Página quince: El crédito del BID y la lógica financiera

Quienes consideran un desperdicio dejar ir esos préstamos olvidan la regla básica: bajar la deuda disminuye el costo

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En la difícil coyuntura económica del país, ocasionada por el crónico déficit fiscal y seguida, en consecuencia, por el crecimiento acelerado y desordenado de la deuda pública, los principios fundamentales de la lógica sobre el comportamiento real de los mercados parece haber desaparecido.

El déficit fiscal es el principal problema económico, pues obliga a endeudarse, y es peor cuando los recursos no se usan para financiar obras o proyectos cuya rentabilidad genere los recursos para el repago.

El gobierno ha estado pidiendo prestado para cubrir gasto corriente —principalmente sueldos y salarios— y no para gasto de capital, causando un crecimiento nocivo de la deuda pública.

La atención de la problemática actual precisa, en primer lugar, la contención del déficit y, en segundo, congelar el endeudamiento e iniciar la reducción del saldo acumulado.

  • De nada sirve llorar por la leche derramada. Se ha perdido tiempo muy valioso y se sigue perdiendo.

En la estrategia esbozada, apenas a oscuros trazos, por las autoridades, no se nota un real convencimiento de atender la raíz del problema. Contrario a la lógica, lo único planteado hasta ahora es más deuda y, en vez de racionalizar y lograr eficiencia en el gasto, procuran allegar impuestos adicionales al erario.

De manera etérea plantean reducir el gasto en las siguientes administraciones sin aclarar la metodología. Una reducción desordenada y sin estrategia de los gastos resulta peor que no hacer nada, porque causa daños mayores en la eficiencia.

Regla olvidada. La no aprobación del reciente crédito del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) provocó reacciones inusitadas en diversos medios, con el único argumento del «favorable costo de los recursos»: un 2,8 % anual en vez del 8 % planeado de la nueva deuda, una diferencia de $13 millones anuales.

Quienes consideran un desperdicio dejar ir esos créditos olvidan la regla básica antes mencionada: bajar la deuda disminuye su costo.

La tasa de esos $250 millones es baja, cierto, pero el aumento de la deuda incrementa el riesgo país y los inversionistas cobrarán más caro para financiar los restantes $9.050 millones.

De hecho, las autoridades calculan una tasa del 10 % para ese financiamiento adicional al subir a $18 millones el costo de oportunidad del crédito del BID.

Deslumbrarse por una tasa baja no es una decisión sabia. Lo verdaderamente importante es el uso para los recursos captados y, según quedó demostrado, las autoridades no tienen claro cuál sería.

Un crédito al 10 % anual puede ser una ventaja si se usa para una carretera muy necesaria con rédito mayor al 25 %. Pero un crédito, aunque fuese a cero interés, sería un gran desperdicio si se malgasta y su rédito es negativo. Tuvieron mucha razón los diputados al cuestionar, ante todo, el destino de esos recursos.

Decir que el crédito del BID se emplearía para sustituir deuda cara por barata es un ingenuo artilugio. Mientras el saldo de la deuda no se congele, no habrá tal sustitución.

Están equivocados. Culpar ahora a los diputados del incremento en el costo del endeudamiento es falaz. Ese costo viene aumentando por el descontrolado crecimiento de la deuda y la falta de un programa transparente de reordenamiento fiscal integral, con visión a largo plazo y definición de políticas de Estado.

El gobierno y quienes su unen a sus lamentos se equivocan al recetar más deuda como remedio para bajar el costo financiero. Es más bien a la inversa.

La tasa del 10 % estimada por las autoridades para las nuevas colocaciones, en vez del 8 % usado para calcular la supuesta pérdida debida a la no aprobación de los recursos del BID, es optimista. Pero ese solo aumento de un 2 % en la tasa de interés de la nueva deuda representa un costo adicional de $186 millones anuales. Ante esto, la supuesta pérdida de $13 millones es simple «menudillo».

Un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) hace dos años habría sido un primer gran paso. Si se hubiera hecho a tiempo, la tasa media de la deuda no estaría subiendo del 6 % al 8 % o al 10 %, como calcula el Ministerio de Hacienda, y estaría, a estas alturas, bien por debajo del 6 % actual.

¿No sería mejor, en vez de seguir aumentado la deuda y su costo, empezar a enviar señales claras al mercado de un decidido propósito de ordenar las finanzas públicas, racionalizar el gasto, disminuir el endeudamiento y aumentar la eficiencia del sector público?

No se trata de sacar la tarea en los pocos meses restantes de esta administración, pero sí de plantar las bases de un ajuste sostenible con una metodología bien definida, no con anuncios populistas.

Tiempo perdido. Si hubieran empezado meses atrás, no estaríamos hoy añorando un crédito al 2,8 % como una ganga; sería la norma para todo el endeudamiento requerido.

Panamá, un país apenas más disciplinado, con una calificación hasta hace poco similar a la de Costa Rica, colocó eurobonos, en un mercado «descarnado e inhóspito», en setiembre pasado, $1.250 millones a 10 años plazo a una tasa del 2,25 %, $1.000 millones a 40 años al 3,3 % y otros $325 millones en el mercado local al 2,8 %. Recibió ofertas por más de $10.000 millones.

De nada sirve llorar por la leche derramada. Se ha perdido tiempo muy valioso y se sigue perdiendo. Quizás, dado el deterioro actual, a estas alturas parece no haber más remedio que endeudarse. Sin embargo, no puede ponerse la carreta delante de los bueyes.

No basta con prometer reducción del gasto en futuras administraciones, debe definirse cuál será la estrategia para sanear un Estado obeso, inmanejable e ineficiente, dedicado a dar servicios de mala calidad y desperdiciar los recursos de impuestos sin producir nada útil.

No se vale empezar a proponer nuevos impuestos sin antes garantizar la utilización eficiente de los actuales. Sacar recursos del sector privado, donde el manejo es eficiente, para moverlos al sector público, donde se les dará mal uso, es irracional.

Este gobierno, en el tiempo que le queda, no ejecutará nada sustancial, pero sí puede definir una hoja de ruta creíble para poner la casa en orden. Si diseña un plan sólido y convincente y lo sabe explicar, habrá dado un gran paso. El país le estará muy agradecido.

dmelendeh@gmail.com

El autor es economista.