‘Quincho Barrilete’

El mundo de las clases populares parece marginado a ser solo un momento en el teatro, o, como dicen ahora, del “show”.

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En tiempos difíciles, aparecen en la memoria fragmentos de la vida que adquieren de repente una nueva significación. Ha venido a mi mente una canción vieja, como de 1977. Frente al televisor estábamos juntos todos los miembros de la familia y escuchamos ese lindo tema que nos cautivó al instante. En el trasfondo, se encontraba el sufrimiento de un pueblo vecino, que añoraba libertad, y todos en Costa Rica deseábamos que esa gente tan cercana y singular pudieran obtenerla. Pero lo que nos hechizó de la canción no fue la propaganda de una lucha armada ya en acto, sino la historia de un niño que, desde su simplicidad e impotencia, hacía la gran diferencia.

Sí, Quincho Barrilete era una persona digna, que la canción, del mismo nombre, profetizaba como un alguien responsable de su pueblo y que lucharía por todos aquellos que sentían necesidad de un mundo mejor.

Lo más bello, empero, de Quincho, no era ese futuro profetizado, sino su ingenio, que tenía un propósito bien definido: trabajar para que sus hermanos pudieran estudiar. Los versos simples de esta canción no nos hablaban de un futuro mesiánico y glorioso, sino de uno que se forja con esfuerzo y dedicación, que implicaba un sacrificio personal para obtener un bien mayor.

El ingenio y la picardía de Quincho nos hablan de creatividad, de libertad en medio de la opresión y de seguridad en el amor. Sí, todos sabíamos que Quincho amaba y que sus barriletes elevados al cielo eran símbolo de su nobleza de espíritu.

Nuevos sentimientos. Han pasado tantos años, pero cada vez que escucho esa música algo nuevo surge en el corazón. Tal vez sea solo un eco de la pasión infantil por querer ser bueno, tal vez sea parte de la efervescencia adolescente de querer ser revolucionariamente novedoso o, tal vez, sea el irrefrenable gemido del interior personal que clama por utopía, simplicidad, jovialidad e ilusión.

¿Es acaso el futuro deseado el solo contentarse con el poder adquisitivo para comprar cuanta baratija se nos ofrece como felicidad? ¿Es la indiferencia política lo que nos hace felices y tranquilos? ¿Es olvidarse de los demás, para dedicarse a nuestro obcecado individualismo, lo que da sentido a la vida? ¿Dónde estás, Quincho?

Lo que más se puede temer es que ni siquiera queramos buscarlo y, si lo vemos, tal vez pasaríamos de largo, pensando que es uno más de esos que nos importunan en nuestro camino sobre la calle pública. Quincho Barrilete en el mundo de hoy sería uno que no cuenta, porque sus grandes hazañas no son ni alentadas, ni tomadas en consideración por quienes se presentan como líderes nacionales o mundiales.

El mundo de las clases populares parece marginado a ser solo un momento en el teatro (o mejor, para estar en consonancia con el lenguaje en boga, el show) en los noticiarios y, como máximo, un número en una estadística estatal. Pocos saben que en ese mundo popular se generan verdaderas aventuras humanas. Aunque parezca increíble, en la marginación puede surgir la esperanza desde lo más simple, la alegría de vivir en lo más pobre y la rectitud moral en un ambiente violento y desgarrador.

Concentrados en trivialidades. Aquí no se trata de exaltar el mundo de la marginación, sino de recurrir a esos milagros que, los que tenemos algunos años, llamaríamos “Quincho Barrilete”. ¡Cuánto nos cuesta identificarlos en este momento! Tal vez porque estamos demasiado centrados en el éxito, en las oportunidades reales y en replicación incesante del mundo del poder.

Desde lo simple y lo pequeño, sin embargo, surgen mundos nuevos creados a la medida humana: en la solidaridad concreta, en el esfuerzo real, en la responsabilidad a ultranza y en la simpatía de la picardía. Es posible que sea ensueño, pero de estas cosas alardeábamos los ticos hasta hace poco. Ahora, lo popular se ha convertido en objeto de mofa y en oportunidad de denigración. Nos ha hechizado el sueño del poder adquisitivo burgués, que nos sepulta en la autorreferencialidad.

Buscar esperanza, donde parece que no existe, es una virtud que exige una gran cuota de realismo y de fantasía, de creatividad y de objetividad, de ensueño y de rutina. Una cuota de realismo, porque la esperanza no se puede construir desde una falsa imagen del mundo. Es solo desde lo que existe que podemos imaginar mundos alternativos y mejores.

De allí la necesidad de la fantasía, para no dejarse condicionar por la resignación o las posibilidades limitadas por quienes quieren gobernar la existencia de los otros: hay tantas posibilidades para la vida humana, cuantos segundos tiene el tiempo, aunque ciertas ideologías o formas de proceder institucionalmente las nieguen.

Por eso, es importante la creatividad para no dejarse empantanar por las condiciones adversas y mediocres. Pero sin objetividad, la creatividad puede terminar siendo quimera. Solo quien mantiene el pulso de lo objetivo sabe cómo actuar desde la realidad e imaginar posibles salidas nuevas que permitan generar más vida.

Se necesita, con todo, una dosis fuerte de ensueño para ir más allá de los simples logros pequeños y animarse a buscar metas más grandes y bellas. Al mismo tiempo, esos ensueños solo podrán ser realizados desde el esfuerzo constante y rutinario del día a día: la utopía no nos llega por arte de magia, sino con entrega y trabajo continuo.

Si todo lo anterior es cierto, surge una gran preocupación por lo que será nuestro futuro. En efecto, la sociedad moderna no impulsa ni la fantasía, ni la aceptación de la rutina y el trabajo duro, ni mucho menos la adhesión a una causa noble. Ahora se ha impuesto el código de la capacidad, de los títulos, de la venta de la propia conciencia, de la sumisión al sistema y del indiferentismo personal hacia los demás. Y todo bajo la base de una promesa: se te pagará muy bien.

Falsa solidaridad. El individuo de hoy no siente la necesidad de ser solidario, porque la solidaridad la hace la compañía que vende ese empeño como publicidad. Lo hacen las sociedades anónimas, que en su generosidad pueden dejar de pagar impuestos cuando demuestran ser generosas (es evidente que ser solidarios es más barato y productivo que ser leal al sistema tributario).

El individuo no tiene que preocuparse por ser un agente de cambio político, los grandes sistemas económicos piensan y deciden por él. Es posible que muchos consideren a Quincho Barrilete como una especie de individuo desenfocado y fuera de lugar. Por eso, uno como Quincho debería ser borrado de la memoria colectiva.

Nos preguntamos, ¿es posible desterrar de nuestra vida a Quincho Barrilete? Basta con oír aquella melodía para sentir de nuevo el alma de un pueblo que fue, pero que hoy existe, si bien escondido e irrelevante para muchos.

Es fácil desprestigiar a las personas simples, en este mundo ligado a la imagen y a la rápida difusión de las mentiras de masas. Pero Quincho Barrilete es una especie de reclamo que nos habla a cada uno de nosotros. Primero, porque nos evoca la infancia, cuando la inocencia y el sentido del deber hacia los demás es fuerte y determinante. ¡Cuántos deseábamos ser como Quincho, tan dedicado, genial y vivaz! ¡Cómo soñábamos que el futuro de Quincho en la canción fuera el nuestro, porque era altruista y bello!

En segundo lugar, porque nos reconocemos como personas capaces de todo aquello que se canta de Quincho, si bien el miedo a perder seguridades nos hace más cautos y calculadores. No estamos en tiempos que promueven la esperanza, es cierto, pero no podemos dejar de pensar en las oportunidades que nos ofrece la vida en este momento para vivir en la entrega generosa. Nunca hemos estado más cerca de ser instrumentos de cambio que ahora.

He aquí, con todo, el gran problema; o mejor, la gran pregunta que tenemos el deber de hacernos: “Quincho Barrilete”, ¿es solo una linda canción o es un programa de vida? El sacrificio de Quincho, ¿podría ser asumido por nosotros? ¿Es su barrilete símbolo de nuestros pensamientos y deseos? ¿Tenemos ganas de ponerle un telegrama al Colochón o preferimos el e-mail del negocio y la seguridad? ¿Queremos ser de nuevo ese niño en nuestra vida adulta?

Oigo esa pegajosa canción y me pregunto cómo ha sido posible perder la inspiración de Quincho Barrilete. Lamento lo que veo en el país que le dio origen, lo que veo en el nuestro, tan cambiado en su idiosincrasia y en su pasión.

Percibo que nuestro mundo, con facilidad, califica negativamente y denigra a quienes no se adecúan al sistema y cultura que quieren ser dominantes. Y, con vergüenza, me entristece que tantos líderes exhalan solo palabras de odio hacia los demás.

¡Dios nos libre de frenar el camino de Quincho Barrilete! Porque en ese momento nos convertiríamos en los más crueles victimarios en nombre del rabioso individualismo.

El autor es franciscano conventual.