Entre líneas: Salto al vacío

La disolución de las identidades partidarias, la insatisfacción de las aspiraciones ciudadanas y la erosión de la confianza depositada en la institucionalidad produce un electorado desconcertantemente volátil y cada vez más propenso a experimentar con el peligro.

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Buena parte del electorado se mostró dispuesto a dar un salto al vacío, no solo en el reciente proceso electoral, sino en el de hace cuatro años. En aquel momento, un candidato desconocido, cuya propaganda electoral aceptaba explícitamente esa debilidad, se coló en la segunda ronda porque la alternativa era el Frente Amplio, con todo su radicalismo. La fobia a Liberación Nacional exigía una alternativa potable y los votantes la encontraron en el último minuto, al borde del precipicio.

La danza a la orilla del vacío volvió a escenificarse durante la primera ronda del proceso recién pasado, encabezada hasta el último mes por un planteamiento populista, sin programa ni partido. Peor aún, sin compromiso con la institucionalidad. Esa nueva invitación al despeñadero perdió impulso cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos notificó su opinión consultiva sobre el matrimonio igualitario. Entonces, una parte del electorado se alineó con los portavoces del más radical rechazo a la resolución.

Esta vez, los votantes extendieron el coqueteo con el precipicio más allá de la primera ronda y se reservaron, hasta el último minuto, la posibilidad de saltar. Ya en el borde, dieron marcha atrás. La sorprendente elección del partido de gobierno, no obstante el desprestigio de la actual administración, solo puede ser explicada por las falencias de la alternativa.

La disolución de las identidades partidarias, la insatisfacción de las aspiraciones ciudadanas y la erosión de la confianza depositada en la institucionalidad produce un electorado desconcertantemente volátil y cada vez más propenso a experimentar con el peligro.

Nada garantiza el fracaso del próximo experimento. Los amagos de los últimos dos procesos electorales advierten de lo que puede suceder. En el 2022, Acción Ciudadana mostrará el desgaste de dos gobiernos al hilo y no sabemos si los liberacionistas y socialcristianos habrán recuperado el aliento para habilitar el tránsito por senderos alejados del precipicio.

Si no fueran ellos, la seguridad de la ruta dependería de una opción emergente, articulada en torno a figuras de experiencia y un programa redondeado, con alcances más allá de la gestión económica. Una opción comprometida con la modernidad exigida por los electores que, en el último momento, prefirieron a Carlos Alvarado. No es demasiado temprano para pensar en los próximos comicios, aunque la nueva administración esté por juramentarse. Por el contrario, urge hacerlo.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.