Así son los días de Luis Jákamo: del infierno de los excesos a un manantial de buen vivir

La añorada época del chiqui-chiqui guarda entre sus figuras más emblemáticas a este limonense, quien en su juventud se desaforó en fama y aprendió, de la peor manera, no solo a sobrevivir, sino a vivir cada día mejor, sean cuales sean las circunstancias.

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La vida de Luis Jákamo Novoa quedaría marcada en un día muy lejano, en que siendo un escolar en Barra del Colorado, en el Atlántico, recibió un par de regalos por parte de su papá: una guitarra y una batería. Ambas, por supuesto, eran de juguete pero en pocos días el pequeño Luis estaba prendado por la magia de la música.

Así comenzaría a esculpirse el destino de aquel curioso chiquillo, que con los años se convertiría en uno de los músicos más reconocidos del país, con su clímax en la añorada época del chiqui-chiqui, allá por los años 80.

El entonces pequeño Luis pasaba horas practicando con sus instrumentos, descubriendo por sí solo notas, melodías, podía rumiar horas en eso, mientras sus compañeros se dedicaban a otros típicos juegos infantiles.

Pocos años después, mientras cursaba la secundaria en el Colegio de Limón, Jákamo se topó en la calle con Max Forbes, líder de una banda que se llamaba Los Playmates y quienes constituían toda una sensación en la provincia y en el resto del país.

El muchacho se animó y le preguntó a quien ya era uno de sus ídolos que si podía asistir a verlos ensayando y que, de paso, llevaría su guitarra... por si acaso. Por supuesto, a partir de ese día no hubo vuelta atrás y Luis Jákamo empezaría su recorrido, como músico y como director de los grupos musicales que, en la época, eran el alma de la fiesta a lo largo y ancho del país.

Se trata de la llamada época del chiqui-chiqui -que se inició y se mantuvo entre finales de los 70 hasta los años 90-, con su clímax en la época ochentera. Hoy, los agrupaciones protagonistas de esa era abruman de recuerdos a generaciones que ya peinan canas pero también a otras más jóvenes, quienes quedaron marcadas por los recuerdos de los éxitos que escuchaban día y noche en los tocadiscos de sus papás o en las entonces contaditas y populares emisoras nacionales.

Ni qué decir del furor que por entonces empezó a generarse con la aparición de los videos musicales, que hoy son verdaderas reliquias y que nos remiten inmediatamente a aquellos maravillosos tiempos idos: con solo mencionar, por ejemplo, la famosa Julieta-Ta, uno de los hits de Manantial, grupazo emblema fundado por Jákamo, uno queda con el estribillo y casi memoriza el video de principio a fin.

Entre las anécdotas más bonitas de aquellos tiempos y que quizá pocos recuerdan, está el hecho de que Jákamo fundó su propio grupo musical sin haber salido del colegio y en sociedad nada menos que con Isidor Ash, compañero de andanzas adolescentes y quien luego se convertiría en el líder del Grupo Marfil.

Nace una estrella (literalmente)

Poco después y a pesar de su juventud y poca experiencia, Jákamo logró un hit llamado Desde ahora en adelante, producida por Alfredo ‘Chino’ Moreno y con arreglos de Rodrigo ‘Pigo’ Maffioli. Poco después debutó con bastante buen suceso en sus primeros grupos, Bocaracá y Stop, hasta que en 1976 vería la luz el hoy legendario Manantial, fundado por Jákamo y y Chino Moreno y que tuvo un éxito instantáneo y rotundo: el grupo pasaba prácticamente de lunes a domingo entre giras y ensayos a lo largo del país, a veces con dos o tres “chivos” diarios.

Pero, aparejado con aquel éxtasis, con la sensación de fama y hasta fortuna que les prodigaban sus presentaciones y los cientos se seguidores de hueso colorado a lo largo y ancho del país, se vino el asunto de la fiesta, hábitos y vicios que poco a poco fueron tomando control -o mejor dicho, el descontrol- de su vida.

Cinco años después del fastuoso arranque de Manantial, en 1993, Jákamo sufrió lo que se convertiría en una verdadera tragedia para su vida, al protagonizar un cruento accidente de tránsito del que se salvó de milagro. Ocurrió en una madrugada, cuando regresaba de una presentación en una de una de esas noches de excesos.

Decirlo en un párrafo, se dice fácil. Una noche de octubre, justo en las cercanías de su cumpleaños -el 15 de octubre- ya acostumbrado a jugársela conduciendo pasado de tragos, viniendo de Cahuita colisionó contra un palo de coco. Del episodio en sí solo recuerda haber visto lo que la gente llama “el túnel” y luego, entre imágenes difusas, cómo los cuerpos de emergencia lo extraían del vehículo.

No estaba consciente entonces y duró semanas para entender la gravedad de lo ocurrido: “Yo puedo decir que estuve casi muerto. Por casi un año me tenían que bañar, tuve que aprender a caminar. Supe que tenía que cambiar el rumbo y hoy estoy en paz conmigo mismo”, declaró Jákamo a La Nación, en una exhaustiva entrevista, en enero del 2005.

Para entonces, el músico ya llevaba más de una década de ordenamiento, de sobriedad, de aprender de esa segunda oportunidad que fue una prueba de paciencia infinita para él y los suyos.

Pero en vez de sumirse en la culpa por sus conductas pasadas y que lo tuvieron al borde de la muerte o de una discapacidad permanente, algo muy en el interior de Luis fue surgiendo y fluyendo.

Hoy, a casi tres décadas de aquella terrible pero aleccionadora vivencia, Jákamo sigue erguido, auxiliado por el paso de los años que habitualmente implican experiencia y aprendizaje, en un estilo de vida liderado por la sencillez, por la gracia de vivir con poco, sin ostentación ni mayores bienes pero sí con la seguridad de tener su casita propia y su carro libre de deudas.

Además, se cultiva espiritualmente con aprendizaje propio y con lecturas ajenas pero sin extremos. Empezando por el “Padre Nuestro” que, para él, es la oración más completa, a nivel universal, que pueda existir.

De Manantial a remanso

La reconstrucción del pasado del ya icónico Luis Jákamo se impone, sobre todo, por su presente. Quienes lo conocemos desde hace varios lustros podemos dar fe de que, en medio del frenesí al que muchos nos (mal) acostumbramos en estos tiempos de locura y en los que perdemos el ahora por un mañana que ni sabemos si va a llegar, encontrarse a Luis Jákamo en algún evento o en uno de sus lugares favoritos, el Automercado de Moravia (cercano a su vivienda en Tibás), es todo un ritual.

En uno u otro lugar, Luis siempre se conduce con parsimonia. Supremamente educado y caballeroso, siempre con la sonrisa a flor de piel, con ese aspecto impoluto y cuidado, no solo en sus modales, sino también en su vestimenta ordenada, su colonia discreta pero perceptible, su cabello bien acomodado, su voz acompasada, sin estridencias... de alguna manera Jákamo transmite su equilibrio así sea en una conversación de pocos minutos.

Cuenta, ya en entrevista realizada esta semana, que ha debido reinventarse como todo el mundo en tiempos de pandemia pues, como se sabe, una de las áreas más afectadas por los embates de la covid-19 es la que tiene que ver con toda el área artística.

Sin pretender ser, ni por asomo, un aprendizaje para los demás, un Luis Jákamo que cumplirá 68 años en octubre -aunque todo el mundo le calcula máximo 55 o por ahí- narra cómo aquel accidente que casi le costó la vida en realidad lo que hizo fue cambiársela.

Las reminiscencias de su más de un año hospitalizado están en el pasado pero no en el olvido de Jákamo, quien desde el momento en el que logró volver a caminar, contra todos los pronósticos, entendió que aquel milagro no podía ser otra cosa que un fuerte llamado espiritual.

Él acota, eso sí, que nunca ha pretendido ser un gurú, solo se basa en su experiencia y la ha compartido siempre para quienes puedan salir edificados de ella en distintas circunstancias.

“Yo logré entender que la vida es más fácil de lo que uno pretende, por supuesto que siempre habrá situaciones complicadas, pérdidas dolorosas, contingencias que nunca faltan... en síntesis, lo que creo haber aprendido es a no ahogarme en un vaso de agua, a ir poco a poco resolviendo lo que se puede y aceptando lo que no se puede”, narra Luis, quien a todas luces ha pasado hoy de Manantial a remanso.

“Esa experiencia (la del accidente) fue hace muchos años atrás, pero el hecho de sobrevivir para mí no solo fue un llamado, yo lo he entendido como un bajón al ego, de cómo un día a día, poco a poco, uno va entendiendo la importancia de sentirse bien con uno mismo, a partir de ahí pues viene lo demás!”, reflexiona Jákamo.

Él sigue vinculado al medio artístico por medio de su empresa Jákamo Producciones, que venía desempeñándose con buen suceso hasta que, como le ocurrió prácticamente a todo el planeta, tuvo que enfrentar los embates a nivel económico que ha provocado la pandemia.

“Yo me incluyo en los centenares de afectados, no solo en el gremio musical. Pero por eso mismo tengo una gran paz, porque ciertamente he tenido que incursionar en diferentes emprendedurismos. Imagínese, yo tenía varias representaciones artísticas y un montón de gente del gremio simplemente quedó en el aire..”, cuenta Jákamo, quien asegura que su mente no se bloqueó ante la incertidumbre.

Entre distintos emprendedurismos a los que recurrió en media pandemia, estuvo un negocio de ventas de pastoras en el que incursionó para la época Navideña del 2020 y el que, aparte del empujón económico, constituyó para él un remozamiento anímico al encargarse personalmente de ir a entregar los pedidos y relacionarse con sus clientes, todo en medio de los consabidos protocolos de salud, con quienes entablaba cálidas tertulias y desgranaba anécdotas de su pasado musical.

“Cuando se viene la pandemia pues obvio, no es que no me preocupo... yo no es que sea un gurú de la sabiduría ni mucho menos, pero a partir de la experiencia tan dura que viví hace años fui nutriéndome para aprender a ‘adiestrar’ la mente y ponerlo todo en su justa perspectiva e ir resolviendo las vicisitudes diarias con calma, sin afanarme demasiado”, reflexiona Luis, quien aunque no se arrepiente en absoluto de haberse dedicado a la música, se quedó con la espinita de convertirse en arquitecto, uno de sus sueños de adolescencia.

Divorciado desde hace muchos años, es padre de tres hijas -dos mujeres y un varón- y abuelo de tres nietos. En medio del orden con el que empezó a conducir su vida, al día de hoy tiene su casa y su carro propios, libre de deudas y también de lujos, aunque esto último es muy relativo.

“Tengo un apartamento propio, con lo necesario para vivir tranquilo y cómodo, por ahora vivo solo, estoy solterón (risas), lo que se conoce como lujos supongo que no tengo, pero para mí, chinearme con detallitos... duro horas en el Automercado, por ejemplo, llegar a la casa con las compras, disfrutar de una buena cena... aunque no bebo licor, de vez en cuando me consiento con un buen vinito sin alcohol... voy a la playa cada vez que puedo, tengo muy buenos amigos.... en mi día a día amo despertarme, casi siempre a eso de las 6 o 6:30 de la mañana, ver la luz del día, rezar el Padre Nuestro y llenarme de energía para seguir en la faena... para mí eso es un verdadero lujo”, concluye Luis en medio de su ya reconocida espléndida sonrisa.