Página quince: El estadista, la ley y el juez

La ley del estadista está compuesta por una desteñida realidad de pasado, una ficción de presente y una posibilidad de futuro

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La ley es una flecha que el legislador lanza sin conocer el lugar y el tiempo de la caída. Pero cuando el legislador capaz adivina el futuro para emplear la ley que propone, pasa de simple legislador a estadista.

La ley del estadista está compuesta por una desteñida realidad de pasado, una ficción de presente y una posibilidad de futuro. Tiene además espíritu, que es lo que el legislador deseó, pero solo pudo sugerir.

El juez, el buen juez, ha de tener presente esta realidad a la hora de imponer la ley en caso concreto y saber, ante la duda, que su obligación está en inclinarse por la espiritualidad de la ley.

Siempre tendrá posibilidad de confundir su alma con la de la ley, de sentir la vibración de justicia de la ley y aplicarla, sin golpear su textualidad. Solamente se necesita conocer un poco de ciencia jurídica y tener amor por la justicia. ¿Cómo puede ser juez quien nunca estuvo enamorado de la justicia?

Al fin y al cabo todo en democracia gira alrededor de la lucha del pueblo por su libertad, lucha presente tanto en la Casa Presidencial como en la Asamblea Legislativa; en la Corte Suprema de Justicia como en la guerrilla del combatiente en la montaña.

La ley, ordenando; la ley, obligando; la ley, extendiendo la mano a quien reclama justicia. Todo es libertad, presente en el alma de la ley, en la democracia y en el ciudadano reclamando su derecho a comer diariamente.

El juez, al descubrir el espíritu de la ley, se une al reclamo centenario de los pueblos por su libertad, por lo que se puede entender por humanidad. Sin saberlo, a eso se refiere el legislador al legislar. Por la humanidad.

La ley conserva su vida a lo largo del tiempo cuando el estadista adivinó con certeza la época en la cual deberá desempeñar su función; o sea, cuando pudo recetar la dosis de libertad que podría darse para el futuro que está descubriendo.

La democracia genuina será la que no ha llegado todavía y un buen juez, el que así lo entiende, y estadista, el mago que supo extraer de su chistera el futuro que sucederá.

El autor es abogado.