‘Cuando conocí al Chapo’: una serie documental imperdible

Cuando creímos que todo o mucho de lo ocurrido con el Chapo Guzmán y los actores Kate del Castillo y Sean Penn, la nueva serie documental de Netflix asombra y cautiva: es una mirada íntima, reveladora e inaudita sobre todo lo ocurrido.

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No, no la vimos venir. Los “Neftlix-fans” apenas arqueamos la ceja cuando se anunció la serie que contaría las verdades de Kate del Castillo sobre el mundialmente sonado escándalo de su encuentro, junto al actor Sean Penn, con el narcotraficante más buscado del mundo, Joaquín Guzmán Loera. No cometa el mismo error, no la mire de soslayo. Es de consumo obligatorio. Éntrele de una vez. Si decide leer lo que sigue, eso sí, prepárese para uno que otro spoiler . Pero solo uno que otro.

1) No es, ni remotamente, un refrito de lo que ya sabíamos.

Hace año y medio y durante meses, un tremendo escándalo estalló en los medios mundiales cuando trascendió que la actriz mexicana Kate del Castillo y su colega, el astro estadounidense Sean Penn, habían logrado llegar hasta la guarida del Chapo Guzmán cuando este era el fugitivo más buscado del planeta. La novela de la vida real culminó con cierre delirante que en una producción hollywoodense probablemente habría sonado a ficción barata: la espectacular captura del capo, hoy encerrado (posiblemente de por vida) en una cárcel de Nueva York, Estados Unidos.

Los detalles y las revelaciones del caso mantuvieron en vilo al mundo durante semanas.

Di por sentado que no habría mucho nuevo qué contar en Cuando conocí al Chapo. Lo asumí como un refritazo. Le di play casi por inercia, el día después del estreno. Cinco minutos después, cancelé todos los planes del sábado. La terminé y la volví a empezar. Ninguna maratón de ficción me había revolcado la capacidad de asombro como lo logró Kate del Castillo con los delirantes e íntimos entretelones de Cuando conocí al Chapo.

2) Kate del Castillo, en sí misma, es un espectáculo de mujer. En realidad, es un espectáculo de persona. Debo decir que mi admiración por ella como actriz se supeditó siempre a los cuatro minutos en los que protagonizó a una enferma mental en el video de aquel piezón de Ricky Martin, Fuego de noche, nieve de día (1995). Jamás la había visto actuar en una telenovela, película o serie. Ni siquiera hice el intento con La reina del sur , a pesar de haber seguido con fruición El patrón del mal , El cartel de los sapos y, por supuesto, las tres temporadas de Narcos de Netflix. Hubo una excepción, meses atrás, cuando me dejé capturar por Ingobernable , producida por Netflix y protagonizada por ella. Paradójicamente, su excelente actuación ahí terminó de desinflarme las expectativas de lo que podía esperar en su documental sobre el Chapo.

Ingobernable era pura adrenalina ¡qué buena Kate! Qué mujerón, qué condición física, que cuarenta y tantos años tan bien llevados, qué belleza más intocada (al menos, no que se note) por el bisturí.

Seducirme con sus dimes y diretes sobre el cacareado asunto del Chapo parecía una tarea de esas que uno hace por cumplir. Estaba muy equivocada.

3) Realización impecable. Estéticamente, como es habitual en las producciones de Netflix, la serie es un lujo. No tengo conocimientos formales de cine pero, en mi artesanal criterio, ese que se deja llevar por lo sensorial –y que es lo que realmente mueve a la teleaudiencia que, en su inmensa mayoría, tampoco es erudita en cuestiones técnicas– la ambientación, el vestuario, las diferentes locaciones desde las que Kate expone su intimidad, las tomas desde todos los ángulos, la iluminación acorde con cada pasaje... todo suma para que el espectador se sienta, casi en todo momento, al lado de Kate, ya sea en el recinto dotado de una mesa y una silla desde donde cuenta la mayoría de la historia, o en las tomas de apoyo que nos hacen sentirnos junto ella en el avión o en los narco-carros que la condujeron, a ella y a Penn hasta el infranqueable refugio del Chapo Guzmán en algún lugar montañoso del noroeste mexicano.

4) Los famosos de tú a tú. La globalización y la explosión de la tecnología de punta en comunicación ha terminado por conectarnos, casi a un nivel paralelo, de tú a tú con las figuras mundiales de cualquier ámbito, en lo que hasta hace dos o tres lustros parecía imposible.

Más allá de que las vidas de los famosos hoy se han vuelto una suerte de reality show (con o sin su consentimiento), susceptibles de ser grabados en cualquier lugar y por cualquiera, con un teléfono inteligente, también conocemos decenas de casos en que un tuit llamativo de equis civil en cualquier lugar del mundo, provoca una respuesta del presidente de Estados Unidos, de Charlie Sheen, de Cristian Ronaldo... de alguna manera, las celebridades dejaron de ser figuras etéreas para convertirse ante nuestros ojos en lo que siempre han sido, gente como cualquiera... solo que famosos.

Sin embargo, el nivel de detalle e intimidad con el que Kate y la producción van develando cómo se tejió toda esta increíble historia, nos acerca, como si hubiéramos estado ahí, a comunicaciones que terminan por parecernos de lo más normales, como si fuéramos nosotros los que estamos mensajeándonos por WhatsApp con Sean Penn o con el mismísimo Chapo.

5) La transparencia y fluidez del relato de Kate son fascinantes. De nuevo, es como si la amiga querida se sincerara con uno y le cuente en detalle todo lo que vivió y cómo diantres se fue metiendo en una bronca marca diablo que en un momento la arrinconó durante meses en un escenario que parecía no tener otra salida que no fuera un trágico final, no solo para ella, sino para sus padres, hermana, sobrino.

¿Actúa Kate del Castillo en algunos de los pasajes? ¿Esas lágrimas que nos hace brotar de rabia, de conmiseración, de solidaridad... nos las provoca porque es muy genuina o porque es demasiado buena actriz?

En cualquiera de los dos casos, la conclusión sería sorprendente.

6) La contextualización. Las entrevistas con testigos de excepción le dan un valor enorme a la serie documental. Incluso el orden en el que se insertan los testimonios –que incluyen desde la mamá del Chapo, una señora humildísima a la que también dan ganas de abrazar largamente– hasta parte de la crema y nata de periodistas de investigación en México y Estados Unidos. Ni qué decir de las mejores amigas de Kate, quienes cuentan en paralelo cómo fueron descubriendo, aterrorizadas, el embrollo en el que su admirada pero también, lanzada amiga, se metió.

7) El romance sorpresa. Una de las revelaciones más explosivas, y que nadie vio venir, fue la del vínculo emocional/sexual que se dio entre Sean Penn y Kate del Castillo. Ni los más maliciosos de mente pensamos, durante todo el episodio noticioso, en que aquello iba a terminar en un ligue. Si antes del viernes 21 de octubre, día en que se estrenó el documental, se hubiera hecho un sondeo sobre las posibilidades de que Kate hubiera tenido algo con Penn o con el Chapo, la segunda alternativa habría ganado por abrumadora goleada. Sobre todo por los mensajes que se entrecruzaron Del Castillo y el Chapo, durante el planeamiento de su encuentro y que luego fueron liberados por las autoridades.

Por cierto, los contenidos de esos mensajes... no todo es lo que parece.

De vuelta a la sensacional revelación de Kate sobre su relación con Penn, el día del lanzamiento de la serie, hay que decir que el “tuve sexo con Sean” se queda corta a la par del episodio amoroso que se decantó entre estos dos durante aquellos meses de locura.

8) El Chapo, el pueblerino. Hay poco, poquísimo espacio para la risa a lo largo de la trepidante serie.

Excepto por algunos trances, en su mayoría provocados por la sencillez de un Chapo pueblerino, de dichos campesinos (esto se aprecia en los diálogos con sus hijos y, por supuesto, en los videos que le pidió Sean y donde sale hecho un ajito, en medio de un pasaje rural y, mientras habla quedo es interrumpido por un desgalillado qui-qui-ri-qui, mientras el otro ni se inmuta). Pero nada como cuando, molesto por una situación equis, el Chapo, algo enojado, le llama “Mechudo” a Penn.

9) Un México sangrante. El dedo en la llaga sobre la crisis de corrupción que asola a México. La serie nos acerca a la tragedia que está viviendo ese país, nos explica, nos enseña, nos asusta, nos llama a reflexionar, nos incita a actuar. Porque, indefectiblemente, nos remite a nuestra propia batahola de podredumbre en los máximos poderes.

10) Lo que es, es. Cuando conocí al Chapo no pretende aleccionar a nadie. Cuenta los intríngulis increíbles de hechos y relaciones protagonizados por personajes impensables y con un desenlace en el que no se repara, prácticamente hasta el final, cuando nos percatamos de que uno de los hombres más ricos del mundo (más rico que el Gobierno de México), visto como una celebridad por sus audaces escapes, su fama de Robin Hood de los pobres y temido por las carnicerías que se le endilgan (responsable de al menos 10 mil muertes, dicen las autoridades) se encuentre confinado desde hace nueve meses a una oscura celda, sin contacto de ningún tipo con el mundo, a punto de volverse loco (dicen sus abogados y las organizaciones de derechos humanos) y, lo peor, destinado a vivir así lo que le quede de vida.

Antes de ser el hombre más rico del cementerio, el Chapo Guzmán está por convertirse, a partir de abril, cuando se inicie el juicio en su contra, en el mayor millonario con la vida más miserable del planeta. Por lo pronto, la serie de Netflix, sin proponérselo, le lanzó la primer gran palada a la leyenda.

Porque irónicamente, todo esto se originó en la megalomanía del Chapo, al querer ver plasmada su vida en una película. Y ya enfilándose al cierre, Cuando conocí al Chapo suma al meganarco prácticamente en el olvido.