Polígono: Sal llorada

La carencia que sufrirán los pobres por la privatización del agua puede ser resuelta por la ciencia basándose en el ejemplo de las iguanas de la islas Galápagos.

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Acojamos por un momento la hipótesis de que las iguanas de las islas Galápagos descienden de un grupo de ellas cuyo árbol de refugio fue arrastrado por una tormenta desde la costa sudamericana. Las viajeras involuntarias deberían haber muerto de inanición, pues en la isla de arribo no crecían las plantas de las que se alimentaban, pero la necesidad las llevó a probar suerte con las algas marinas poco profundas y, bien que mal, algunas sobrevivieron.

Así comenzó la aventura evolutiva que las convertiría en una especie cuyos miembros son capaces de permanecer bajo el agua durante largos períodos. Lo mejor del milagro estuvo en que desarrollaron un mecanismo que les permite expulsar, sin que les exploten los riñones, la gran cantidad de sal que ingieren al comer las algas marinas: gracias a una modificación de su sistema lacrimal, “lloran” tan profusamente que, en muchos casos, se les forman verdaderas costras de sal alrededor de la cabeza. Con el paso del tiempo, las iguanas continentales se adaptaron a la ingestión masiva de agua salada y dieron origen a una especie propia de las islas.

Como todas, esta hipótesis tiene pros y contras, pero no deja de ser sugerente. Chile es, probablemente, el país del mundo donde el agua dulce se encuentra más privatizada, por lo que se vislumbra, para muchos chilenos, un estado de sed consuetudinaria y, por supuesto, unas grandes miserias por el elevado costo de la irrigación para agricultores y ganaderos. Hay quienes sostienen que la situación es un resabio del supuesto milagro económico de la época de Pinochet, conservado cristianamente por la moderna democracia chilena.

El océano Pacífico puede suministrar a este privilegiado país una cantidad inagotable de agua pero, claro, toda salada. Pues bien, se puede esperar que sus científicos logren acelerar la marcha evolutiva de los pobres para que estos desarrollen, como lo hicieron las iguanas en época lejana, la habilidad de expulsar la sal con el llanto y, de ese modo, prescindan, sin consecuencias, del agua potable que pronto va a estar fuera de su alcance. Esa sería una solución científica, universal y democrática, compatible con las actuales tendencias políticas latinoamericanas. En cuanto a las incomodidades del llanto excesivo, bien se sabe que para los pobres eso no sería algo nuevo.

duranayanegui@gmail.com