Walter Ferguson, el rey del calipso limonense, muere a los 103 años

Adiós, Mr. Gavitt: el legendario cantautor de Cahuita falleció dos días después de que la Asamblea Legislativa le diera la Ciudadanía de Honor. Su cancionero es la voz del Caribe y su obra un referente de la cultura costarricense

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Walter Gavitt Ferguson Byfield, símbolo y exponente por excelencia del calipso limonense, falleció este sábado 25 de febrero en Cahuita. El legendario músico tenía 103 años y su muerte se da solo dos días después de que la Asamblea Legislativa lo declarara Ciudadano de Honor de Costa Rica.

La noticia fue confirmada por su colega, el cantautor Manuel Monestel, quien siempre fue cercano a don Walter. “Ha muerto un griot, un rey de la canción, un calypsonian como pocos, un ser humano especial, un amigo, padre, mentor que cambió mi vida y mi visión de la música y la canción”, escribió Monestel en sus redes sociales.

Walter Ferguson nació el 7 de mayo de 1919 en Guabito, el último pueblo del Atlántico antes de que el terreno de Panamá se cruce con el de Costa Rica. Nació en Panamá, sí, pero a los dos años ya estaba viviendo en Limón, y poco tiempo después Cahuita era el pueblo que lo cobijaba, al lado de sus padres.

Hijo de un jamaiquino –Melsha Lorenzo Ferguson– y una tica-jamaiquina –Sarah Byfield Dykin–, se consideraba un hijo de Cahuita y un costarricense de sangre, más que un panameño. Tuvo ocho hermanos y durante su infancia a ninguno de los 11 seres humanos que vivían en su casa les faltó un plato de comida.

Cuando era niño, su madre solía decirle que llegaría a ser un gran músico, por lo que no tendría que ir nunca a trabajar a la finca. De niño aprendió a tocar la dulzaína, el piano y el ukelele, pero no fue hasta después de cumplir 20 años cuando aprendió a tocar guitarra, primero, y clarinete, ya más entrado en edad, sus instrumentos predilectos.

Además, desde los ocho años se caracterizó por silbar como pocos, con una potencia y una melodía que muchos deseaban poseer. Con un sencillo silbido, Ferguson podía levantar los ánimos de un grupo de amigos o bien llevar la dirección de un conjunto de músicos.

“De la música nunca he podido vivir ni mantener una familia, a pesar de los vaticinios de mi mamá”, escribió en una biografía publicada en el libro Walter Ferguson, el rey del calipso, compilado por Françoise Kühn de Anta y publicado por la editorial de la UNED en el 2006. “He tenido que ponerme a trabajar, y duro, como todo el mundo”, agregó.

Para el señor Gavitt, el calipso no era un fin, sino un medio. Trabajo lo había, ya fuera en la pulpería del vecino (donde aprendió a tocar guitarra antes de comprar una, a los 22 años) o en las plantaciones de cacao o banano que se desarrollaron en Limón durante el siglo pasado. Pero la música era un medio de diversión, de entretenimiento y de formar comunidad.

Después de pasar toda su infancia aprendiendo a tocar instrumentos de forma autodidacta, y de ver a muchos calipseros amenizar reuniones y fiestas en Cahuita y otros pueblos limonenses, escribió su primer calipso a los 20 años, sin saber que eso seguiría haciendo durante casi ocho décadas más.

“Solamente hay calipso donde hay negros, y antes eso solo ocurría en la provincia de Limón”, escribió en su biografía, después de explicar que el calipso lo trajeron a Limón cazadores de tortugas jamaiquinos y que no se trataba solo de tocar y cantar canciones, sino que era toda una puesta en escena cultural muy propia de los caribeños.

Similar a lo que sucedía en el hip-hop en Estados Unidos, pero desde mucho tiempo antes, Ferguson explicaba que el calipso era “una improvisación, muchas veces llevada a cabo en una competencia, sobre un tema que surgía en cualquier momento y lugar de la vida diaria”. Con los años, la tradición de los “duelos” de calipso se fue perdiendo.

Pero, más que eso, el calipso siempre era una broma para don Walter. Era una broma porque una de sus características básicas era que tenía que causarle gracia al público, así se tratase sobre una catástrofe o sobre una buena noticia. El calipso contaba historias de forma jocosa, improvisada y poética, porque siempre tenía que rimar.

“No es tan fácil como parece”, decía el rey del calipso, quien obtuvo ese título en Cahuita después de muchos años de sacarle punta a la expresión artística. Su ingenio y su rapidez para sacar calipsos sobre la marcha le dieron un lugar especial en el corazón de los limonenses y lo llevó a ganarle competencias a los entonces reyes del calipso.

Si se ponía a sacar cuentas, decía que había compuesto más de 100 calipsos, pero nunca los grabó todos ni mucho menos apuntó las letras. Los tenía en su cabeza. Entre los 20 y los 40 años tocaba en fiestas y bailes con un grupo, mientras la costumbre original de las competencias de calipseros se iban quedando solo en la memoria de quienes las presenciaron.

En los años 60 formó la banda Los Miserables, donde incluía algunos de sus calipsos pero también tocaban swing, bolero y rumba, entre otros géneros. Desde joven, veía sus presentaciones en vivo como una oportunidad para darle un “tiempo de alegría” al pueblo, por lo que incluso tocaba sin que le pagaran.

Los Miserables existió durante una década, hasta que una noche se separaron y no tocaron juntos nunca más. Esto coincidió con el anhelo de Ferguson de convertirse en Testigo de Jehová, cuando asumió su faceta de calipsero como parte de su vida mundana y decidió alejarse de las fiestas y los eventos públicos por cuestiones espirituales.

Desde entonces, sus presentaciones en directo fueron contadas con dos manos. Tocaba para familiares o para amigos en fiestas privadas, o en su hogar, pero de ahí no pasaba. Sus calipsos amenazaban con perderse en el tiempo, dado que nunca los había logrado grabar profesionalmente (siempre se caracterizó por grabar cintas de calidad casera para vendérselas a quienes lo visitaban).

Nueve de estas cintas fueron halladas en Canadá en el 2017, año en que su hijo Peck y el ingeniero ambiental Niels Werdenberg lanzaron The Tape Hunt, una iniciativa para encontrar otras cintas con las grabaciones –y las canciones– perdidas.

Muchas personas visitaban a don Walter en Cahuita, donde su familia maneja un hotel. En 1982 lo visitó un estadounidense que quería grabar su música. Así se produjo su primer disco, Mr. Gavitt: Calypso of Costa Rica (1982), el cual fue incluido en el catálogo del Instituto Smithsoniano.

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Un año antes, tres de sus calipsos habían sido incluidos en el disco Música afrolimonense, un compilado editado por el Ministerio de Cultura. Ese Ministerio también le grabó el álbum Calipsos del caribe de Costa Rica: Walter Gavitt Ferguson (1986).

Don Walter recibió el Premio Nacional de Cultura Popular en 1992, también otorgado por las máximas instituciones culturales del país. El reconocimiento celebraba los aportes de Gavitt a la música costarricense, especialmente a la limonense, por medio de sus calipsos, que para entonces eran leyendas en muchas otras partes del país.

No fue sino hasta comienzos del siglo XXI que pudo registrarse profesionalmente parte del cancionero de Ferguson, cuando la disquera Papaya Music trasladó un estudio de grabación a su casa en Cahuita para grabar, primero, Babylon (2002), y luego, Dr. Bombodee (2004).

Fue gracias a las grabaciones de Papaya Music que costarricenses y personas de todo el planeta pudieron obtener versiones de calidad de clásicos del calipso marca Ferguson como Going to Bocas, Cabin in the Wata, Carnaval Day, Callaloo y Carolyne, entre otros.

Durante los últimos años de su vida, el rey del calipso permaneció estático en su residencia en Cahuita, incapaz de ir a trabajar aunque fuera a la finca, con problemas de la vista y dolencias físicas propias de la edad. Incluso se celebró durante varios años un festival de calipso en su nombre, en Cahuita, mas él nunca pudo asistir.

“He notado que el calipso está cayendo; no es como antes, la gente ahora está con el reggae y otros”, dijo a La Nación en el 2009. “A mí me parece que hay unos muchachos en Limón que todavía cantan mucho, no sé si va a seguir así o no”, agregó, preocupado por el futuro de su música.

El artista recibió en el 2009 el Premio Reca Mora a la Trayectoria Artística, entregado por la Asociación de Compositores y Autores Musicales de Costa Rica (ACAM), institución que durante la recta final de su existencia también le entregó una pensión mensual para que se ayudara con sus gastos.

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En el 2012, el Ministerio de Cultura y Juventud nombró al calipso un patrimonio cultural inmaterial, y en cuenta estaban las canciones del señor Gavitt, esas canciones que salieron de un Limón recluido social, cultural y políticamente, que con una cadencia lenta pero segura inspiraron a personas en todos los puntos del mapamundi.

En el 2018, Walter Ferguson recibió el Premio Cultural Inmaterial Emilia Prieto, dedicado a las trayectorias artísticas y los aportes culturales de una persona. En el fallo del jurado, se resaltaron sus aportes para cementar el calipso como un género musical costarricense y el inglés criollo limonense como un idioma del país.

Walter Ferguson se casó –en una fecha que no ha sido precisada– con doña Julia Drummond, su vecina de toda la vida. Tuvieron 11 hijos.

“Walter Ferguson fue una persona que a lo largo de su vida enalteció sus raíces y reivindicó el calipso costarricense”, expresó la ministra de Cultura, Nayuribe Guadamuz, a la luz de su muerte. “Su valioso aporte cultural para Costa Rica es invaluable y será recordado como un hito en la historia musical del país”, agregó.