Partidos díscolos y partidos monásticos

En el entorno, hay agrupaciones políticas diseñadas como organizaciones de puertas abiertas, que en consecuencia suelen procurar medios para que esa apertura funcione realmente, y otras más moderadas o reservadas

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En la segunda obra que el escritor italiano Antonio Scurati dedica a Benito Mussolini, M. El hombre de la providencia, el Duce del fascismo dice de este que «es una religión y el verbo sagrado de todas las religiones es, desde siempre, uno solo: ¡Obedecer!».

La equivalencia de Mussolini entre la religión y su movimiento, que solo él personaliza («Yo soy el fascismo, yo soy el sentido de la lucha, yo soy el drama grandioso de la historia»), se traduce en una forma cerrada de organización, el partido fascista, que inevitablemente recuerda aquello de «habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Juan, 10:16) y el contexto bíblico de esta expresión.

Es decir, la ingesta religiosa del fascismo se refleja en la armazón autoritaria del partido, con centralización estrecha y enlaces verticales (como explica Maurice Duverger). Pero lo sobresaliente de esto es la mecánica fascista de ingreso al partido, reservado prácticamente a los adolescentes reclutados de las organizaciones de juventud, a la manera de un bautismo: comenzó por ser libre, luego fuertemente controlado y finalmente suprimido.

Esto viene a cuento a raíz de los procesos intrapartidos llevados a cabo en nuestro medio y que aún no terminan. Procesos internos, además, concebidos o realizados en tiempo de pandemia, cuando se dificultan considerablemente la participación popular y las prácticas casi festivas habituales, a las que nos tienen acostumbrados, sobre todo, los partidos abiertos, que corren el riesgo de que se les reproche favorecer el contagio.

Entre nosotros, los partidos políticos, históricamente ligados al desarrollo de la democracia (que comienza por exigir pluralidad real de partidos), tienen base asociativa por prescripción constitucional, aunque se trata en su caso de un tipo especial de asociación que permite amplia libertad de regulación.

De allí que en el entorno haya partidos diseñados como organizaciones de puertas abiertas, que en consecuencia suelen procurar medios para que esa apertura funcione realmente, y otros más moderados o reservados.

Las agrupaciones que podrían hallarse en el primer caso son, presumiblemente, partidos díscolos, porque están lejos de asemejarse a organizaciones religiosas basadas en reglas de obediencia. En cambio, son posiblemente más ortodoxos los otros, incluidos los partidos monásticos, cosa que les permite a veces disimular sus laceraciones.

carguedasr@dpilegal.com

El autor es exmagistrado.