Fiebre del oro

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Entran y salen gobiernos sin que se solucione definitivamente los múltiples problemas derivados de la extracción ilegal de oro en Crucitas.

Saqueo de recursos, destrucción del medioambiente, contaminación de fuentes de agua, contrabando, migración ilegal e inseguridad son algunas consecuencias de esta actividad.

Toda esta colección de calamidades es resultado del abandono y la indiferencia que a lo largo de muchos años ha sufrido esta pequeña comunidad en Cutris de San Carlos.

Promesas van y promesas vienen, pero los vecinos no encuentran consuelo para sus temores y, más bien, crecen la incredulidad y el resentimiento con las autoridades.

Resulta evidente que la fiebre del oro transformó Crucitas en tierra de nadie y que los coligalleros hacen de las suyas a sabiendas de esta situación.

Así quedó demostrado el 9 de agosto cuando un equipo de La Nación estuvo en el sitio donde decenas de oreros ilegales trabajan a placer en la finca Vivoyet.

La noticia de que la Fuerza Pública había dejado su puesto de vigilancia en esa propiedad “por orden presidencial” atrajo a centenares de personas al lugar. Además de imprudente, la retirada policial resultó groseramente contradictoria en relación con el discurso del gobierno sobre el problema.

Hace un año, durante una visita a ese territorio fronterizo, el presidente Rodrigo Chaves manifestó que se debía trabajar para solucionar el problema. “Desde hoy mismo”, fueron sus palabras.

Sin embargo, parece que los ofrecimientos se escurrieron, y el mercurio sigue envenenando los suelos y las nacientes de Crucitas.

De hecho, videos y fotografías muestran cómo la finca Vivoyet se convirtió en un enorme campamento de buscadores de oro al mejor estilo del viejo Oeste.

Inmerso en el ajetreo, uno de los coligalleros manifestó que la policía supuestamente les permite trabajar con la condición de que se mantengan alejados de los puestos de control. El ministro Mario Zamora asegura que no es cierto.

Seguridad ordenó recientemente el regreso de los oficiales a Vivoyet. Esperemos que refuercen los operativos para detener de una vez por todas la depredación de la que es víctima Crucitas y la amenaza constante del mercurio que envenena las aguas del poblado.

rmatute@nacion.com

El autor es jefe de información de La Nación.