Carlos Manuel Rodríguez, el surfista antisistema que vio bosques arder y nadó con tiburones

Coleccionista de lesiones y cicatrices, el jerarca del Fondo Verde del Clima de la ONU halló la convicción de su misión ambiental en las traicioneras crestas de una ola

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Carlos Manuel Rodríguez Echandi es un político y ambientalista que parece demostrar que un terremoto puede habitar bajo la piel de un ser humano. Lleno de energía y poder destructivo, se ha librado varias veces de la muerte pese a sus empeño en cruzarse con ella.

Lector voraz, (dice que a los 12 años ya había leído unas 15 novelas de Julio Verne), ha sufrido caídas, contusiones, cortaduras y otras lesiones en sus recorridos por montañas en calidad de conservacionista y ministro de Ambiente y Energía en tres ocasiones.

Tiene 62 años, 50 de los cuales ha jugado tenis competitivamente, pues incluso fue campeón centroamericano y nacional entre los 12 y 18 años; y surfeado durante los últimos 40, deporte en el cual ha sido muy feliz pese a tres lesiones graves que lo han mandando esas mismas veces al hospital.

Una vez, en abril del 2006, se perdió en el Parque Nacional Corcovado, donde casi lo mata una danta por acercarse demasiado a ella y a su cría.

Que todavía sobreviva a sus pasiones no sorprende pero sí provoca desconcierto (¡y asombro!), cómo pudo un muchacho insurrecto con una tabla de surf bajo el brazo y un estilo de vida de abierta crítica a toda autoridad terminar presidiendo el Fondo Mundial Ambiental (GEF por sus siglas en inglés): la “billetera” más grande del planeta para el cuido de la naturaleza con $5.330 millones previstos para ese fin hasta el 2026.

¿Cómo se transformó un joven insubordinado y “antisistema” en abogado, luego político y hoy jefe del ente financiero de la ONU con las más gigantescas sumas de dinero en la cuenta bancaria? Pues justo por tener siempre bien puestos los pies en la tabla de surf.

“El surf me unió a la naturaleza. El océano que nadé cuando empecé a surfear tenía tiburones, hoy el mismo océano ya no tiene. Llevo más de 20 años de no ver un tiburón mientras surfeo”, contó.

Empezó a buscar las olas en 1975 en Boca Barranca y Jacó, ambas en Puntarenas, pero también en playa Hermosa (Guanacaste) y Limón, “en océanos muy diferentes donde no había plástico”.

Marea de cambios

Aquella fue una década de hechos en Costa Rica que permearon a jóvenes como Rodríguez. Por ejemplo, el afán juvenil de independizarse de la familia y la autoridad en todas sus formas, el movimiento de liberación femenina y los hippies.

“Era la época de la contracultura, estábamos en contra del capitalismo y del comunismo, era una posición antisistema y los surfeadores teníamos una sensibilidad particular con la naturaleza por el contacto con el océano”, comentó.

En esa década sin Internet, los surfistas debían estudiar y comprender el movimiento de las mareas para saber cuándo era el mejor momento de buscar las olas.

“En los 70, lo único que sabíamos era cómo andaban las mareas, no había GPS y mucho menos la precisión digital de hoy. Antes, uno llegaba a leer el mar y a entenderlo. Ahí empecé mi conexión con el mar y la naturaleza”, explicó.

En aquel tiempo, tampoco habían hoteles o cabinas; surfear implicaba acampar y llevar comida, en un tiempo en el que era seguro y espontáneo irse así de paseo.

“Teníamos una conexión especial con el entorno y todo el movimiento de surfeadores era silencioso, novedoso y alternativo”, declaró.

Estas andanzas también lo sensibilizaron. Las salidas a surfear eran siempre en verano, porque en invierno los caminos a las playas eran lodazales intransitables por las lluvias, mientras que en el verano era común que ardieran hectáreas y hectáreas de bosques nacionales.

Antes, los agricultores y ganaderos aprovechaban el verano para retirar con fuego cobertura boscosa y así abrirle espacio a sus animales o cultivos. Las quemas eran el mecanismo más sencillo de manejo de suelo, pero fue algo que marcó por siempre al surfista.

Columnas blancas

“Nunca olvidaré la primera vez que entré a la península de Osa, en 1981. Llegué a un gran mirador desde donde se ve toda la península y ahí conté unas 50 columnas de humo de fuegos activos consumiendo bosques primarios para limpiar tierras. Viví la destrucción de los bosques del país”, recordó.

También fue en aquella época cuando empezó a conocer los cinco parques nacionales que existían y le resultó impresionante, con los incendios, “ver cientos de camiones con madera saliendo de todas las regiones. Era increíble”.

Todo aquello eso tuvo un gran efecto y forjó su vocación por la conservación. Según él, ahora la gente habla de que Costa Rica duplicó su cobertura forestal, pero nadie recuerda lo que fueron los 70.

“A mí me tocó ver el final de todo eso y decidí meterme a ver cómo enderezar aquello cuando ingresé al servicio público”.

Rodríguez se egresó del Colegio St. Claire, en Moravia, y luego empezó a estudiar Biología y Derecho en la Universidad de Costa Rica, en 1980, pero dejó la primera porque no podía lidiar con todas las asignaturas. Luego voló Estados Unidos a hacer una maestría en Derecho Ambiental y Política Ambiental.

A su regreso, en 1988, empezó a trabajar en el bufete de abogados de su papá, Manuel Rodríguez Echeverría, pero sin perder contacto con las primeras organizaciones de conservación que había en el país. Entre ellas, la Asociación de Servicio Comunitario Nacional Ambiental para la Conservación de la Naturaleza (Ascona), la primera de este tipo en Costa Rica y empezó a brindarle asesorías legales a esta y otras más.

Cuenta que por ese año, el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) buscó hacer dos represas en el río Pacuare y otra en el Reventazón, por lo cual lideró la pequeña organización Prorríos para oponerse al plan por la destrucción de bosques que se venía.

“Era una barbaridad. Al final, junto a otros grupos, paramos aquella locura”, recordó el hombre cuya esposa, Florencia Valverde Suárez, lo llamaba “abogado sin fines de lucro”, por dedicarle más tiempo a tareas que no generaban ingreso al hogar.

Hacia 1989, ya era ya el vicepresidente de la Federación Costarricense para la Conservación del Ambiente (Fecon) y quiso formar un partido político verde, “porque ni Liberación Nacional, ni la Unidad Social Cristiana tenían fundamentos ambientalistas en sus cartas ideológicas”.

Un rojiazul verde

El temor a ser estigmatizado y tildado de radical dio al traste con la idea y optó por unirse a la Unidad para buscar un cambio desde adentro. El expresidente Miguel Ángel Rodríguez Echeverría es el hermano menor de su papá y su tío abuelo era el expresidente Mario Echandi Jiménez.

Esto lo condujo a fungir como jerarca del Ministerio de Ambiente y Energía (Minae) en tres ocasiones (1998-2000, 2002-2006 y 2018-2020). Incluso, durante el gobierno de José María Figueres (1994-1998), trabajó en el Minae cuando era dirigido por René Castro.

“En 1995, René me llamó al Minae, en cumplimiento de un acuerdo político entre José María Figueres y Miguel Angel Rodriguez de que, sin importar quién ganara la elección, los partidos iban a trabajar juntos en una agenda de convergencia en temas ambientales”.

Según contó, entre Castro, él y el actual jerarca del Minae, Franz Tattenbach, crearon el programa de Pago por Servicios Ambientales (PSA).

Para cuando fue ministro, bajo el mandato de Carlos Alvarado, era el segundo ministro con mayor edad, solo por debajo de Rodolfo Méndez Mata; el presidente tenía 20 años menos que él. Eso, dijo, lo vio como una oportunidad de plantar el tema ambiental como un elemento fundamental de la administración.

“Al presidente Alvarado nunca debí explicarle la importancia de los temas ambientales como sí fue el caso con Miguel Ángel y don Abel Pacheco. Solo tuve que guiarlo y mi plan fue convertirlo en el presidente más verde del planeta. Para mí fue muy gratificante que él saliera en la portada de la revista Time”, aseguró.

Pero no todo es color de rosas. Él está consciente que el país padece una doble moral: parece hacer bien las cosas en lo ambiental, pero abunda la contaminación de los cuerpos del agua y hay un mal manejo de residuos en general.

“Esto es bien interesante porque al presidente siempre le caen las broncas”, opinó.

Según dijo, los temas ambientales que le han correspondido al Minae los ha manejado bastante bien, pese a sus grandes limitaciones, pero los temas de contaminación le corresponden a los ministerios de Salud, de Obras Públicas y Transportes y a Agricultura y Ganadería.

“A ellos eso no les interesa y por eso Costa Rica tiene esta irónica situación de una agenda verde sólida gracias al Minae y grupos civiles, y un gran problema de contaminación. Salud nunca ha tenido un ministro y un viceministro que no sean médicos; me parece que es hora de que al menos un viceministerio lo tenga un ingeniero porque la contaminación es un problema serio”, lanzó.

El surfo inconformista todavía palpita bajo la piel del político.