Amor sin fronteras: El mejor regalo al ser misionero en África

Róger Sánchez se casó con Inés Bukeyeneza, de Burundi. Tienen dos hijos y desde diciembre viven en Atenas, Alajuela

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Sus ojos irradian brillo, sonríe un poco, mira a su esposa fijamente, sujeta a uno de sus dos hijos y admite que África cambió su vida por completo.

Ese continente lo conquistó, le dio muchas lecciones de vida, le permitió servir a los más necesitados y compartir con los habitantes de barrios empobrecidos de quienes resalta su esfuerzo y solidaridad.

También fue ahí donde conoció a quien hoy es su compañera de vida, una ciudadana de Burundi llama Inés Bukeyeneza, de 29 años, con quien tiene dos hijos: Daniel Nganji, de cuatro años, y Dylan Ntahe de tan solo cuatro meses.

Él, Róger Sánchez, quien cumple 40 años este febrero y oriundo del cantón de Desamparados, vive con su familia en Atenas, donde se instalaron en diciembre, pues trabaja en un colegio para extranjeros como mentor, es decir, dando un acompañamiento a los estudiantes.

Por casi una década vivió en África, principalmente en Kenia, aunque también estuvo en Burundi, Ruanda y Tanzania. Luego de declararse ateo durante siete años, asistió a un retiro espiritual católico y nació un deseo incontrolable por ser misionero.

Primero estuvo en Guatemala, luego en México y en julio del 2008 llegó a Kenia. Un mes después conoció a Inés, en el instituto al que ambos asistían para aprender inglés, pues las lenguas maternas de ella son el francés y el kirundi.

Se dejaron de ver durante dos años, hasta que coincidieron en un centro comercial, donde renació el contacto. Róger estaba a punto de darse por vencido cuando Inés aceptó ser su novia, en el 2011.

Dos años después se casaron por la Iglesia en Kenia. Luego viajaron a Burundi para cumplir con la tradición de ese país, que es el pago de la dote a la familia de la novia. Se trata de un acto muy especial en que el novio pide a la mano de la mujer a sus padres, en una ceremonia que tarda dos horas y en que debe dar diversos obsequios. No consiste en un pago por ella.

Es un acto simbólico con mucho significado para los burundeses, que no celebran matrimonios como los que hacen los ticos. Los padres de Inés estaban completamente de acuerdo con la relación, aunque por tradición debían “negociar” con el pretendiente, en medio de una fiesta con música y la presencia de invitados.

“En Burundi no hay matrimonios arreglados, respetan la decisión de los jóvenes”, dice Róger, quien admite que estuvo nervioso durante el acto porque se realiza en la lengua kirundi, por lo que una persona le sirvió de traductora.

Primero vivieron en Kenia, donde llegó como misionero por dos años, pero luego se quedó en el país al abrir un negocio de computación y como profesor de español.

En diciembre del 2016 lograron venir a Costa Rica luego de un tortuoso y carísimo camino para inscribir a su hijo como tico, pues en África aún no hay consulados ticos. Primero recurrió a consulado de Colombia que le ayudó para autenticar un documento para el proceso, pero Costa Rica le pidió que llevara a su hijo a alguna sede diplomática en Europa para hacer la inscripción.

El problema es que el pequeño Daniel no tenía pasaporte. Entonces, con un salvoconducto dado por Kenia, Inés llevó a su pequeño a Burundi para intentar que le dieran la nacionalidad, pues las reglas de ese país establecen que solo se otorga a los hijos de hombres de Burundi, no de extranjeros, aunque la madre haya nacido ahí.

Con Daniel hubo una excepción. De inmediato, la opción fue solicitar una visa de turismo a Estados Unidos para viajar. Una vez en suelo tico, fue incluido en la lista de costarricenses. Además, aquí Róger e Inés se casaron por lo civil.

Al poco tiempo los planes cambiaron. Róger regresó solo a Kenia, pues su esposa quedó embarazada de Dylan, y prefirieron que naciera aquí. Además, ella debe permanecer al menos dos años en suelo tico para obtener la nacionalidad.

Primero vivieron en San Sebastián, San José, cerca de los padres de Róger. Inés relata que Costa Rica la cautivó y se sintió muy cómoda.

“Él estaba en África y yo sola aquí, no conocía africanos aquí, pero los ticos eran muy buenos conmigo, en la calle, en la clínica, en el bus o en la iglesia, me trataban muy bien, nadie me molestó. Los vecinos me decían que si necesitaba algo, que les dijera”, señala Inés.

Cuando se conocieron, ella ni siquiera había escuchado el nombre de nuestra nación. “Mi papá sí lo había oído, y me dijo que es un país pequeño, pero con la gente feliz”.

Ambos han tenido que adaptarse a diferentes culturas. En Burundi no se acostumbra a contar detalles de la vida a los demás, pero Inés se topó con la sorpresa de que los ticos cuentan hasta´el último detalle y preguntan de todo por curiosidad.

“Para nosotros los de Burundi la vida es confidencial, pero ahora cuento mi vida aquí. Otra cosa es que todo el mundo dice ‘mi reina’, ‘mi corazón’, ‘mi amor’... yo al principio pensaba por qué dicen eso”, comenta Inés.

Su español es bastante bueno; incluso dice “superinteresante” o “por dicha” como cualquier tico.

Ella tiene un bachillerato en Banca y Finanzas y una maestría en Administración Estratégica.

Róger no cambia por nada la experiencia de ser misionero. Siempre intentó ser uno más de la comunidad donde vivía.

“Me interesó que me vieran como una persona y viví con ellos, aunque no es bonito vivir bajo la línea de la pobreza. Iba a una casa y cocinaban espinaca y masa; después llegaba el vecino y comía, y otra persona y comía… tienen un gran espíritu de compartir”.

Este compatriota primero vivió en Kibera, el segundo asentamiento más grande de África, con un millón de habitantes, en Nairobi, capital keniana, donde las personas se aglomeran en un gran precario.

Luego se mudó a otro asentamiento de unos 150.000 habitantes llamado Korojocho.

“En los 10 años en que estuve en África, nadie me asaltó. Nunca ayudé de manera económica, sino en organizar para ayudar. Vi a mucha gente salir de la pobreza”, expresó Róger.

El futuro apenas está en planes; a Inés le encanta Costa Rica aunque extraña su país, Burundi. Ella quiere que sus hijos pasen un buen tiempo aquí para que no sean costarricenses solo por un papel, sino para que adquieran las costumbres del país.

Róger, por su parte, extraña África, al que le agradece todo lo que le ha dado en su vida.

Segunda historia de la serie Amor sin fronteras, de ticos a quienes el amor llevó a convivir con una persona de otra nacionalidad.

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