El BCCR y los 12 huevos

Una analogía para entender lo que pretende el Banco Central al pedir a la Sugef datos privados de los deudores

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Cuenta el historiador Anthony Pagden que cuando el marqués de Condorcet huía de las fuerzas de la Revolución francesa fue descubierto y delatado en una posada después de pedir una omelette.

Cuando el posadero le preguntó de cuántos huevos la quería, Condorcet respondió “de doce”. Inmediatamente lo arrestaron, porque solo los aristócratas comían tantos huevos de una sentada. No hubo tiempo de pasarlo por la guillotina. Murió dos días después en la cárcel, en circunstancias poco claras.

Lo sucedido a Condorcet el 29 de marzo de 1794 está cargado de una suprema ironía, pues fue el primero en estudiar el uso de las matemáticas en la toma de decisiones. Los doce huevos demuestran que el dato más insignificante puede tener serias consecuencias dependiendo de las motivaciones de la gente con acceso a la información.

Han pasado más de dos siglos, y los datos, como pretendía Condorcet, han sido utilizados para combatir la pobreza, mejorar la educación, aumentar la esperanza de vida y otros progresos. Los índices del Banco Mundial o de la OMS no son menos confiables porque se producen eliminando la referencia a la identidad de las personas.

Pero el BCCR cree lo contrario. Está convencido de que es necesario conocer con quién usted contrajo sus deudas, o quizás quiera saber más de aquellos a quienes Robespierre llamaba sus “enemigos” porque se le oponían, y, por eso, los guillotinaban, fueran obreros, campesinos o aristócratas como Condorcet.

Para persuadirnos de que nuestros datos personalísimos deben ser entregados al BCCR, algún experto en marketing digital puso a circular en las redes el viejo refrán “quien nada debe nada teme”. Dicho de otra manera, para que el BCCR o quien sea cumpla unos propósitos para los cuales históricamente no se ha necesitado saber cómo nos llamamos, dónde vivimos, dónde nacimos y dónde votamos, los costarricenses debemos renunciar a nuestros derechos, puesto que, de lo contrario, damos prueba de tener la conciencia manchada.

A quienes defienden el derecho a la privacidad de nuestros datos personales, los condenan a priori, indistintamente de cuántos huevos se coman de una sentada, aunque a nadie debería importarle, y sí procurar que en la mesa tengamos como mínimo un huevo para desayunar. Pero esto último no es el propósito del Banco Central, sino lo primero.

gmora@nacion.com

La autora es editora de Opinión de La Nación.