Gala del Festival BAC Credomatic llevó la música del desierto australiano a la pasión de Mishima

El Teatro Nacional albergó la gala de apertura del encuentro, con Tahadi y el Cuarteto Massala en inusual fusión

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Redacción

El escenario del Teatro Nacional está a oscuras. La música emana del hang, un novedoso instrumento de etéreas sonoridades metálicas, pero no vemos nada. De pronto, sumándose con facilidad aunque ambos instrumentos no podrían ser más disímiles, ulula como el viento un digeridoo, herencia antiquísima de los aborígenes del norte de Australia. El intérprete ondea la gran rama de eucalipto perforada sobre el público y camina, descalzo, hacia el escenario. No se sabe qué más puede pasar.

Así abrió, la noche de este sábado, la primera gala del Festival BAC Credomatic, que en su vigésima sétima edición no oculta su ímpetu de traer músicas nuevas y clásicas de todo el mundo. Tahadi, inusual trío de hang, digeridoo y tabla, abrió la cita, con piezas nutridas de las herencias de India y Australia pero propias de este conjunto único.

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Uno a uno, los miembros de Tahadi fueron explicando la historia y la técnica de sus intrumentos. El primero fue Nacho Pérez (anfitrión de la velada), quien explicó que su tabla agregaba la percusión a la música clásica del norte de la India. Detalló los nombres de las notas, que se tocan con diferentes posiciones de las palmas abiertas y los dedos, y demostró la capacidad expresiva del doble tambor.

Prosiguió el más vistoso de los intérpretes de la noche, Víctor Carol, quien despejó las dudas que surgen ante cualquier avistamiento de un digeridoo: ¿cómo pueden extraerse tantos sonidos de él; cómo controlar el aire? Tras explicar las posiciones de los labios y la lengua, así como los métodos de respiración, llevó al público consigo al origen del instrumento, como herramienta de la narración ancestral de Australia. Sin usar más que gestos de la mano derecha y los complejos sonidos del digeridoo, contó la historia de un cazador y su presa, un inquieto canguro. El público quedó fascinado.

Concluyó la parte didáctica Ravid Golschmidt, quien contó la breve historia del hang, un "pequeño platillo volador" de acero que fue creado en Suiza hace 16 años. Entre la tabla, con varios cientos de años, y el digeridoo, con 40.000 años de historia, no parecía menos expresivo ni menos misterioso para una audiencia poco acostumbrada a estas música-fusión.

Con piezas como Llavors, Bulatá aflamencada y una Tocata en homenaje a Bach, este trío catalán demostró la riqueza sonora que su inédita combinación de instrumentos puede generar: espirales que zumban sobre la cabeza y rugidos roncos; delicadas ondas metálicas que se mecen con la líquida sonoridad del cristal; el ritmo maderoso de la tabla imparable. Madera, cuero y mineral, unidos en una fantasía de aire natural y reacciones muy corpóreas.

Diálogos

La segunda parte del concierto empezó con el Cuarteto Massala solo sobre el escenario. Vestidos todos de blanco, Sarah Bels, Mireia Llorens (violín), Christine de Lacoste (viola) y Jean Baptiste Texier (violonchelo) se dispusieron a interpretar el fascinante Cuarteto n.° 3 del estadounidense Philip Glass (1937), compuesto para el filme Mishima: A Life in Four Chapters (1985), de Paul Schrader. Es una obra muy significativa en su trayectoria, con texturas seductoras y una estructura cíclica que establece una narrativa desorientadora.

Aquella película celebraba la obra del japonés Yukio Mishima (1925-1970), uno de los novelistas más importantes del siglo XX, quien se quitó la vida en un suicidio ritual en 1970. Su muerte, dramática y con aire de performance artístico, la ensayó en un filme poco conocido dirigido, escrito y protagonizado por él mismo, Patriotismo (1966). Fueron escenas de este cortometraje, fusión de violencia y erotismo, las que se proyectaron detrás del Cuarteto Massala como acompañamiento para el trance sonoro de la música de Glass.

El minimalismo repetitivo de Glass puede chocar con el lenguaje musical de un cuarteto de cuerdas (una dificultad que él ha encontrado en algunas obras), pero cuando funciona, genera voluptuosos crescendos, abruptos cierres como estocadas de un puñal y ricos momentos de honda emoción. Con las estremecedoras imágenes del militar suicida y su amante fiel hasta el final como escenario, el Cuarteto Massala creó un momento sobrecogedor y poético en el Teatro Nacional.

No obstante, lo más impresionante de la velada fue la fusión del Cuarteto Massala, con su clásica disposición de instrumentos, y Tahadi, con sus sonoridades que exploran posibilidades sonoras tan novedosas. Cauce, pieza inspirada en el fluir de un río, sonó un tanto incómoda, como si las partes lucharan por acoplarse (el hang dominaba pero se sumergió bajo las cuerdas, como también el digeridoo, que se perdió al fondo).

Pero luego, en In-día, el cuarteto y el trío consiguieron una complejidad tal que cada instrumento podía revelar sus matices tan idiosincráticos con total soltura. Caramelos fue ligera y juguetona; Departures fue especialmente conmovedora, y el cierre fue Tierra negra, que inicia con el rítmico croar el digeridoo y el pulsante acompañamiento de la tabla y el hang. Cuando se sumó el cuarteto de cuerdas, la riqueza sonora resultó exuberante, extasiada en las voces de los tres intérpretes de Tahadi canturreando al unísono.

Si bien la afluencia de público no fue tan grande como tan osada combinación pudo haber atraído, el Teatro Nacional ovacionó con calidez a las agrupaciones. Por 27 años, el Festival BAC Credomatic ha aspirado a traer a Costa Rica (a todas sus provincias) músicas nuevas, clásicas, experimentales y fusiones inesperadas. La muestra viva la dieron Tahadi y el Cuarteto Massala. Rindió frutos excepcionales, del desierto australiano al desconcertante mundo de Mishima.

El Festival de Música BAC Credomatic proseguirá hasta el 26 de agosto, con notables invitados como Evoéh y la Orquesta de Cámara de Lituana. Varios conciertos son gratuitos. Puede consultar el programa completo del festival en este enlace.