Zapping: La nueva sangre

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No es que seamos un gremio lleno de zopilotes, pero vivimos en tiempos en los que los periodistas desempleados quizá no sabían cuál noticia era más importante: que Édgar Silva anunciara su salida de Teletica (o su retiro temporal; nadie lo sabe) o que había una plaza vacante en canal siete.

Según el último informe del Estado de la Nación, aproximadamente siete de cada cien periodistas graduados no tienen empleo, mientras que el dato de cuántos periodistas trabajan en campos laborales distintos todavía no es muy preciso. Sencillamente, la calle está fea.

No es solo a lo externo que el panorama es poco alentador, sino también a lo interno de los medios de comunicación. Los despidos en estas empresas (con la intención de bajar costos) son cosa de todos los meses, aquí y en el mundo.

Por otro lado, desde hace rato muchos asumen que los periódicos están en agonía, y muchos medios han tenido que avocarse a la publicación de contenidos fáciles, sensuales, que quiten pocos recursos (económicos y neuronales) y que se conviertan en una lluvia de clics.

Con ese panorama, ni el mejor periodista de la generación emergente tiene alto chance de cumplir los objetivos que una vez se planteó para su carrera (y huella en el mundo) en un medio tradicional, por la incompatibilidad que puede darse entre sus anhelos y las finanzas de la empresa, acosada por las arremetidas de la crisis mundial de la industria.

Lo sé: siempre dijeron que trabajaríamos haciendo lo que amamos, pero el sistema actual de los grandes medios no favorece esa ideología y lo vemos hasta en gigantes primermundistas. No les sirve tener a periodistas brillantes profundizando en temas específicos que les apasionan; les sirve tener a periodistas regulares encargándose de todas las fuentes y cumpliendo con una cuota de notas.

Así las cosas, es probable que quienes tienen empleo en el área no la pasen muy bien formando parte de maquilas de noticias más en pos de la cantidad que de la calidad, y que en algunos casos están cada vez más alejados del principio de la libertad de la información como un derecho fundamental.

Pero no todo va mal. Al mismo tiempo que algunas compañías evalúan sus nuevos modelos, hay toda una generación fresca de comunicadores impetuosos que tienen ganas de cambiar el mundo, y que lo harán, ya sea en medios tradicionales o en los propios.

Se viene la nueva sangre: periodistas sin anhelos de fama, con sabiduría que nadie más tiene, que no le toman miedo a lo nuevo, que reconocen que lo plausible toma tiempo y no se hace la ligera, que saben que redactar artículos con títulos como “11 delicias que todo tico extraña cuando está en el extranjero” es fácil, pero que no están orgullosos de hacerlo; periodistas que pueden ser una amenaza para los dinosaurios si no se espabilan.