Zapping: Ideología vs. frijol-ogía

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En los 90, el comediante Bill Hicks tenía una rutina en la que le rogaba a cualquier miembro del público que se suicidara si trabajaba en marketing o publicidad. “En serio, no es broma: mátate. Es la única forma de salvar tu alma; eres el destructor de todas las cosas buenas. Eres el peón de Satanás, llenando el mundo de violenta contaminación”.

Bill Hicks es para unos pocos lo que Jesús es para muchos: un héroe, un guía espiritual, un ejemplo. Esto lo logró siendo justamente la antítesis de todos esos adjetivos; un tipo adelantado a su época que estaba a favor del aborto, criticaba la guerra contra las drogas, se burlaba de los no-fumadores y del consumismo, y le tiraba duro al gobierno de su país.

Hicks murió en 1994, para luego ser celebrado por toda la gente que no le puso atención en su momento, pero si algo dejó en el mundo fue su convicción por el pensamiento propio, autónomo y humanista, tanto que instaba a su público a no tomarse tan en serio nada de lo que decía, porque invitaba a cuestionárselo todo.

En el sentido del mercadeo, estoy por igual de acuerdo y en desacuerdo con Hicks. Estoy de acuerdo porque entiendo que no es literal, por más que él hiciera hincapié en que sí lo era. Entiendo que su objetivo era dejar claro que estas profesiones son –desde un punto de vista ingenuo– síntomas del cancerígeno sistema económico actual, en el que se fabrican necesidades... innecesarias, por medio de grotescas campañas publicitarias.

La ironía es que, aunque trato de evitar la publicidad la mayor parte del tiempo, mi salario lo paga la publicidad. Tengo líos por resolver con eso, pero es común que el contexto nos obligue a hacer cosas con las que, en el papel, no estamos de acuerdo; a priorizar necesidades por encima de ideologías, o a moldear ambos impulsos para que no sean exclusivos.

Esta dualidad le sucede a gente de todos los campos. Por ejemplo, el arte. Algunos quisieran que el arte fuera intocable, pero tampoco se escapa, más cuando se trata de una sociedad en la que la cultura es un negocio para muy pocos (y todavía menos artistas), como Costa Rica.

Recientemente, los músicos costarricenses Debi Nova,424,Cocofunka y Gandhi fueron patrocinados por una compañía extranjera de telefonía móvil, y desde entonces han aparecido en toda la prensa guapetones y cantando jingles .

Esto les ha traído, según ellos dicen, críticas por parte de fans que aprovechan para sacarles el banderín de “vendidos” y jugárselas de muy consecuentes, cuando de fijo escribieron sus elocuentes comentarios en Facebook usando celulares como los que promociona la compañía extranjera, pero de otra empresa (y si es nacional, ¡dese por el pecho!).

Sucede que, desde hace años, las disqueras quitaron sus ojos de la música costarricense y, si algún artista local llega al top 10 de iTunes Costa Rica, es porque vendió 100 copias de un tema a pura jacha. Los músicos se sostienen por los conciertos, si es que se sostienen. Los bares cobran un porcentaje de la entrada, los medios les dan “exposición” a cambio de tocar gratis en sus eventos, y una gran cantidad de gente es indiferente.

Así que, si esta compañía está siendo justa con su pago al trabajo de estos músicos, y si los músicos están de acuerdo con cantar jingles y posar para la foto que saldrá a dos planas en el periódico, no veo ningún problema, e incluso me alegra por ellos. Si lograron superar la treta deontológica o si encontraron una manera de revertir la situación, es un plus .

Si otros artistas prefieren declinar antes de poner su integridad en jaque con una movida así, tampoco hay problema, al igual que si algún fan está tan decepcionado de las bandas participantes que ya no siente lo mismo por su música.

No pasa nada ni es el fin del mundo. A fin de cuentas, todos están hablando sobre el brete nuevo que se consiguió Fulano, y todos necesitamos brete. Es bueno recordar que uno nunca sabe en qué va a terminar trabajando para poder llevar los frijoles a la casa.