El poder de las palabras

Daniel Ortega no da nada gratis

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Las palabras se las lleva el viento, según la sabiduría popular, es decir, no tienen peso más allá del momento cuando fueron dichas. Pues no, ese refrán es una verdad a medias. Es particularmente cierto en el ámbito de las transacciones sociales, porque asegurar la reciprocidad en la compraventa de bienes o servicios, el cumplimiento de acuerdos políticos o, incluso, de las promesas de amor, exige medios para cerciorarse de que lo apalabrado se cumplirá, que nadie se hará el gato bravo. Por eso inventamos la gramática legal —”los papelitos hablan”— para obligar a los mentirosos y olvidadizos a cumplir con su parte del trato.

En muchas otras circunstancias, sin embargo, las palabras son poderosísimas. No se las lleva el viento, pues definen o, para ser más exactos, crean realidades. El teorema de Thomas, uno de los axiomas básicos de la sociología, dice que “si las personas definen las situaciones como reales, estas son reales en sus consecuencias”. Y resulta que la única manera que los seres humanos tienen para definir la realidad son las palabras. Desde esa perspectiva, toda palabra es una herramienta práctica para actuar en uno u otro sentido.

Pensemos en un ejemplo extremo y abominable. Cuando los nazis dijeron “la raza aria es superior”, no solo inventaron un colectivo (“raza aria”), le definieron un estatus (“superior”), sino que, a partir de ahí, justificaron la subyugación y exterminio de las razas que consideraban inferiores. Definieron el mundo y luego actuaron y, más aún, justificaron sus crímenes.

Por eso las palabras importan. Cuando decimos que el régimen de Ortega “liberó” a 222 presos políticos, la palabra “liberó” es engañosa. Cierto, los sacó de la cárcel y ahora pueden caminar y ver a sus seres queridos. En un sentido son efectivamente libres, pero en otro no: los desterró e, ilegalmente, les quitó sus derechos políticos y nacionalidad. Si vuelven a su país, los encarcelará: no son ciudadanos libres; es más, ni siquiera son ciudadanos. En este caso, no hablo de liberación sino de destierro ilegal.

La pregunta es por qué el dictador los sacó de la cárcel. No fue un acto magnánimo, pues quemó piezas que usaba para el chantaje político. Creo que se estaba quedando solo en América Latina, en momentos en los que hay negociaciones en marcha en Venezuela y Cuba. Y, como Ortega no hace nada gratis, ahora habrá que ver lo que recibirá a cambio.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.