‘De nada vale toda una vida si al final no muero de una forma digna’, explica geriatra de Partir con Dignidad

Ernesto Picado Ovares cree posible tener comunidades compasivas con quienes transitan el último trayecto de su vida en medio de una enfermedad terminal; especialmente, si son adultos mayores

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La muerte nos recuerda, a cada instante, que estamos vivos. “(...) como cuando cae el sol en la tarde o cuando caen las hojas de un árbol. Todo eso es muerte, muerte, muerte recordándonos eso. Que somos parte de un todo, y que eventualmente nos vamos a ir transformando. Y entender también que es necesaria una espiritualidad fuerte para tener una vida feliz y una muerte feliz y digna”.

La reflexión del geriatra y paliativista, Ernesto Picado Ovares, nos siembra los pies en la tierra y regala una dosis de “ubíquese” como antídoto –¿por qué no?– al sinsentido que muchos le encuentran a la ajetreada modernidad.

Picado Ovares, de la Fundación Partir con Dignidad, es parte de un equipo que se atreve a soñar con ciudades más compasivas con aquellos que están en el tránsito final de la vida; especialmente si se trata de adultos mayores con alguna enfermedad terminal, y sus familias.

Minutos después de presentar el proyecto ‘Cartago con Vos. Cantón compasivo’, que busca convertir al cantón de la Vieja Metrópoli en el primero en su tipo en el país, Ernesto Picado conversó con La Nación sobre el significado de la compasión, el derecho a envejecer sano y a tener una muerte digna.

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– ¿Qué debemos entender por comunidad compasiva con los adultos mayores?

– Iniciamos en Cartago el proyecto semilla de ‘Cartago con Vos. Cantón compasivo’. Es un movimiento que se inicia en el país que busca sensibilizar, capacitar y formar a la comunidad para que apoye a las personas que están con enfermedades avanzadas y enfermedades terminales, no solo adultos mayores. Con diferentes actividades, queremos tener a una comunidad sensibilizada.

“Lamentablemente, en este momento, la única forma en que una persona se sensibiliza es cuando pasa por un proceso similar. La persona no es la misma antes que después de vivir esto. Justamente, lo que buscamos es que esa sensibiización se tenga incluso antes de tener esa necesidad”.

¿Cuál va a ser la clave para hacer ese click en las personas si esa experiencia no se ha dado en sus vidas?

– Apostamos a tocar temas que son muy humanos y universales. Hablamos de amor, hablamos de miedo, sufrimiento, muerte, compasión y acompañamiento. Hay que entender que, la mayoría de las veces, la gente le tiene resistencia a ciertos temas por sentirse impotente y no saber qué hacer.

“Lo que se busca es hacer entender a la gente que no se necesita mucho para generar impacto en la familia. Con solo estar ahí, acompañar y ofrecer un poquito de humanidad a la gente que lo necesita es suficiente. Apostamos al ser humano, a lo mejor del costarricense, del cartago, a lo mejor del ser humano que vive en este mundo. Porque este no es un movimiento nacional, es un movimiento mundial. Ha sido exitoso. Con el paso de los meses, el mensaje llega. La gente lo recibe de buena forma y quiere participar. Yo no dudo que va a ser un éxito”.

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– ¿Nos habrá sensibilizado los diferentes duelos vividos con la pandemia?

– En la pandemia, la gente se enfrenta a una situación extrema: al aislamiento, a la necesidad de apoyarse a los demás y a la muerte. No sé si la gente se ha sensibilizado con esta experiencia, pero por lo menos sí se logran identificar cuando se les habla de lo difícil de ver a una persona morir, o a una persona internada. La pandemia ayudó a que la gente entienda esa realidad y que no le sea tan ajena.

– Compasión es una palabra muy fuerte. ¿Cómo podemos interiorizarla?

– Compasión básicamente es dar amor, y es un amor que nace del amor propio. Yo me quiero como persona, yo me cuido y eso despierta en mí la necesidad de cuidar a los demás también. La compasión no es hacer todo por los demás y descuidarme a mí mismo. Lo importante es entenderla como ver el sufrimiento y, desde el amor, tratar de ayudar y acompañar, y no desde el miedo.

– Hace un año, ustedes promovían envejecer sano y tener una muerte digna como derechos. ¿Por qué son derechos?

– Envejecer sanamente más que un derecho es una necesidad de la sociedad, porque si envejecemos mal vamos a colapsar los sistemas de salud, la calidad de vida va a empeorar para todos. Envejecer bien tiene que ser mucho más allá: es un deber del país fomentar actividades para que la población envejezca de forma saludable.

“La muerte digna es un derecho porque toca la dignidad de las personas. En la muerte es cuando la persona más necesita, es donde la vida culmina y donde la situación es tan extrema y tan única que es cuando la persona merece recibir lo mejor. Qué mejor regalo que dar una muerte digna a alguien, y qué mejor regalo que recibir una muerte digna. De nada vale toda una vida si al final no muero de una forma digna”.

– ¿Cómo podemos cambiar el miedo a envejecer y a morir?

–Si hay algo que he aprendido con la gran bendición de ver gente morir todos los días y acompañarlos en ese proceso, es que si algo marca la diferencia es la espiritualidad. La que invita a entender que la vida es un proceso, que la muerte es parte de la vida, y que yo soy parte de un todo. Que lo más importante y lo que me tiene en este mundo no son las cosas materiales, sino otras cosas más importantes. Cultivar la espiritualidad hace la diferencia.

“Entender que somos parte de un proceso ayuda a que, a la hora de llegar al final de la vida, donde ya no hay vuelta atrás y no nos podemos aferrar a nada, podamos soltar, con fe de que vamos a transformarnos y que las cosas van a continuar pero de una forma distinta. Como una ola del mar: crece, se forma y cae, pero no desaparece; sigue siendo mar. Vuelve a formarse después en otra forma. Esta es la mejor manera de prepararse: soltar, perdonar y tener una espiritualidad cultivada y un amor propio, también cultivado”.

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– Este es un asunto que debe inculcarse desde la edad temprana. No esperar a ser mayores para empezar a pensar en esto.

– Sí. Envejecemos, incluso, desde antes de nacer. Y para hacerlo bien hay que hacerlo desde el principio. Esto implica cultivar hábitos de vida saludable, ejercicio, salud mental, la conexión con lo que uno considere su familia y su comunidad. El ejemplo de envejecer bien lo tenemos en la península de Nicoya.

– Está claro que vejez no es sinónimo de enfermedad, pero también es una realidad que hay quienes llegan a esa etapa de la vida enfermos. ¿Cuáles son esos factores que podemos controlar y cuáles no?

– Los factores para envejecer bien se dividen en dos. El primero, la capacidad intrínseca: es todo lo nuestro. La genética, la forma de afrontar la vida y las enfermedades y cómo nos comportemos en relación con eso. Ahí sí hay decisiones que se pueden tomar: quiero hacer ejercicio, quiero tener una buena salud mental, quiero dejar de fumar, quiero controlar la presión, o no lo quiero hacer.

“Y hay factores externos que es necesario que exijamos a las comunidades para envejecer bien. El envejecimiento exitoso es una combinación de la persona asociada a una comunidad que potencie sus facultades.

“Las variables que no controlamos es difícil de decir, porque todos lo podemos controlar pero con diferentes grados de dificultad. Incluso, cuando uno está enfermo, puede estar mejor de lo que estaba anteriormente. Sin embargo, va a llegar un momento donde definitivamente la vida termina. Lo que se busca es que ese momento, que va desde que usted envejece bien y hasta que la vida termina, sea lo más corto posible para evitar sufrimiento”.

– ¿Cómo debe ser ese momento?

– Uno puede decir que la espiritualidad es muy importante. Esa crisis es una de las más fuertes que puede enfrentar un ser humano. Llega a ser un reto para las familias, que se unen o se separan. Además, los miedos que aparecen en la persona que va a fallecer se relacionan con la discapacidad, a estar solo, a ser dependiente y no controlar los síntomas que aparecen. Por parte de la familia, el miedo va más hacia la pérdida.

“Por eso, es importante que los equipos de Cuidados Paliativos atiendan a la familia para prepararla para cuando el ser querido se vaya. Muchas veces, los miedos son más del familiar que del propio paciente. Una persona espiritual, que ha soltado, que ha perdonado, es espiritualmente fuerte; incluso en un estado de vulnerabilidad le da tranquilidad y enseñanza a la familia. Eso es algo muy lindo de ver, yo lo he visto frecuentemente.”

– ¿Tenemos sustrato en nuestras comunidades para generar esas redes de solidaridad?

– Sí, por supuesto. Eso ya está pasando en este momento. Ya hay gente que está cuidando a sus seres queridos. El problema es que eso está totalmente invisibilizado en cuatro paredes. Por eso, el objetivo de la Fundación es dar luz a esas familias porque no todo es negativo. Hay tanta humanidad y amor que se desprende de cada persona que está cuidando a otros ser humano, que necesita ser reflejado.

Esas deberían ser las noticias, y no lo que vemos normalmente. Ya está pasando. Es, simplemente, canalizarlo hacia una sola dirección para que los esfuerzos sean compartidos.

“Apoyar este tipo de iniciativas es apostar por un futuro para todos. Hay que entender a la muerte como una amiga que está ahí, recordándonos que hoy estamos vivos. La muerte es no aprovechar el momento presente. El momento en que estoy vivo. Entender también a la muerte como algo que pasa, como cuando cae el sol en la tarde o cuando caen las hojas de un árbol. Todo eso es muerte, muerte, muerte recordándonos eso. Que somos parte de un todo, y que eventualmente vamos a ser parte de algo y nos vamos a ir transformando. Y entender también que es necesaria una espiritualidad fuerte para tener una vida feliz y una muerte feliz y digna”.

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