Crítica de música: A Love Electric y John Medeski, un cuarteto en otra órbita

A Love Electric y John Medeski despegan con su música y aterrizan donde les plazca

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Definitivamente hay algo bueno cuando un concierto finaliza y quienes acaban de presenciarlo se sienten deseosos de hablar de lo que recién vieron y escucharon.

En el caso del show en cuestión quizá ese diálogo postconcierto incluyó también una necesidad de comprensión y digestión del material interpretado por un cuarteto de músicos dementes, cuya música parece estar dispuesta a retar todo lo imaginable.

A Love Electric, junto con la colaboración del experimentado y experimental tecladista John Medeski, consigue dar pie a esa charla que, inevitablemente, viene cargada de admiración.

Su trabajo en vivo va muchas fronteras más allá de lo que uno suele esperar de un grupo que mezcla el rock el jazz . Hay psicodelia, esbozos de funk y locura, locura en grandes cantidades.

Mucho de lo interpretado se sale de la lógica del oyente. Hay pasajes y cambios de estructura que parecieran no tener sentido alguno, pero ese reto al oído hace que el proyecto genere un interés particular y que, con el paso de los minutos, se deje de buscar y demandar esa estructura a la que uno suele estar acostumbrado.

Liderado por el creativo guitarrista estadounidense Todd Clouser, el proyecto en vivo desarma, reordena y ensambla de nuevo sus propias piezas. Es evidente que gran parte de lo suyo radica en el jam y, por ende, en el autodescubrimiento de sonidos y sensaciones nuevas.

Clouser también juega el papel de vocalista, aunque no necesariamente de cantante. En vivo son pocas las melodías que interpreta y más bien su rol radica en los diálogos como si fuera un Tom Waits ansioso de jugar con la lírica encima de complejos juegos rítmicos.

Su guitarra, mientras tanto, adorna muchos de los pasajes, a veces quedándose en segundo plano, para de repente explotar con un riff sabroso o más bien con sutiles acordes de acompañamiento.

A ratos la melodía suena de forma más perceptibles de las manos del bajista mexicano Aaron Cruz, un músico deslumbrante que es capaz de robarse el show sin tan siquiera intentarlo. Es maestro en los matices, en el manejo de las sutilezas y en aportar a la potencia de manera dosificada. Anote su nombre entre los músicos que debe ver en directo.

Él hace yunta perfecta con el baterista argentino Hernan Hecht sin tan siquiera tener que volver a verlo, juntos forman una sección rítmica sólida, de las mejores que se ha visto de visita en el país recientemente.

Hecht logra transitar con la misma soltura en un sinfín de ocasiones arrítmicas, así como en los momentos más estables donde el beat es de un intenso rock o de un jazz más suave y reflexivo. En otros momentos solo saca juguetes percusivos para añadirle más adornos a un paisaje sonoro que se completa desde cuatro trincheras.

En el repaso uno a uno solo falta John Medeski, quien, desde el anuncio del concierto parecía que sería protagonista, pero su papel es uno más dentro del grupo de virtuosos. Su labor es grande dentro del conjunto sin la necesidad de deslumbrar independientemente.

Su ejecución es bastante rítmica en muchas ocasiones. En otras le aporta en grandes cuotas a la sonorización del caos con detalles que se sumaban a increíbles secuencias atonales.

El conjunto evidenció que gran parte de su recorrido es guiado más por el instinto que por la armonía. A partir del despegue de un tema los experimentos son vastos, extensos y difíciles de asimilar con velocidad. Transitan en un desarrollo lleno de incertidumbres rítmicas y melódicas para luego retornar a la calma y sorprendentemente aterrizar en un desenlace que llega a tener sentido, aunque sea en un lugar inesperado.