convenza de su error. No, hasta que llega la catástrofe.

Este escenario no solo tiene validez histórica por los nefastos ejemplos como el nazismo o el estalinismo del siglo pasado; sino también en los problemas cotidianos que son los mismos desencadenantes, unos más sutiles que otros.

Los líderes “de izquierda”, que dicen defender al débil y al oprimido, movilizan a sus seguidores en contra de los malvados empresarios y banqueros “de derecha”.

Esta falsa polarización ideológica, hábilmente inoculada en el cerebro emocional del electorado nunca encuentra soluciones a los problemas porque estos competen a todos como conjunto, no como bandos en oposición.

Por eso, tanto gobiernos de “izquierda” como de “derecha” cometen atrocidades y alcanzan índices inflacionarios de varias cifras.

El único medio para mejorar nuestras condiciones de vida es la discusión política abierta y plural de los problemas y las soluciones que nos competen como sociedad, esgrimiendo argumentos basados en datos y pruebas y repudiando discursos superficiales y manipuladores que pretenden exacerbar las emociones y descalificar al oponente.

Evadir el esfuerzo de informarse bien y desentenderse de la política es un craso error que suele costar caro.

oswcr@hotmail.com

El autor es médico.