La segunda ‘reconciliación’ entre Francia y Alemania, ¿y ahora por qué?

Los antiguos enemigos buscan, con un nuevo tratado de cooperación, afianzar su alianza y apuntalar la Unión Europea

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En 75 años, Francia y Alemania se enfrentaron en tres guerras. Se infligieron destrucción, centenares de personas murieron, las fronteras cambiaron y de un conflicto al otro el odio acumulado engendró más odio y más facturas de venganza.

Los contendientes terminaron extenuados, con sus economías en el suelo, y entonces se dieron cuenta que era mejor intentar otra vía para encauzar sus relaciones. Alemania y Francia decidieron sacar provecho a la paz, y en 1963 inauguraron una era de reconciliación y cooperación con la rúbrica del Tratado del Elíseo, en París.

El 22 de enero anterior, 55 años después de ese paso que dieron Konrad Adenauer, canciller germanooccidental, y Charles de Gaulle, presidente francés, la ciudad germana de Aquisgrán fue el escenario donde ambos países firmaron el “Tratado del Elíseo 2.0”, que apunta a ampliar el primero y a apuntalar la construcción del proyecto que tiene en la Unión Europea (UE) su estandarte.

¿Cuál es la trascendencia del nuevo acuerdo y por qué en este momento? De esto quiero “hablarles”, pues no es poca cosa.

La firma de Emmanuel Macron, presidente de Francia, y de Ángela Merkel, jefa del Gobierno alemán, en el Tratado de Aquisgrán tuvo lugar cuando se acaba de conmemorar el centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial (el segundo enfrentamiento en los campos de batalla entre Berlín y París). Hace 100 años se creyó, con ingenuidad y un optimismo idealizado, que Europa había aprendido la dura lección de cuatro años de carnicerías. Pero no: faltaba otra gran contienda, la segunda de carácter mundial.

De las ruinas del Reich que iba a durar 1.000 años (según Hitler) y de una Francia también devastada nació la reconciliación que dio un viraje de 180 grados a las relaciones fundadas en la amistad y la cooperación.

Visión de estadistas

Si de la mal concebida Paz de Versalles surgió un espejismo de paz en Europa y más bien alentó sed de revancha tanto en Francia como en Alemania, los horrores de la Segunda Guerra Mundial les abrieron a los ojos para visualizar que había un cambio de conducta o, de nuevo, se sumergirían en otro pulso bélico.

Los hombres que asumieron las riendas de sus países exhaustos no solo decidieron pasar la página, sino que apuntaron a una Europa fuerte en el escenario que, sin distanciarse de Estados Unidos, sí pudiese actuar con independencia en la escena internacional.

En resumen, los otrora enemigos ahora coordinarían y se harían consultas en materia de política exterior, defensa, educación, cultura y juventud.

Por cierto, y en cierta forma era comprensible, no faltaron las dudas sobre la viabilidad y la permanencia del Tratado. En Alemania hubo quienes lo compararon con las rosas, que tarde o temprano se marchitan. Un artículo de la Deutsche Welle (DW) cuenta que ante esa crítica, Adenauer, quien era un asiduo floricultor, respondió: “La rosa, y de eso entiendo algo, es la planta más resistente que tenemos”.

Lo cierto es que Alemania y Francia se constituyeron en las puntas de lanza de la construcción del proyecto europeo de integración.

La Europa en jaque

El “Elíseo 2.0” aparece en un contexto diferente. La Unión Europea se ha ido expandiendo a lo largo de los años y hoy cobija inclusive países de Europa del Este que hasta principios de los años 90, cuando la Unión Soviética se acabó, eran parte de la órbita de esta.

Mas, paradójicamente, la UE del euro como moneda común para muchos de sus socios, con libre tránsito de personas y bienes, con instituciones políticas, económicas y sociales supranacionales, no está exenta de cuestionamientos y apuros.

Para muchos ciudadanos, es una estructura burocratizada, distante y poco funcional.

Este malestar lo aprovecha la extrema derecha para llevar agua a sus molinos y se refleja en el avance en los parlamentos nacionales y regionales, particularmente en Alemania y Francia. Tanto así que inclusive la irrupción de Alternativa para Alemania (AfD) en el Bundestag, tras las elecciones general de setiembre del 2017, forzó a ingentes negociaciones entre los democristianos de Merkel y los renuentes socialdemócratas a formar un gobierno coligado, dado el riesgo de que otra votación diera más fuerza a la AfD.

No menos formidable fue el reto que planteó Marine Le Pen y su partido Frente Nacional (rebautizado Agrupación Nacional) que forzó a los franceses a acuerpar a Macron para impedir que la extrema derecha ocupara el palacio del Elíseo.

Ahora, con las elecciones del Parlamento Europeo en mayo, el espectro de un mayor progreso de esa tendencia es objeto de expectativa.

El Tratado de Aquisgrán no pasó por alto esta realidad.

Los suscriptores la reconocieron y por eso ratificaron su alianza para apuntalar la UE. “En momentos en que Europa se encuentra desestabilizada por el brexit y amenazada por los nacionalismos, por desafíos que sobrepasan el marco de las naciones, Alemania y Francia deben asumir sus responsabilidades y mostrar la vía”, destacó Macron.

El compromiso incluye trabajar por “profundizar la cooperación en materia de política exterior, de defensa exterior e interior”. Merkel y Macron son partidarios de crear un ejército europeo permanente, complementario de la Alianza Atlántica, que disminuya la dependencia del paraguas estadounidense.

Ambos gobernantes no están cómodos con los arrebatos de Donald Trump, particularmente con el retiro de pactos multilaterales que ha tensado las relaciones a ambas orillas del Atlántico.

Y en aras de contrarrestar las voces críticas sobre la integración y cooperación interfronteriza, el nuevo acuerdo busca acercarse a la gente, con iniciativas que beneficien la vida cotidiana. Por ejemplo: trabajo en empresas e instituciones en la región fronteriza, guarderías, educación, atención médica, posibilidades de empleo, proyectos de infraestructura...

No debemos ignorar que los dos firmantes pasan por malos momentos en sus países. Merkel salió debilitada de las elecciones generales y su partido Unión Demócrata Cristiana (CDU) y su hermano bávaro Unión Social Cristiana (CSU) no han dejado de sufrir varapalos en los comicios regionales. Incluso, la propia canciller ya estableció el 2021 como fin de su carrera política (si es que sobrevive, como desea, a su último gobierno).

Y en cuanto a Macron, el panorama no es mejor. Su gestión ha ido perdiendo respaldo y desde diciembre enfrenta las periódicas protestas de los “chalecos amarillos”, descontentos con su estilo de gobierno y con problemas como empleo, impuestos y calidad de vida.

Flota la duda de si cambios políticos fuertes en París y/o Berlín pueden comprometer el Tratado de Aquisgrán, que la ultraderecha y sectores de la izquierda radical no ven con buenos ojos.

Habrá que esperar.

Es todo por ahora.