Buenas palabras

La flagrancia delictiva del poderoso se escapa por los amplios túneles judiciales de la procrastinación y la prescripción

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Bondad, justicia, impunidad, procrastinación, prescripción. ¿Solo palabras? En una propuesta humorística de crear el Partido Buenista de América Latina (Pabal) con el fin de resolver los problemas políticos y sociales del continente, el adjetivo buenista no aludiría a la bondad moral, sino al hecho de que en el lenguaje común —algo que ocurre en la mayoría de los idiomas— bueno es todo aquello que satisface los criterios de utilidad de un objeto, de una idea o de una institución.

Así, nadie objetaría que se dijese de una cimitarra, una ametralladora, un helicóptero Apache y un misil hipersónico que son buenas y buenos para sus misiones originales de muerte y destrucción. Desde ese punto de vista, también se equipararían como buenos un boxeador, un verdugo, un médico, un conductor de ambulancia y el saltimbanqui que se mueve montado en un monociclo debajo de un semáforo. Todos son «buenos» en aquello para lo que se adiestraron.

Es normal que el sistema judicial de todo Estado «sea bueno» para el cumplimiento de su finalidad de defender y preservar una estructura de poder que, desde el punto de vista de la Justicia y de la Igualdad, podría ser más que cuestionable. A nadie escapa que, cuando el poder lo requirió, la NKVD, la Gestapo, los Ustachi y la CIA fueron instituciones buenas —incluso insuperables— para propiciar convenientes crímenes de Estado.

Esto me lo trajo a la mente la afirmación, compartida por algunos letrados, de que a pesar de todo nuestro sistema judicial es bastante bueno. Como hablamos del significado de las palabras, ¿no sería interesante considerar el de flagrancia, término endémico dentro de la institucionalidad jurídica de numerosos Estados, incluido el nuestro? Si en el sistema judicial de un Estado supuestamente democrático la aplicación del criterio de flagrancia recae solamente sobre los ciudadanos más débiles, y se les evita a los poderosos sin importar lo flagrantes que sean sus abusos, afirmar que la justicia es buena no pasa de ser una beatitud acomodaticia.

Concluyamos en que ese buenismo jurídico no es una formalidad convenida democráticamente, sino un refugio inmoral en el que la flagrancia delictiva del poderoso se escapa por los amplios túneles judiciales de la procrastinación y la prescripción. Un el Chapo modus operandi.

duranayanegui@gmail.com

El autor es químico.