Cero Poses Juan Cayasso: Ángel de ébano

Esta no es una entrevista de fútbol. Son las reflexiones de un ser humano común, pero no corriente.

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Q ué te digo, fue pura intuición. Yo estaba en posición favorable. De pronto vi que Marchena se enfiló hacia el centro del área. Y antes de que Héctor le pasara la pelota a Jara, decidí tomar distancia de Claudio, porque los dos estábamos muy pegados. Él hizo el taquito. Y lo que siguió…

“Fue una vivencia intensa, maravillosa. Pero la vida tenía que continuar…”

Juan Arnoldo Cayasso Reid está ahí, puntual, en el café donde acordamos. El abrazo es sincero. Todavía no enciendo la grabadora y me da las gracias por esta entrevista. “Siempre me has apoyado”, expresa. Su sonrisa es franca, abierta. Sin embargo, un velo de tristeza se dibuja tenue en seres que, como él, por muy variadas razones, son diferentes. Juan se confiesa agradecido con Jehová por todo lo que ha recibido, pero más por la ilusión de amanecer cada día.

Ha tenido tiempos de abundancia y travesías en la oscuridad. Sin embargo, no prefiere una cosa de la otra, simplemente las vive. “Yo pienso que todo me sale bien, aunque a veces me vaya mal”. Esa es su ley, el norte de un triunfador. La cultura del éxito que fomenta la sociedad del tener sobre el ser, no encaja en la personalidad de este filósofo de lo cotidiano.

La fotografía de portada de su libro El Gol de Italia 90 Destino, Suerte o Casualidad fija el instante crucial de la jugada histórica. El balón ya superó la sumergida del guardameta Jim Leighton. En un segundo plano, Héctor Marchena y Claudio Jara siguen atónitos el corto trayecto de la pelota a la red y a la felicidad. Atrás, tres jugadores escoceses parecen no comprender, mientras las sombras que se alargan sobre la gramilla retratan la tarde de sol del 11 de junio de 1990, un verano italiano que nuestro pronóstico del tiempo fijó en la eternidad.

Aquí fue la locura. Le ganamos 1 a 0 a Escocia y los periodistas de ese país pedían a gritos que se detuviera el mundo, porque se querían bajar. El limonense fue el actor protagónico de una travesura que gestaron todos en la Selección Nacional, gracias a la decisiva influencia de Velibor Milutinovic, un flautista de Hamelin que les vendió una ilusión. Y ellos se la compraron.

Esta no es una entrevista de fútbol. Son las reflexiones de un ser humano común, pero no corriente. Dice que es feliz. Y hay que creerle. Porque lo afirma con absoluta transparencia. Juan Cayasso es un ángel imperfecto, un ícono que al caminar deja ver en su rodilla izquierda el efecto implacable de los gendarmes de hierro que marcaban, por la buena o por la mala, al prodigioso mediocampista. Primero en Alajuelense y después en el Saprissa, Cayasso sentó cátedra con su estilo desde el principio de los ochentas, cuando Juan Blanco vio en aquel negrito espigado un potencial que no habían apreciado otros cazatalentos el día en que se fue a probar al Morera Soto. Jugó con la Liga y luego se pasó al Saprissa, un cambio de camiseta que, en su momento, conmocionó al mundo futbolístico nacional.

El brillante papel que desempeñó en Italia 90 lo llevó a Alemania, donde jugó con el Stuttgarter Kickers, equipo con el que Cayasso ascendió a la Bundesliga. Jugó allá dos años y sintió en el alma los insultos de una sociedad clasista. “Hay una realidad en torno al color de la piel. En Alemania viví la bendición de sentir lo que pudo haber sufrido un ser de mi etnia. Fue duro, pero me hizo crecer espiritualmente”.

A retomar los sueños

“Tras dos años en Alemania, regresé al país con mi familia en crisis, pues el matrimonio se deterioraba, se deterioraba…” Fui aprendiendo que hay sueños que se logran y otros que no. Todo eso lo valoro gracias a mis fuertes convicciones espirituales. Sigo a un Dios todopoderoso y supremo.

“Volví al Saprissa y más adelante Carmelita me abrió las puertas. ¿Ves?, siempre hay puertas que se abren. Mientras estuve en Carmelita, quise hacer entender a mis compañeros de equipo que daba lo mismo disfrutar de una ducha en los vestuarios del Kickers alemán, que con guacal sacando el agua de un estañón, como lo hacíamos en el barrio El Carmen, después de los entrenamientos. ¿Sabés por qué?, porque las carencias te enseñan, mientras que los éxitos dejan poco aprendizaje; aunque, claro, dan satisfacciones.

“Yo no me apego a las cosas. Las vivo como vienen. Por ejemplo, si volvemos a lo del gol en Italia 90, jamás pensé que aquel momento quedaría registrado en la historia. Para mí todo fue cuestión del disfrute de jugar, de estar ahí, de vivirlo. Recuerdo que me decía: ‘Estoy en un Mundial, lo estoy jugando, lo estoy disfrutando, pase lo que pase’.

“No te niego que me produce alegría cada vez que, al recordar mi trayectoria, alguien se acerca y me dice: ¡Qué bien, lo lograste! Eso te da confianza para seguir luchando y conseguir nuevos triunfos.

“También es agradable que la gente se acuerde de cosas que pasaron hace más de 20 años. Cuando las personas me reconocen en la calle, siento algo bonito, sobre todo si me sonríen, porque interactuar con los demás es lo que realmente me gusta.

“Muchos padres de familia me paran en la calle y me presentan con sus hijos. ‘Vean, él es Juan Cayasso. Hizo el primer gol de Costa Rica en el Mundial de Italia’, les explican. Los papás me dan la mano y me abrazan efusivamente. Los chiquillos, un poco extrañados, me saludan con respeto. Y luego, al tiempo, me encuentro con alguno de esos niños y ya me saluda y me dice: ‘Hola, usted es Cayasso, el que mi papá me dijo que hizo un gol en Italia 90’. Eso se multiplica y sigue ahí, como una leyenda”.

Lo mejor de Limón…

Una vez, hace varios años, mientras el suscrito hacía el recorrido entre el estadio nuevo de esa ciudad y la carretera, Juan Arnoldo me pidió que observara cómo la gente de su tierra disfrutaba de un domingo de fútbol. Había ventas de patí, carne asada, granizados y agua de pipa. “Esto es Limón”, me dijo. “Un lugar lindo, donde se vive con esperanza; nada que ver con lo que los medios de comunicación divulgan hasta el cansancio”.

Allá, en Limón, Juan vive con su madre, Muriel Reid Carr, y viaja en bus a San José cada vez que se necesita. No se volvió a casar, pero se comunica con sus hijos, José Pablo, Naomi y Juan Gabriel. “Nos llevamos muy bien”, reflexiona.

En la actualidad, Juan Cayasso es el director deportivo del Comité Cantonal de Deportes de Limón. “Cada vez que mis compañeros y yo vamos a alguna comunidad limonense a entregar balones de fútbol, disfruto como el que más cuando los chiquillos lanzan la pelota al aire y corren tras ella, como lo hacía yo”, comenta.

Disfrutamos de un buen desayuno. En las dos horas que permanecimos en el sitio, los meseros se afanaban por atenderlo, mientras que no había comensal que no mirara, aunque fuera de reojo, hacia la mesa donde nos encontrábamos.

Al salir, un nuevo abrazo y la promesa de volver a compartir un café. Juan Arnoldo Cayasso tomó su maletín y se perdió entre la gente, en las inmediaciones de la iglesia de El Carmen. “Yo pienso que todo me sale bien, aunque a veces me vaya mal...”

Es su ley, el norte de un triunfador.