La petulancia es enemiga de la educación

Basta de cacareo sin sentido y de decir petulantemente ‘yo sé, cuando todo análisis concienzudo indica lo contrario

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Vana y exagerada presunción”, así define el DRAE a la petulancia. ¿De qué se presume? De que se sabe cómo educar y qué hacer para educar. El Estado de la Educación fue pensado como un espacio de evaluación objetivo sobre una realidad fundamental del ser nacional. Sin educación, estamos condenados a seguir viviendo en la ignorancia y dejamos de estar abiertos a la posibilidad de crecer en habilidades, destrezas y conocimientos para generar creativamente soluciones a problemas complejos.

La revisión objetiva de la situación de los centros educativos es una prioridad, porque de lo contrario repartiremos culpas innecesarias y olvidaremos el verdadero objetivo del educar.

Ya tenemos décadas de improvisación caprichosa en la educación. De tanto en tanto surgen frases tan originales como irracionales. Me acuerdo cuando, años atrás, un presidente relativizó conocimientos importantes en historia, ciencia, matemática y humanidades para dejarse decir que el objetivo de educar era generar empresarios. Casi al estilo del Manolito el de Mafalda que, por burro, la escuela era un infierno, el presidente afirmó que deberíamos optar por crear avidez y codicia para seguir en el progreso. La historia parece repetirse, pero en realidad empeora. Parece, Sancho, que no caminamos, diría el Quijote.

Entre los oleajes de los ministros y de los amigos de los amigos de los funcionarios, el currículo académico desmejoró, la exigencia se desvaneció y aparecieron nuevas nomenclaturas para sustituir el concepto de educación integral, que terminaron por hacer de nuestras instituciones espacios de mediocridad, falta de seriedad y, con pesar, de incultura general.

Y mejor dejamos de lado lo que a disciplina se refiere, porque hoy es mala palabra, además de sinónimo de pensamiento retrógrado. Me da pena cuando alumnos universitarios me dicen que no saben nada del Siglo de Oro español, del realismo mágico, que nunca oyeron hablar de los grandes imperios mesopotámicos, de la escritura cuneiforme, de las civilizaciones indoamericanas o que se atrevan a afirmar que el cisne es un pato. Y de música, mejor no hablar.

Metamorfosis de la vergüenza

Más angustioso es que esos mismos universitarios digan que nunca han leído un libro completo, ni siquiera resúmenes completos, que aprenden las respuestas a algunas preguntas y que con eso tienen. Lo que otrora era motivo de vergüenza, ahora es ideal.

El otro día, un padre de familia me pidió hablar con su hijo adolescente. Nos sentamos los tres y el padre insistía en que el joven me contara su situación. Finalmente, el muchacho me confesó que quería dejar de estudiar. Al preguntarle por qué, me dijo, sin titubeos, que prefería estar en la calle, con los amigos y jugar bola. Así él podría llegar a ser un gran futbolista.

Vivimos en Brasil, con millones de personas que juegan fútbol desde pequeños y son excelentes, pero las probabilidades de ese sueño son ínfimas. Hay quien me dirá que no hay que cortar las alas al muchacho. Pero ahora los jugadores internacionales tienen que ser por lo menos bilingües. No hay espacio para burros callejeros en este mundo sino la misma calle.

Es triste, pero así es. La situación se agrava en la zona rural, donde los muchachos no son abordados por sus intereses. Donde parece que la educación y la vida van por derroteros opuestos. Los que terminan el colegio y van a la universidad y logran acabarla muchas veces optan por no volver al lugar de origen, pues no saben qué hacer con su conocimiento.

Esto se debe a un desfase entre viejas y nuevas generaciones, porque no solo se educa a los jóvenes, se tiene que educar a los padres que no tuvieron esa educación para aceptar a sus hijos y confiar en lo que saben.

Tormenta perfecta

Lo anterior refleja la falta de planeación nacional en materia educativa y la poca capacidad de respuesta a los cambios sociales. Muchos muchachos de zonas rurales dejan de estudiar, aunque saben manejar el celular y la computadora sin capacitación, implicándose no raras veces en situaciones de abuso y de odio nada despreciables, pero que dejan cicatrices para toda la vida.

Y nos resulta conocido que el dinero fácil del narcotráfico, unido a una ideologización del poder violento y amoral, que procura una identidad falsa y espuria, resulta atrayente y hasta añorada. Como diría Isabel Román, ¡una tormenta perfecta! ¿Sorprende en ese escenario el crecimiento de los homicidios?

Desde hace años el Estado de la Educación señala carencias, necesidades y urgencias. Lo que se ha hecho con este análisis es casi nada. Porque el problema educativo no se resuelve con la petulancia de decir que todo lo sabemos y hacemos todo para resolver las carencias.

Una perorata al margen de quien está en el aula, que tiene experiencia y se ahoga en burocracias inútiles. Dudo mucho que el MEP tenga diagnósticos certeros, no por incompetencia, sino por la politización de su estructura. Los directores no tienen tiempo sino para hacer informes, cumplir requerimientos burocráticos e inundarse de papeles, porque hace tiempo las instituciones públicas no tienen secretaría, ni recepción, ni atención a padres. Lo que sustituye todo eso es un guarda que se limita a controlar el acceso. ¿Buscar armas entre los estudiantes de secundaria? ¿En qué mundo vivimos?

No hay duda, la petulancia en afirmar “yo sé”, al margen de la evidencia de la evaluación concreta y objetiva, es el peor enemigo de la educación. Porque ese “yo sé” no es de dominio público, por lo que lo hace más etéreo y sospechoso de incompetencia.

Mínimo esfuerzo

No tener rigor académico es igual que perder el tiempo, porque los muchachos no son estimulados al desafío del saber y del hacer. Por eso, el plan educativo no se identifica más con el crecimiento intelectual y la adquisición de conocimientos y destrezas, especialmente en el ámbito abstracto y de lectoescritura se ha desplazado todo esfuerzo académico a la esfera lúdica o emocional-afectiva.

Sí, sentir parece más importante que razonar; ganar es esencial mientras que la honestidad se vuelve vana; competir es mucho más significativo que trabajar en equipo y compartir el mérito.

Por ello, es más fácil no leer un libro y dejar de hacerse preguntas incómodas. Aprender a abstraer y usar la lógica, especialmente en matemática, es una tortura sin fin para muchos, por eso usar el plagio en lugar de crear o pensar garantiza lo mínimo para pasar. En otras palabras, no nos gusta entender lo que tenemos alrededor, lo que se puede lograr, lo que se puede hacer con efectividad, porque exige un esfuerzo que aleja de lo considerado óptimo y humano: perder el tiempo en las redes o en los juegos electrónicos, o gozar del derecho al descanso después de tanta diversión.

En Costa Rica no faltan talentos sino oportunidades para desarrollarlos. Pero el mal que nos aqueja es aún más endémico: ha comenzado también a afectar la capacidad de raciocinio de padres, culpabilizados por abandonar a sus hijos en pos del dinero, de la posición o del qué dirán. Ellos ceden ante la demanda de su progenie para ser protegidos del demonio de la educación.

Parece que el ser libres no nos interesa, sino ser siervos menguados con internet para poder navegar. La educación privada también comienza a desmejorar, porque la mediocridad parece ser el camino de la perfección. Así, se abandonan prácticas históricas en función de todo tipo de otras “educaciones mejores”, con títulos tan evasivos como “lúdica, creativa, intuitiva, pastoral, abierta, inclusiva, reconstructiva, formativa, exitosa”, en fin, todo lo que no suene a “académica”.

El gran problema es que la realidad no perdona, ni el mundo de la producción acepta las cosas a medias. En la era tecnológica, las tareas más rutinarias, para las cuales se necesitaba poco, serán sustituidas por robots. Se exigirá creatividad, adaptación e inteligencia. Empero, estas cosas no bastan. Sin rigurosidad de pensamiento y lógica (incluso la no lineal), nos estancamos en la abulia.

¿Crisis educativa? Yo diría catástrofe, porque se abandonan principios básicos en aras de comodidades absurdas, facilidades que engendran mediocridad y, como resultado, ciudadanos manipulables. ¿Es el objetivo que desaparezcan los críticos en filosofía, historia, sociología, antropología, filología e, incluso, teología seria? Basta de cacareo sin sentido y de decir petulantemente “yo sé”, cuando todo análisis concienzudo indica lo contrario.

frayvictor@gmail.com

El autor es franciscano conventual.