La conveniencia del cuarto mono

En días recientes llegó a mi celular un meme que me llamó tremendamente la atención

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El teléfono acortó distancias para múltiples usos, desde sencillos saludos de buenos días entre parientes hasta complejas conversaciones científicas, de negocios o de política, lo que condujo a grandes descubrimientos o decisiones.

La tecnología avanzó hasta lo que conocemos. Las generaciones Z (centennials) y alfa (nacidos entre el 2010 y el 2020) son nativos digitales. No conciben la vida sin los celulares. Los de la generación Y (millennials) hacia atrás hemos debido amoldarnos a esta nueva realidad. Lamentablemente, en el ámbito de las relaciones sociales, para peor, en lugar de para mejor.

No quiero que este artículo verse sobre el trillado “ya no conversamos con nuestros más cercanos” o que lo hacemos únicamente por medio de chats o que el teléfono vino a acortar distancias y el chat a crear enormes espacios entre personas tan cercanas como las que comparten la mesa, la oficina o la cama.

De hecho, la maquiavélica caja emisora de imágenes y sonidos, llamada televisor, se encargó de que la comunicación en la familia y entre amigos se redujera a niveles mínimos hace varias décadas.

Lo mío va en otro sentido. Para ello, aprovecharé las figuras de los emojis de los monitos que vemos con frecuencia en nuestros aparatos celulares durante una conversación digital, que representan, originalmente, a los monos sabios que pretenden no ver, no hablar y no escuchar el mal; aunque su uso actual vaya más en el sentido de no he visto, no he oído, ni he dicho nada.

Casi una representación trinitaria del sargento Schultz de la serie de televisión de finales de la década de los sesenta Los héroes de Hogan. El cuarto mono, según el sentido original, vendría a representar el no hacer el mal. No obstante, no es a ese cuarto mono al que me refiero.

Un meme

En días recientes llegó a mi celular un meme que me llamó tremendamente la atención y que es la fuente de este artículo. Tres monos clásicos y un cuarto mono que está completamente absorto en su celular; de ese modo, no ve, no escucha, no habla.

Umberto Eco ofrece incisivas frases sobre las redes sociales y la internet, muchas de las que son, seguramente, de amplio conocimiento de quienes leen este artículo; y creo que ninguna es una opinión positiva.

Amarro los conceptos de red social, internet y celular porque ese aparato, que es hoy casi un apéndice de nuestro ser, produce un aislamiento que atonta, ciega, ensordece y, en gran medida, aísla. Esto último, crea una sociedad individualista, en donde el yo supera, en forma desmedida, al nosotros. Algo que, lejos de crear distintas identidades, termina formando una masa homogénea de seres andantes sin más cuestionamiento que la satisfacción inmediata de la necesidad o el deseo presente, incluso, pocas veces, mirando más futuro que el del día siguiente.

De forma casi irónica, lo que las redes sociales produjeron en la Primavera Árabe, entre el 2010 y el 2012, son hoy herramientas para el acceso al poder y la entronización de personajes de dudosa procedencia y de muy dudoso proceder.

Las protestas civiles ocasionaron la salida del poder de Ben Alí en Túnez, de Hosni Mubarak en Egipto, luego de 23 y 30 años de gobierno. Además, las protestas se extendieron a Libia, Siria, Yemen y Argelia, y tuvieron repercusiones en otras naciones del mundo árabe. La vida cambió para millones de personas, aunque siguen las guerras y los conflictos internos.

Hoy parece que las redes sociales convocan la desconvocatoria y nos conducen a un espacio sin un lugar. La era de la desinformación, de las noticias falsas, de la posverdad se instaló en la sociedad moderna. Pero, junto con ella, la hiperinformación y el excesivo acceso a contenidos superfluos. Proveedores de espacios de vida completamente superficiales toman un sitial de honor.

Entre lo que crea espejismos y lo que no dice nada —o muy poco—, se mueve la vida. Los algoritmos, por medio de la inteligencia artificial y el aprendizaje de máquinas, vinieron a ser ingredientes sustanciales en la receta; no tenemos siquiera que pensar en lo que deseamos comer, leer, vestir, etc., porque un algoritmo se encarga de decirnos lo que necesitamos, basado en patrones que nosotros mismos alimentamos y que, de forma recursiva, reafirmamos cada vez que asentimos a la recomendación “del sistema”, con lo que el sesgo por confirmación se vuelve cada vez más fuerte y nos reduce el área visual de todo lo demás que existe.

Complicidad

De una u otra forma, buena parte de la población se convirtió en el cuarto mono, el que pretende no ver el mal, solo que lo hizo por la ausencia de vista, oído y retórica crítica. No se cuestiona, simplemente asume. Una especie de conformismo patológico del que hablé en otro artículo semanas atrás se apoderó de su voluntad. No distingue el mal porque no lo conoce o lo internalizó.

Es un gran negocio para quienes requieren una sociedad alelada, confundida, cansada, desganada y carente de voluntad. Si no hay sentidos despiertos, atentos, pensantes, dueños de sus sentimientos, deseos y anhelos, los hegemones, cualesquiera que sean, van a sacar provecho, si no es que lo están haciendo.

Edmund Burke, hace casi tres siglos, dijo que “para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”. Asimismo, Martin Luther King Jr. nos dejó una frase que cada día se torna más fuerte: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”.

Parece que los aparatos móviles y las redes sociales se están encargando de que, sin ser malas personas, existan inocentes y cándidos cómplices de los perversos; no por mala intención, sino por omisión.

juan.romero.zuniga@una.ac.cr

El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.