Andrei Tarkovski: 90 años del escultor del tiempo en el cine

Conocer la filmografía del director ruso es una experiencia que no se olvida. La aventura de adentrarse en su cine es caminar en un mar de sueños, fuegos y sensaciones que revolucionaron por completo las formas del sétimo arte

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Entrar al cine de Andrei Tarkovski a través del filme El espejo podría ser la última de las recomendaciones que un buen amigo quisiera dar. Para quien escribe estas letras fue un impacto súbito: involucró congregar el sentimiento de caminar en un sueño ajeno, el de escuchar un poema en ruso que nunca se olvida y mirar el fuego en la pantalla como pocos cineastas han podido retratar.

Pero desde aquel momento, en que Tarkovski sirvió para abrir los ojos de este servidor y dar cuenta de que el cine podía ser mucho más que los tres actos tradicionales a los que tanto se acostumbra en occidente, el sétimo arte se mira distinto. El cineasta soviético, con solo siete películas, logró crear un estilo único, asegurarse el sello de autor y retar todo lo que un medio nuevo como el cine podía concebir.

El 4 de abril nació el hombre que, como alquimista, pudo encontrar en el cine nuevas formas, texturas y sensaciones. Esculpir el tiempo es el mantra que legó a todas las generaciones; una reflexión que permanecerá vigente sin objeción alguna.

Película por película

La sorpresa de haber visto El espejo me dejó helado. Se trata de un filme inclasificable que recorre la vida del autor a través de postales: una mujer que mira el atardecer y se mece entre la hierba, una botella que se mueve sin tocar al borde de una mesa, planos secuencias que transportan a la cámara del jugueteo de unos niños hasta una casa incendiándose. No hay forma de hacerle justicia al filme a través de las letras: Tarkovski supo, como solo él podía, retratar las emociones que le generó su crianza en Rusia y su propio seno familiar.

Justamente, lo grandioso de El espejo es cuánto confía el director en el cine como medio con propia vida. Sus colegas rusos no entendieron aquella película maravillosa que subvertía cualquier concepción previa, pues Tarkovski estaba cansado de ver el cine como simple ilustrador de títulos literarios. El cine podía ser poesía, podía contar con largos planos sostenidos y dejar que el tiempo se acumulara en la pantalla. Tanta fue su confianza en el medio como para descifrar, en un oráculo, que en el cine se podía esculpir el tiempo.

El espejo, siendo su cuarta película, me trajo una duda personal: ¿Sería un error visitar su filmografía en desorden? ¿Ver la sétima película antes del resto podría sentirse como llegar tarde a una fiesta?

Así que debí devolverme a 1962, el año en que debutó Tarkovski en el cine gracias a un encargo que le pidió el Mosfilm (Instituto cinematográfico de Moscú). Hoy, hablar de encargos, remite a pensar en camisas de fuerza como las que Netflix encaja a los directores a la hora de hacer una película. La infancia de Iván, su ópera prima, no podría distar más de eso.

La historia de un pequeño niño que debe espiar en las líneas enemigas de una guerra no es, sino, una de las formas más líricas en que se ha planteado una película bélica. La cámara no es un mero instrumento de registro; está viva, se mueve, corre con el soldado que besa a una mujer al borde del precipicio y atestigua los cuatro sueños en que Iván recuerda el asesinato de su madre y la herida que lo acompañará por siempre.

Siendo un filme reducido en presupuesto, actores y escenarios, Tarkovski logró tanta relevancia como para ganar, ex-aequo, el León de Oro del Festival de Venecia y prepararse para su siguiente gran aventura: Andrei Rublev.

No es casualidad que estas líneas se escriban al lado de un póster de dicha película, en que el protagonista aparece con una pintura en su mano y con un aura dorada en su cabeza. Andrei Rublev es muchas cosas, pero sobre todo es la confrontación del humano que trata de retratar el mundo bajo sus propios términos y, en el camino, encuentra que el destino divino puede que no solo sea invisible, sino también imposible.

Al contar la historia real de un pintor sacro, el director ruso construye a un personaje que se da cuenta de lo imperfecto que es el hombre y, quizá, también Dios. Es un filme de diálogos pausados, de guerra, de globos que se alzan en el aire en tiempos en que ni se podía imaginar lo que sería un dron. Siendo un muchacho delgado y timorato, Tarkovski demostró ser un titán.

El siguiente filme en su lista, titulado Solaris, lleva el terrible motto de ser la “competencia soviética” de 2001: Odisea en el espacio, el gran sci-fi del estadounidense Stanley Kubrick. Tal etiqueta no podría ser más errónea.

Solaris cuenta la historia de un planeta cuya agua evoca memorias pasadas de los tripulantes que la invaden. Aún siendo una cinta poética, que dejó de lado el fetichismo por la tecnología que tanto ha marcado al género de la ciencia ficción, es posiblemente la menos “tarkovskiana” de sus películas, pues el cineasta sufrió el acoso de la productora y los pleitos con el actor protagónico Donatas Banionis. Por eso no es de extrañarse que su siguiente filme (El espejo) fuera tan personal, para así sacudirse de esa experiencia.

Etapa final

Si alguien dice que Stalker es su película favorita de Tarkovski, no sería ninguna locura. El quinto largometraje es uno de los más complejos del director, pues vuelve al terreno de la ciencia ficción para explorar un sitio esotérico llamado “la zona”. Para llegar allí, la tropa protagonista (un científico, un escritor y un hombre de fe) pasa una aventura que denota los talentos del cineasta. Drama en blanco y negro, acción en color sepia y un descubrimiento final, a todo color, en medio de nieblas y horizontes infinitos. En “la zona” se encuentra una puerta que concede un deseo. ¿Qué tanto conviene saber lo que desconocemos?

Por supuesto, hablar de un lugar prohibido en el que los sueños se podían cumplir cayó bastante mal para los altos mandos de la Unión Soviética. Hace poco, el escritor tico Adriano Corrales, quien vivió en los ochentas en ese territorio, me contó que para ver las películas de Tarkovski había que ir a tandas clandestinas con termo de café en mano para tomar una maratón de la filmografía del cineasta, pues su cine se convirtió completamente en enemigo del aparato soviético.

Para sorpresa de nadie, Tarkovski debió huir de su país. Su primer filme en el exterior fue Nostalgia, grabado en Italia. Para este redactor, Nostalgia es la comunión final de todo el talento del cineasta. La historia de un renombrado poeta que sale en expedición, con el fin de investigar la vida de un compositor, es simplemente la excusa perfecta para una meditación sobre la trascendencia de los actos del día a día.

El periodista Adrián Massanet lo dice mejor que nadie: “Para Andrei, esta era su película más redonda. No concebía ninguna forma de lirismo más elevada que la propia confesión en forma de imágenes. Y si en El espejo la confesión era un puzzle de recuerdos de la infancia, aquí se centra en la dolorosa conmoción que dejan esos recuerdos, como una puerta mental a un mundo perdido para siempre”.

Nostalgia, además, contempla uno de los planos secuencias más poderosos que se pueda atestiguar: durante nueve minutos, el protagonista transita de un lado al otro de la pantalla sosteniendo una vela, con el goteo del agua a sus espaldas y el Réquiem de Verdi respirándole en la nuca. La pausa y la meditación en esta escena desnudan el carácter meditativo de un autor maduro, que ya no le debe explicaciones a nadie.

Finalmente, aparecería El sacrificio, película que se gestó durante el exilio del cineasta en Suecia, la tierra del gran Ingmar Bergman quien permeó muchísimo las texturas del filme y que, de hecho, contó con actores característicos de aquel otro maestro del cine.

La cinta es la adecuada historia crepuscular, una que hace ecos con el entorno del autor. En el filme, explota la Tercera Guerra Mundial (el filme se gestó durante los puntos álgidos de la Guerra Fría). El protagonista de la historia, un hombre que está de cumpleaños, se convence de que una de sus criadas es una bruja que tiene el poder de salvar al mundo mediante un último sacrificio.

Ocho meses después de su estreno, en 1986, Tarkovski falleció. Murió por cáncer pulmonar y no falta quien diga que alguna agencia soviética se encargó de intoxicarlo. Por eso las comparaciones con el título de la cinta (El sacrificio) quedaron servidas: Tarkovski prefirió el exilio para no dejar de hacer sus películas. Ese fue el sacrificio, casi religioso, que fortaleció aún más el legado de su obra.

Fue en los géneros del biopic, en el bélico, en la ciencia ficción, en la autobiografía o en la tragedia, que Tarkovski siempre fue Tarkovski. Encontró que, con sus planos largos, no habría editor que pudiera machacar su idea. Sus inmaculadas ideas pretendían quedarse por siempre. A 90 años de su nacimiento, sería absurdo no creer que su pretensión se convirtió en profecía.