Eduardo Da Cruz, el doctor de la dulce sonrisa que pone a Costa Rica en la meca de la Medicina mundial

Nació en Portugal, hace 60 años, mas siendo adolescente echó raíces en Tiquicia. Este tico por elección está entre los cardiólogos pediatras y especialistas en cuidado crítico cardiovascular infantil más eminentes del mundo

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Acababa de reventar la revolución de los claveles (abril, 1974) cuando el pequeño Eduardo Da Cruz Dos Santos, de tan solo 12 años, tomó sus maletas junto a sus padres y a su hermano, Luis, para iniciar el primero de muchos, pero muchísimos viajes en su vida. Uno que lo llevaría de Portugal a un país desconocido, al otro lado del mundo, en donde el pequeño de ojos sabios y bonachones echaría raíces con la fuerza de un Guayacán.

Esta familia portuguesa, de clase media baja, necesitaba sobrevivir. La dictadura fascista durante la cual Fernando Da Cruz fue pieza de la resistencia, los lanzó de bruces a una nueva aventura, dejando atrás los suburbios de Lisboa para instalarse en una de las tantas casitas del barrio Pilar Jiménez, en Guadalupe, Goicoechea, en San José de Costa Rica.

Por estos días de setiembre del 2022, ese niño de 12 años convertido en un hombre de 60, está embarcado en otra gran aventura. En las casi cinco décadas que han pasado desde aquel vuelo trasatlántico de la mano de Fernando y de Laurinda Odete Dos Santos, su mamá (qdDg), Eduardo Da Cruz Dos Santos se convirtió en médico especialista en Pediatría, con varias subespecialidades que hoy lo tienen en la meca de la Medicina mundial.

Probablemente, justo ahora esté en Boston, Massachusetts, instalado en el Hospital de Niños de esa ciudad, centro que, en la última década, ha sido reconocido como el primer hospital infantil de Estados Unidos. A partir de este mes de setiembre, es el nuevo jefe de la División de Cuidado Crítico Cardiovascular Pediátrico, que es la unidad de cuidado pediátrico cardíaco más grande de ese país.

También es uno de los tres líderes ejecutivos del Centro Cardíaco y el cochair (copresidente) del comité de operaciones de ese programa. Además, asume como profesor con la categoría de catedrático en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, que es la primera en Estados Unidos y está entre las mejores del mundo.

“He tenido mucha suerte. A pesar de todos los desafíos que esto trae me dará mucha energía. Necesito encontrar nuevas razones para ser útil a otros”, comentó con su habitual generosidad y parsimonia, características que destacan en él, entre una larga lista de virtudes, quienes lo conocen hace décadas.

Su selección fue resultado de una búsqueda internacional en donde escogieron a los mejores 60 médicos con este perfil en el mundo. Eduardo Da Cruz quedó de primero.

El programa que estará en sus manos es el más grande de EE.UU. Solo la unidad de cuidado cardíaco tiene 48 camas y, según describe Da Cruz, “entrar a cada cuarto de esa unidad es como otro planeta” por la tecnología avanzada, monitores, gráficos y alertas.

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En este hospital se hacen intervenciones que son únicas. Por ejemplo, explicó, corrigen malformaciones congénitas en niños que nacieron con ventrículo único y hacen posible que tengan dos y lleven una vida normal. “Eso es casi esotérico”, relata. Ahí se innova en terapia génica e intervencional fetal. De hecho, fue en Boston donde esto se inició con cirugías y cateterismos con el bebé aún en gestación.

¿Cómo llegó a ese ‘otro planeta’? Volvamos al barrio Pilar, en Guadalupe, adonde lo dejamos con 12 años.

Tico por convicción

El primer gran viaje del joven Da Cruz sucedió cuando apenas iniciaba la adolescencia, como contamos. Lo hizo para echar raíces en la que considera su patria, Costa Rica. Su primera casa aquí fue en Guadalupe.

Con los años, su familia se pasó a vivir a San Francisco de Dos Ríos y luego a Escazú. En Costa Rica, nació la más pequeña del clan Da Cruz, Susana, a quien él considera su hermana-hija, pues le lleva 17 años de diferencia.

“Portugal pasaba una transición difícil. Mi padre se vino a trabajar con Canal 6. Él tenía una formación técnica en desarrollo de sistemas de telecomunicación y de sistemas audiovisuales, y un colega portugués que vivía en Costa Rica le comentó que necesitaban a alguien con su perfil, y nos vinimos para acá. Fue una decisión de vida forzada por las circunstancias”, contó.

El primer año de escolaridad lo hizo en el Colegio Calasanz, en donde aprendió español. Luego, pasó al Liceo Franco Costarricense donde reforzó su inclinación por las ciencias, un gusto que trae desde pequeño, cuando soñaba con ser médico.

En el Franco conoció a quien ha sido su esposa por 36 años, Suzanne Osorio Luján, un noviazgo perenne que les ha dejado dos hijos, Esteban (30 años) y Tomás (25), y tres nietos (hijos del mayor).

“Venir a Costa Rica fue fundamental para mi vida personal y para llegar adonde he llegado, porque vine a un país que, a pesar de ser catalogado en desarrollo, tiene grandes virtudes.

“Para ser honesto, tengo raíces más sólidas en Costa Rica que en Portugal. Tal vez por las virtudes de este país, lo que me ayudó a crecer. Mi esposa dice que soy más tico que ella y tiene toda la razón”, afirma el hoy catedrático de la Escuela de Medicina de Harvard.

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Da Cruz considera a la Universidad de Costa Rica (UCR) su alma máter. En esa casa de estudios superiores estudió Medicina, donde se graduó con honores convirtiéndose en el primer universitario de su familia. En 1985, la Universidad lo reconoció como el primer promedio entre todos los estudiantes de Ciencias de la Salud de esa promoción junto a otro alumno, con un 9,5.

“Me naturalicé tico cuando terminaba la carrera con toda la intención de quedarme en Costa Rica. Hice mi servicio social en Upala y Esparza. Luego ingresé al Hospital Nacional de Niños como residente, después me fui a Europa y nunca más volví. Lo que yo nunca hubiera pensado, pero así es la vida. Creo que, eventualmente, pude ser más útil al país desde afuera que habiéndome quedado”.

¡Claro que ha sido útil a su país! A su labor de acompañamiento se debe el actual Programa Cardiovascular Pediátrico del Hospital Nacional de Niños (HNN).

Este programa nació tras una angustiante crisis en cirugía cardíaca infantil acumulada durante varios años, con altas tasas de mortalidad de bebés con malformaciones cardíacas congénitas; una crisis que acaparó varias páginas de los diarios nacionales en la década pasada.

Pero esa es otra historia que merece ser contada aparte.

Vida de nómada

A pocos años de casado con Suzanne Osorio Luján, la pareja salió rumbo a París, Francia, donde ambos estudiaron varios doctorados y maestrías, y también trabajaron. Ahí nacieron sus dos hijos.

“En un momento dado, decidimos que era mejor que uno se quedara con los hijos para verlos crecer. Sobre esto, hay una historia: Ella fue a recoger al mayor (todavía no había nacido Tomás) y vio a un papá llorando porque su chiquito había empezado a dar los primeros pasos y no lo había visto.

“Esa noche hablamos, y las circunstancias eran tales que era más conveniente que yo siguiera (trabajando). Yo estaba también preparado para parar. Ella pasó de ser una profesional muy activa a una madre muy activa. Siguió haciendo cantidad de cosas. Es hiperdinámica. Estuvimos ocho años en París”, cuenta.

Su siguiente escala en Europa fue Escocia, donde Da Cruz abrió un programa en Glasgow. Vivieron ahí cuatro años. Luego pasaron dos años más en Portugal, país que dejaron para vivir en Suiza. De ahí se trasladaron a Estados Unidos, en el 2007, donde han vivido hasta hoy.

En Estados Unidos, Da Cruz destacó como director del programa de Cuidado Crítico Cardíaco en Cardiología Pediátrica del Instituto del Corazón, en el hospital de niños de Denver, en Colorado. También comenzó a presidir la Fundación Cirujanos de Esperanza (Surgeons of Hope), con la que ha dado apoyo a decenas de países pobres alrededor del mundo.

“Fui un padre muy ausente por las circunstancias de mi trabajo. Era una época de muchas guardias. Yo salía de la casa y mis hijos estaban durmiendo, y regresaba y estaban durmiendo. Mi esposa mantuvo la llama que permitió tener una buena calidad de vida juntos.

“Mis hijos crecieron sin límites y fronteras. El hecho de que cada tantos años nos pasáramos de país con diferente idioma, requirió una familia muy sólida, y en eso, de nuevo, mi esposa tuvo un papel fundamental en mantenernos estables”, reconoce el médico.

Esta vida de nómada, como él mismo la califica, es la que le ha permitido conocer diferentes sistemas, particularmente en Europa, Estados Unidos y América Latina, donde además de investigación y docencia ha desarrollado una intensa actividad humanitaria, con colaboraciones internacionales y entre sociedades.

Su experiencia le permitió producir las guías de educación para los residentes (estudiantes de una especialidad médica) en Europa en cuidado cardíaco, uno de sus numerosos aportes a la academia en la formación de futuros médicos.

Su producción como investigador y docente es vastísima. Solo por mencionar algunos de sus numerosos aportes: ha sido coeditor de 9 libros, ha publicado 75 capítulos para libros en su especialidad y ha participado en lo que se conoce como revisión de pares en más de un centenar de manuscritos en publicaciones médicas y científicas (journals).

Además, es parte de 15 organizaciones profesionales en Estados Unidos, América Latina y Europa; entre ellas, la Asociación Americana del Corazón, la Asociación Europea de Cardiología Pediátrica y Congénita, y la Sociedad Latina de Cardiología y Cirugía Cardiovascular.

Da Cruz habla fluidamente español, inglés, portugués y francés. Esta facilidad para comunicarse en varios idiomas, sumado a su don innato como líder, buen escucha y motivador, se ha convertido en su mejor herramienta para promover interacciones y colaboraciones saludables en equipos de trabajo de áreas tan intensas y estresantes, como lo es una unidad de cuidado crítico cardíaco.

Aquí es donde pasamos a su rol como un personaje clave en la solución de la crisis de la Unidad Cardíaca, en el Hospital Nacional de Niños. Pero dejemos que sean otros personajes de la historia quienes la cuenten.

Salvavidas de noble corazón

El cirujano Orlando Urroz Torres asumió las riendas de la dirección del Hospital Nacional de Niños en el 2014, cuando ese centro pediátrico –uno de los ‘pañitos de dominguear de los ticos’– estaba sumido en una de sus mayores crisis.

El epicentro era la otrora Unidad Cardíaca. Las autoridades médicas que precedieron a Urroz en el cargo, negaron reiteradamente la crisis, destapada por la prensa con titulares que revelaban las altas cifras de mortalidad de pequeños afectados con malformaciones cardíacas.

Ocho años después, Urroz recuerda aquel escenario como un balde de agua fría que desnudó a esa unidad: “Ese campanazo tocó el alma al reconocer que las cosas no estaban tan bien como se creía; vinieron temores, muchos. La gente, a nivel local, tenía miedo de ver que no se podía lograr lo que se estaba exigiendo a nivel internacional. Y temores internacionales porque la gente externa que apoyaba al hospital tuvo mucho miedo de continuar con nosotros. De repente, me encuentro ante esta situación y digo ‘¡Señor, ayúdanos! Algo tenemos que hacer’”.

Fueron días y noches interminables, recuerda, cuando ‘dobló rodilla’ en fervorosas oraciones para encontrar fuerzas y luz que le permitieran ver alguna solución a los continuos e intensos choques entre equipos que llegaron a paralizar un servicio fundamental.

Urroz había oído de Da Cruz, pero fue la entonces jefa del Departamento de Medicina del hospital y actualmente directora médica, Olga Arguedas Arguedas, quien puso el nombre formalmente sobre la mesa como la posibilidad de encontrar una salida a ese contexto de crisis.

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“Conozco al Dr. Eduardo da Cruz desde la vida universitaria. Yo iba un año adelante. Da Cruz era uno de aquellos muchachos que se caracterizaban por la seriedad en los estudios, su generosidad desde momentos tempranos. Yo tenía un concepto muy alto de él.

“Luego tuve el privilegio de ser su compañera en la residencia, cuando hicimos la especialización en Pediatría. Me llamó la atención por ser un hombre muy misericordioso con los pacientes. Sentía muy de cerca el dolor de los pacientes y de los papás. Eso lo convertía en muy buen comunicador con las familias”, recuerda Olga Arguedas.

En julio del 2014, la futura directora médica del hospital pidió vacaciones para viajar a Denver, contactar a Da Cruz y traerlo de nuevo a Costa Rica.

“Fue una experiencia muy linda. Aquí destaco su enorme generosidad. Me abrió las puertas no solo de su hospital con todo el mundo de recursos a mano, sino que me abrió las puertas de su propia casa. Mis hijas quedaron enganchadas con Goliath, un perro más grande que yo”, rememora Arguedas entre risas.

Con el apoyo de Urroz, se presentó a la Gerencia Médica de la Caja Costarricense de SeguroSocial (CCSS) lo que vendría a ser casi un plan de rescate de la Unidad Cardíaca, que luego pasó a llamarse Programa Cardiovascular Pediátrico.

La hoja de ruta, a diez años plazo (finaliza en el 2025) y en tres fases, fue aprobada por la Junta Directiva de esa institución. Arguedas recuerda que Da Cruz vino personalmente al hospital en varias ocasiones a dar forma al plan, en jornadas extensísimas de trabajo, de 12 o 14 horas seguidas, en las cuales, con costos, comía.

“Dichosamente, el panorama mejoró muchísimo. Es una cuestión verdaderamente asombrosa ver cómo un colega con ese carisma, entrega y sobre todo humildad, viene de un centro de primer mundo a ponerse aquí la gabacha, y a hacer un programa cardiovascular de primer mundo. El artífice, sin duda, fue el Dr. Da Cruz.

“Por supuesto, también se logró con un excelente equipo humano que entendió que teníamos que mejorar la comunicación, los flujos de procesos, el control de las emociones que se suscitan alrededor de estos niños, que teníamos que tener una visión a largo plazo de lo que queríamos. Todo esto se logró por tener al Dr. Da Cruz de director de orquesta, supervisándonos, guiándonos, y jalándonos las orejas cuando era necesario”, agregó Arguedas.

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Orlando Urroz destaca las habilidades de líder del médico, que permitieron a los grupos acercarse. Primero, dice, logró que el lenguaje que se hablara fuera común, porque Da Cruz se permitía la libertad de conversar tanto con los cirujanos como con el personal de la Unidad Cardíaca… no era un cardiólogo que iba a hablar solo con los cardiólogos.

Luego, demostró que no es necesario ir a los resultados directamente. Enseñó que para mejorar los resultados se deben mejorar los procesos de trabajo que, en el caso de un hospital, van de la comunicación a la higiene de manos y a los aspectos técnicos de la habilidad quirúrgica.

“Esta historia lleva a un final feliz. El Dr. Da Cruz se encuentra con un equipo de gente que lo pedía. Él fue como una inyección de paz en esta turbulencia. Le doy gracias a Dios de haber estado en esos momentos. Él es una luz en el mundo”, dijo Urroz.

De vuelta a Boston

El nuevo viaje en la vida de Eduardo Da Cruz, a sus 60 años, lo pone a partir de este mes de setiembre en un lugar donde también está parte de su corazón. Por primera vez, estará más cerca, al menos, de uno de sus hijos. Esteban, el mayor, vive en Boston con su esposa y tres hijos. Tomás, el menor, está en Vancouver, Canadá.

Es un cambio de vida total y absoluto. Su esposa, dice, tendrá un puesto en la escuela de Medicina de Harvard como profesora asociada de Pediatría. Ambos tendrán ahí la oportunidad de hacer investigación, docencia e innovación.

“Boston tiene una gran presencia fuera de EE.UU., no solo desde el punto de vista humanitario, también de acuerdos de colaboración. La plataforma internacional de calidad y seguridad en la práctica de la Medicina Pediátrica Cardiovascular fue creada y está basada en el Hospital de Niños de Boston y el Hospital de Niños de Costa Rica forma parte de esa plataforma”, cuenta.

Entre sus nuevas responsabilidades está una parte administrativa pues se trata, según explicó, de manejar un programa grande al que hay que ponerle atención en los resultados y enfocarse en pacientes y familia, que es la fuerza motriz más importante.

En términos de innovación e investigación, Harvard da recursos extraordinarios para nuevos proyectos, algunos de los cuales, según dijo, tienen que ver con inteligencia artificial y su integración al conocimiento y la experiencia. También, Da Cruz se involucrará en iniciativas sobre nanotecnología, nuevas drogas, sistemas de monitoreo, y análisis predictivo en salud.

Aunque este médico de sonrisa amable y mirada sabia atribuye ese horizonte de oportunidades en la meca de la Medicina a ‘mucha suerte’, ya vimos que ese camino la construyó desde pequeño.

Amigos suyos, como el periodista y director de La Nación, Armando González Rodicio, lo describen como un ser humano que, desde esos años de juventud, destacaba por su bondad, siempre inclinado a ayudar a los demás. González conoció a Da Cruz en la UCR, siendo él estudiante de Derecho y Da Cruz de Medicina.

Las fiestas de estudiantes con Da Cruz tocando la guitarra, permanecen cristalizadas en la memoria de estos dos viejos compañeros de vida. González recuerda que su gran amigo fue, en tiempos mozos, un gran taekwondista y fue quien muchas veces, con voz y guitarra, animó los encuentros entre grupos de amigos.

“Eduardo ha trabajado mucho en Costa Rica no porque este sea un país que necesite tanto como otros, sino por cariño y agradecimiento. Eduardo plasmó el idealismo de la juventud en su esfuerzo por ayudar a los demás.

“Tenía una bondad que lo hacía destacar. Era muy disciplinado. Todas esas virtudes se reconocían en él en esos momentos. Realmente, Eduardo ha llegado muy muy lejos. Su aporte al país y a la Medicina nos debe enorgullecer a los costarricenses”, destacó el periodista.

La última vez que González se encontró con Da Cruz fue antes de la pandemia, cuando vino en una misión de la fundación que preside para promover la cooperación aquí. El médico sueña con crear en Costa Rica un programa dedicado a adultos con cardiopatía congénita.

En aquella cena, recuerda González, estaban los médicos jóvenes de Cardiología del Hospital de Niños. “Todos hablaban de Eduardo con una admiración y respeto extraordinarios. Contaban que ayudó a enderezar ese servicio, en una época en donde fallecía una cantidad inaceptable de niños para un servicio de Cardiología moderno. La ayuda de Eduardo fue muy importante”, agregó.

El neonatólogo del Hospital de Niños, Jaime Lazo, actual jefe de Cuidado Intensivo Neonatal, es uno de esos integrantes del equipo del Programa Cardivascular Pediátrico que agradece a Eduardo Da Cruz el brazo que les dio en los momentos más difíciles de esa crisis.

Ya se conocían desde 1986. En aquel entonces, Lazo era estudiante que rotaba en Pediatría y Da Cruz cursaba estudios en esa especialidad en el Hospital Nacional de Niños.

“Desde ahí me di cuenta que era un hombre extraordinario, de una genialidad absoluta. (...) Al puro principio, sus intervenciones se concentraron en cardiología, cuidado intensivo, y en enfermería y anestesiología. Unos años después, se involucró a Neonatología más activamente. Así que yo ‘reconocí’ a Eduardo hace unos cuatro o cinco años, cuando se involucró a la UCI neonatal en este gran programa.

“El primer contacto con él fue en una ronda a la UCI neonatal. Se reunió con nosotros por aparte para escuchar nuestras inquietudes. Desde el principio, se mostró como una persona receptiva, empática y con respeto hacia los demás. Me dijo que le dejara de decir Dr. Da Cruz. De ahí en adelante, somos Eduardo y Jaime. Él también me llama Alejandro, mi segundo nombre”, recuerda.

Rocío Porras Velásquez, especialista en Cuidados Intensivos Pediátricos y actual jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Niños, describe a Da Cruz como un hombre súper inteligente y admirable; una eminencia.

“Tiene un bagaje de conocimiento envidiable. Desearía un fragmento de lo que hay en su cerebro para llevárselo a los chiquitos. Hablar con él es escuchar un libro abierto. Además de su parte clínica, tiene esa parte estratégica administrativa. Para quienes nos ha tocado ser médicos y llevar a buen término un servicio, es una persona de referencia”, acotó la intensivista.

Atardecer de la vida

Harvard lo sorprendió, admite Da Cruz, en momentos en que estaba pensando en jubilarse, un plan que quedará para no sabe cuándo. Lo cierto, asegura el médico, es que su retiro será, ¿adivinen? Sí, en Costa Rica, en un terrenito que tiene en Esparza.

“Es un proyecto con familia y amigos que llamamos la Aldea. Es un proyecto para la comunidad en el atardecer de la vida, donde podemos acompañarnos y eventualmente organizar servicios de atención cuando sea necesario y haya limitaciones. Esa es la intención, volver a la tierra”, comentó.

Esparza, por cierto, fue una de las dos comunidades en donde hizo su servicio social antes de graduarse como médico, allá por los años ochenta.

“Me casé en medio servicio social. Pedí un traslado a un sitio más cercano a San José y me asignaron Esparza. Treinta y pico de años después decidí hacer una casa en Esparza.

“Tenía tiempo de estar pensando en jubilarme. Creo que la jubilación no ocurre de un día a otro. Hay que prepararla. Estaba más en esa modalidad emocional, cuando me comunicaron la noticia (de sus nuevos cargos en Boston).

“Pero esto, para mí, significa una oportunidad de volver a enfrentar desafíos que me van a estimular. Aparte de que es una buena manera de terminar mi carrera, sea cuando sea”, admitió.

Sí, sea cuando sea, Esparza y su aldea lo esperan.