Crítica de música: Jorge Drexler en mayores dimensiones

En la gira de su álbum ‘Tinta y Tiempo’, el uruguayo dio otra presentación encantadora en Costa Rica

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Los conciertos de Jorge Drexler siempre logran tener algo especial, algo que se extiende desde el inicio hasta el final. Cuando uno saca cuentas, muy probablemente notará que pasó sonriendo todo el rato.

No es de extrañar. Su repertorio —dinámico, accesible, profundo y sublime— encanta con facilidad a una audiencia deseosa de corear, necesitada de un desahogo compartido.

El concierto fue afortunadamente extenso, con un repertorio que priorizó el todavía fresco Tinta y tiempo (2022) y el siempre agradable álbum Eco (2004).

Para este show, los recursos visuales en el escenario del anfiteatro Coca-Cola no fueron tan diferentes a los que el artista usó al iniciar esta misma gira, en el Teatro Popular Melico Salazar, aproximadamente hace más de un año y medio.

Es una propuesta austera, pero que resulta más que suficiente. Una tela blanca gigante caía en la parte trasera y se prendía en diferentes colores, ajustándose a la calidez o a la intensidad que buscaba cada canción.

Delante de ella, los siete músicos fantásticos que acompañan al uruguayo desplegaron su magia. Con esta banda el artista tiene el lujo de sumar seis voces para los coros y un arsenal de alternativas musicales que respaldan su material con la versatilidad que demanda.

---

En algunos extractos, la banda ejecutó ritmos latinos exigentes, como en Corazón impar, donde se lució la sección rítmica.

En otros momentos el ensamble se redujo para tocar temas con un feeling de blues, entre los cuales destacó la tecladista Meritxell Neddermann en Inoportuna.

También hubo ajustes en los arreglos, como en La edad del cielo, donde las voces fueron sintetizadas con el efecto del vocoder y el uso apropiado de varios samples.

Más adelante, durante toda una sección, Drexler se quedó en solitario en escena y permitió recordarnos que hasta en un recinto abierto y multitudinario hay espacio para la intimidad.

El artista tiene un increíble manejo de la audiencia, pues, por ese rato, a punta de guitarra y voz ajustó el mood del público. Hubo conexión; hubo complicidad.

Así como se le ha visto hacer esto antes, en recintos más solemnes, en Parque Viva vimos al mismo artista logrando el mismo resultado satisfactorio de familiaridad, solamente que en mayores dimensiones.

Otro atributo del show fue la fluidez con la que se hicieron transiciones entre un tema y otro cuando podían interpretarse de manera continua. Por supuesto que esto no aplicó para cuando el artista incluyó narraciones explicativas, lo cual es frecuente en la dinámica de su performance. Es parte también de lo que su audiencia paga por escuchar.

En esas intervenciones se devela al humano que, en el caso de Drexler, siempre se ha sentido muy apegado al artista. Con sus letras emotivas e inteligentes, sus treinta años de música lo retratan también como persona. Es por esto que su presentación se siente tan cercana en la intimidad y en el baile, pero también en la euforia.

Esa cercanía se acentuó con la inclusión del tema Going to Bocas, del costarricense Walter Ferguson, siempre admirado por el uruguayo.

Esos elementos reflejan agradecimiento del músico por la tierra que visita y esta tierra, consecuentemente, le responde con un merecido afecto en forma de aplauso. Al final, cada uno da lo que recibe.

---

El concierto de Jorge Drexler

Fecha: 5 de noviembre.

Lugar: Parque Viva.

Organización: Interamericana de Producciones.