Crítica de música: Diego el Cigala en Costa Rica

Con su gira el cantaor español actual sale de su zona de confort y explora la salsa, sin levantarse de su asiento

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Los cantos flamencos se entremezclan con sabrosos ritmos de salsa y así el resultado se vuelve Indestructible. Ese es el nombre del álbum que trajo una vez más a Diego El Cigala a Costa Rica, ahora acompañado por la Cali Big Band, dirigida por el músico y productor José Aguirre.

La mayoría de las obras incluidas en la gira son conocidos éxitos salseros de autores como Ray Barreto y Cheo Feliciano. El vocalista les agrega su toque especial a los temas, aportando su voz oscura inconfundible, que anteriormente también ha explorado tangos y boleros, entre otros géneros.

Con este disco como punto de partida, su reciente visita al país distó mucho de la anterior ocasión, cuando en setiembre del 2015 el artista ofreció un concierto íntimo y cercano, acompañado únicamente por el pianista Jaime Calabuch, también parte de la alineación de la gira actual.

En aquella oportunidad la audiencia tuvo la posibilidad de acercarse a los sentimientos profundos que transmitió Cigala con cada palabra, de amor, desamor, dolor o esperanza.

Este nuevo concierto, en cambio, retrató a otro Diego. El papel de la orquesta salsera ocupó la misma relevancia que el propio cantaor, pues las obras interpretadas incluyen muchos espacios instrumentales en los que el vocalista se vuelve, prácticamente, un espectador más.

Son grandes temas, pero a la vez se siente un alejamiento entre el intérprete y las palabras que canta.

Durante el concierto, esa distancia se hizo también evidente entre el artista y la audiencia. El Cigala interactuó más con su asistente y con el técnico de monitoreo –en una de las patas del escenario– que con su público.

De hecho, el vocalista se percibió desganado, aislado del ambiente fiestero que generaba la big band, casi como si no fuera con él. Eso provocó que faltara la transmisión de esa chispa insoslayable que uno espera acompañe los ritmos bailables.

En esos momentos fue el talento de los músicos lo que saltó a relucir, y se convirtieron entonces en los emisores de alegría contagiosa.

Cada uno de los integrantes del conjunto tuvo su espacio para lucirse, pero fue la sección de percusión la más cautivadora, especialmente por el conguero caleño Denilson Ibargüen.

El espectáculo real a ratos ocurría a espaldas de quien se suponía era la estrella de la noche, quien permaneció sentado casi todo el rato al centro del escenario.

Por un lado, se agradece el contraste generado en esa fusión de voz flamenca y ritmos tropicales, mas no se siente favorable la dicotomía entre la energía que la banda busca transmitir y la presencia de un cantante estático y sentado.

Este formato con banda quizá impide que la voz del artista sobresalga como lo ha hecho en otras producciones. Por eso resultó oportuno cuando, dentro del repertorio, se incluyeron unas cinco piezas insignes del repertorio usual de Diego, en las que se hizo acompañar del piano únicamente.

El repertorio salsero de Indestructible es una gran obra, y el conjunto hace un trabajo de lujo en directo, con arreglos llamativos, y con los integrantes dándose licencias de improvisación sobre tarima, que le aportan mucho juego a la dinámica en directo, inclusive saliéndose del libreto.

El Cigala definitivamente cala más con su repertorio suave y delicado que permite ver su brillo como artista en su máximo esplendor.

Teniendo esto presente, de igual manera rescato la calidad y el orden de la producción local, así como la inclusión del artista nacional invitado, José Cañas, quien participó con cuatro temas antes del cantaor.