Pachamama convocó y encantó con música y arte en la montaña

Una tarima, en medio del bosque y al lado del río, recibió a varias bandas este fin de semana en Pachamama, comunidad ubicada en Guanacaste, que promociona un estilo de vida alternativa; sin alcohol, sin humo, sin carne, sin azúcar y con mucho amor

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Cuerpos al aire, cansados o reposados; asoleados, ejercitados, sudados; jóvenes o maduros, bien bailados, con-gregados, introspectivos, pero con grandes ansias de compartir.

Figuras humanas aladas y transformadas en espíritus de la selva que danzan, cantan y se conmueven al unísono, y que anclan sus pies en una tierra que cumple su promesa de liberación.

Eso fue lo que se vivió el fin de semana en el festival La Familia 2013, en Pachamama, una comunidad de San Juanillo, Guanacaste.

Lugar mágico. El lugar o más bien la finca donde se ubica Pachamama está empotrado en una montaña en medio de la planicie guanacasteca.

Son pilares en la comunidad temas como la naturaleza, espiritualidad, respeto y arte y, por eso, cientos de personas, quienes se dividen entre visitantes y residentes, ocupan sus instalaciones durante momentos estratégicos del año.

Turistas de todo el mundo llegan atraídos por la oferta de este remanso que transpira misticismo y ofrece múltiples charlas, talleres, actividades para darle un giro sano y positivo a la vida ordinaria. La oferta es temporal, pero muchos de los que llegan al lugar optan por nunca irse.

La comida es orgánica y vegetariana, no se toma alcohol y es un ambiente relativamente libre de humo. No se venden ni consumen productos como azúcar y lácteos.

Casas y cabinas se colocan en medio de una oscuridad y una inmensidad apaciguantes, y el río de la montaña es fuente de energía e inspiración.

De vez en vez, una que otra actividad recreativa llama la atención de un público externo con sed de conocer y familiarizarse con un lugar que está al margen de la sociedad y que es todo menos convencional.

Es ahí donde el papel del festival La Familia es vital para correr la voz sobre el lugar: son cinco días en los que muchas disciplinas artísticas y espirituales se unen en el núcleo del bosque y al lado del río.

Este año, el festival inició el 23 de enero, y en sus primeros días vibró con bandas como Moonlight Dub, Santos & Zurdo, y Cocofunka.

Sin embargo, fue hasta el fin de semana que se dio el peregrinaje más activo de curiosos, aficionados y artistas, todos dirigidos hacia un lugar que muy pocos de ellos podrían señalar en un mapa.

Travesía. El viaje empieza en el bar El Observatorio, en San José, donde Sonámbulo, una de las bandas participantes del festival, tenía concierto la noche del viernes.

Con el lugar abarrotado, el grupo hizo lo propio, y luego de acomodar todos los chunches en el bus, cerca de las 3 a. m. del sábado, se enrumbó hacia Pachamama.

En esa buseta, iban miembros de Sonámbulo, 424, Cirko Vida y quien escribe. Todos compartieron un ameno viaje de siete horas para poder ser partícipes de un festival de ensueño.

El sábado, a las 10 a. m., ya desayunados, llegan a Pachamama los viajeros, y sin mucho descanso se disponen a acomodarse. Muchos de ellos vivieron el asunto al máximo, colocando sus tiendas de campaña al lado de otras decenas, que bordeaban unos cuantos kilómetros del río ubicado dentro de la finca.

Aún así, en La Familia no hay espacio para molotes: el festival está diseñado para ser un encuentro íntimo con la naturaleza y con uno mismo. Pocos hablan español y las costumbres son diferentes.

Cayó la tarde de sábado y un jam le sirvió a la mayoría de miembros de 424 y a Tito , el bajista de Sonámbulo, para probar sonido en la tarima, mientras los asistentes reposaban a la sombra de un gran árbol, entre helados y frescos naturales.

En algún momento, ese jam se mezcló con el performance del Cirko Vida, que incluye a Beta , el saxofonista de Sonámbulo, quienes se mandaron un improvisado show musical circense que desbordó los aplausos y enchinó las pieles.

Decenas de niños corrían de un lado a otro para no perderse las acrobacias y poder observar detalladamente cada movimiento de los malabaristas. DJ Lino también los encantaría, cuando su mezcla de techno noventero los metiera en un trance difícil de sacudir.

La acústica perfecta del bosque se comprobó luego en la noche, cuando 424 tocara frente a un público cautivo, atento y tranquilo, que observaba a la banda –novata en este tipo de experiencias– mientras interiorizaba sus melodías.

El infinito estaba presente ahí mismo, arriba de la tarima, con solo echar un vistazo a una luna casi llena y a todas las constelaciones que el cielo dibujó esa noche.

Las horas no se sentían y, de repente, estaba la banda de reggae Un Rojo en tarima recitando “una sola familia, un solo corazón, un solo amor”, mensaje que le sentó muy bien a la familia de Pachamama. Le siguió Huba & Silica, dúo que penetró sus ritmos en la madrugada.

El domingo, desde temprano, músicos de la misma aldea interpretaron música original inspirada en la naturaleza y en el río. Luego, los niños de Pachamama hicieron una selección de sus canciones favoritas, con artistas como Maroon 5 y Kiss a la cabeza.

Florian Droids presentó su rock psicodélico en horas de la tarde, con la inclusión de percusión latina, algo que nunca antes se le había visto a la banda cartaginesa.

Jorge Guri, tecladista del grupo, no se bajó del escenario una vez que el espectáculo terminó, sino que le echó una mano a Sonámbulo, pues su tecladista no pudo llegar. También se unió Juan Carlos Pardo, de 424, quien hizo percusión durante un rato; y las coristas de Un Rojo.

Donde sea, Sonámbulo siempre es una fiesta, y Pachamama no es la excepción. “Sigan bailando, que la vida es un baile”, decía el cantante Daniel Cuenca, ante un público que ya conocía su sabiduría, pero que agradece el recordatorio.

Antes de que cayera el sol, el festival terminó, el viaje de regreso empezó y la comunidad de Pachamama quedó con su rutina: seguir viviendo su vida llena de magia.