Frenesí al grito de puerta: cuatro historias de toreros improvisados

Piojo, Pocha, Jeison y Pata son toreros improvisados que llaman la atención cada diciembre en Zapote por la osadía con que enfrentan a las bestias. Ellos narran sus experiencias, que datan de años.

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San José enciende sus fiestas de fin y principio de año este martes 25 de diciembre. Junto a los carruseles, bares y chinamos; hay una pasión que desborda a miles cada año: los toros.

Las corridas nacionales son plato fuerte de los festejos. La actividad convoca en el redondel de Zapote a un público que disfruta de ver a las mejores bestias de connotadas ganaderías y a los osados toreros improvisados que echan a rodar, lo que ellos llaman, su gran pasión.

Cuesta comprenderlo, pero para estos atrevidos toreros el arriesgar la vida en el ruedo, poner en vilo las emociones de sus familias y sentirse en peligro, funciona como una válvula de escape al estrés cotidiano, a las extenuantes jornadas de trabajo o como una forma de “honrar” un legado familiar.

“Esa afición de ser torero improvisado viene en la sangre, me la heredó mi papá que fue torero por muchos años en el redondel viejo, y yo desde niño ya soñaba con el día en que estaría aquí. Apenas cumplí los 18 años, lo primero que hice fue venirme para acá”, dice Javier Pérez Díaz, uno de los toreros improvisados más populares en esa arena josefina.

Piojo –como popularmente se le conoce a Pérez– tiene dificultad para explicar los sentimientos que experimenta cuando está en el ruedo, porque si bien la adrenalina tiene un papel preponderante en ello, también se cuelan los nervios.

“Es algo que cuesta explicar, solo los que estamos ahí sabemos lo que sentimos en esos momentos en que el toro sale a jugar. Cuando va a salir el primer toro, suena el clarín y la puerta se abre, parece mentira pero ahí es cuando hay más nervios porque uno no sabe en qué condiciones viene el animal”, reitera el vecino de Paso Ancho, de 29 años de edad.

El redondel de Zapote no es la única arena donde Piojo participa como torero improvisado. Su nombre también resuena en los altoparlantes de otros redondeles del país a lo largo del año.

Asiste a la mayor cantidad de corridas que le sea posible con el objetivo de perfeccionar sus dotes de torero recortador y de gran velocidad, particularidades por las que destaca del resto de sus compañeros.

Durante los años que tiene de ser torero improvisado en Zapote, Piojo no tiene malos recuerdos de esa arena. Incluso la semana pasada conoció por primer vez las instalaciones de la Cruz Roja en el redondel, porque nunca antes había entrado en ese lugar, lo hizo hasta aquella ocasión para atender a Viva, que se instaló en ese espacio.

“En el redondel de toros de Zapote nunca me ha golpeado un toro. Sí me han golpeado en otros lados, una vez en Pérez Zeledón un toro me quebró dos costillas, en Turrialba también me agarró otro, y en Puriscal…, pero en Zapote nunca un toro me ha golpeado así como para mandarme a la Cruz Roja, han sido revolcadillas en juegos o cosas así, pero muy mínimas”, recalca el torero, quien está casado y es papá de un niño de tres años que ya muestra deseos de seguir los pasos de su padre.

“Es muy fiebre para esto (su hijo). Aquí voy pagando el karma”, dice Piojo, quien tiene un taller de fábrica de mármol y granito con sus dos hermanos.

Otros en ruta

Rumbo a la hora cero, caminan otros toreros improvisados que, como Piojo, han cosechado fama por su habilidad en el ruedo.

Jimmy Muñoz es otro de esos toreros improvisados de gran trayectoria: este 25 de diciembre se cumplirán 29 años de su debut en el redondel de Zapote.

“Empecé a los 16 cuando era fácil entrar al redondel sin cédula. Me la jugaba y entraba”, revela Muñoz, mejor conocido como Pocha.

Su particular afición taurina inició casi de forma accidental. A los 14 años comenzó a visitar las fiestas de Zapote con sus amigos y desde afuera escuchaba las incidencias de lo que ocurría en el redondel, aquel ambiente lo cautivó y a los 16 años llegó a la arena.

“Desde ese primer momento me empezó la fiebre y nació una pasión, que es la que me hace estar aquí (en el redondel) todos los años”, rememora.

Pocha reseña que sus inicios fueron cautelosos hasta que el toro llamado El Quitacalzón, lo persiguió desde medio redondel a la barrera. “Ese toro me quitó el miedo hace muchos años”, señala.

Cuando cumplió la mayoría de edad, el pintor y vecino de Concepción de Tres Ríos, solo vio una oportunidad para comenzar a hacerse grande en la arena.

¡Y vaya que lo ha logrado! Pocha es toda una referencia en las corridas nacionales de toros.

“Yo siempre estoy pendiente de ayudar a la gente que los agarra el toro, no porque salga corriendo para llegar hasta ahí, sino porque siempre estoy a la par del toro. Eso me ha ayudado mucho a ser lo que soy hoy (a tener popularidad), también por el atuendo que uso que es muy llamativo y por mi condición física, porque a pesar de mi edad, aquí estoy y estaré hasta donde Dios quiera”, sentencia.

Pocha hace referencia al popular buzo americano con que llega al ruedo en la actualidad. “Un amigo mío que era físicoculturista tenía un buzo americano y hace muchos años le dije que me lo vendiera. Lo comencé a usar todos los días en las corridas y ya son 23 años desde que me decidí por este atuendo. El que uso actualmente es el tercer buzo que he hecho porque se me han ido despedazando”, dice.

Además del buzo americano, él usa un globito que cuelga en la parte trasera de la cabeza como parte de la simpatía que tiene con el público infantil.

En sus años de improvisado, destaca cuatro levantines importantes. El primero se lo dio en el 2009 El Rayita. “Me rompió la boca, la nariz y me pegó un cornazo en la garganta que por estar bien desmochado no me perforó”, recuerda.

El Policía, El Huracán y El Teja también le han propinado algunos sustos a Pocha, quien este año apadrinará en el ruedo a su hijo Gilmar, que debutará como torero improvisado.

En familia

Así como Gilmar se iniciará como improvisado este 2018, hace una década lo hizo Jeison Granados Quirós.

“Mi papá es el que ha estado desde hace muchos años en esto. A mis 18 años me incorporé yo y hace cuatro años lo hizo mi hermano menor. Somos los tres compartiendo la misma afición”, asevera Granados.

El clan es conocido en la arena como Los Tigres y es una familia de empresarios ganaderos. “Esta afición es herencia familiar. Yo trabajo con ganado y todos los días amanezco entre terneros, entonces es una tradición que día con día uno vive porque siempre se mantiene al tope la adrenalina de estar en un redondel, en una gradería o en ganaderías”, reitera.

Como torero improvisado, Jeison llama la atención por ser capotero. “Por más bravo que sea el toro siempre estoy presente”, comenta.

Esa intrepidez de jugar las bestias desde cerca provocó que hace seis años el toro El Huracán le pegara un levantín y lo “rayara” desde la columna hasta los hombros; el 25 de diciembre del 2016, El Colocho le dio un cachazo que le fracturó su pómulo izquierdo y que lo mantuvo internado por dos días en el San Juan de Dios.

“Cuando salí del hospital, con la cara hinchada y todo, volví (al redondel)”, recuerda.

Ahora El Colocho es uno de los toros que más respeta él; sin embargo, la bestia no lo intimida. Su técnica de torero improvisado la confabula con su propio look. “Siempre salgo (al ruedo) con sombrero, tacos, camisa manga larga, pantalón de mezclilla y faja. Sin faja no puedo salir. El sombrero lo uso porque es un reflejo más de un toro, como yo uso capote, si el toro me lo desarma me lo quito con el sombrero, y si ya usted la ve fea le tira el sombrero y le quita la velocidad al animal, porque ellos van al movimiento”, explica.

Y como su afición a los toros la entiende como una herencia familiar, no esconde que su hijo de tres años, ya le da pistas de que seguiría sus pasos. “Si él quiere, que pruebe cuando sea grande. Si le gusta lo seguirá; de lo contrario, no”, señala.

Sin herencia

Con una historia muy distinta, Nelson Ramírez dice que no encuentra legado familiar en su gusto por ser torero improvisado: nadie en su familia acostumbró ni acostumbra estar en la arena al mismo nivel del toro.

Sin embargo, Pata (su nombre artístico en el ruedo) cuenta 19 años desde que se decidió a ser torero improvisado.

“En esto de andar en corridas y eso empecé más o menos a los 15 años. Era de la familia Torera cuando hacían terneradas en los pueblos y a mis 18 años exactos estrené la cédula en esta arena. Era mi sueño venir aquí y desde entonces lo he hecho”, dice Pata, de 37 años.

El torero improvisado es popular en el país por interpretar a Kiko (personaje de El Chavo del 8) en los Superamigos, grupo de toreros improvisados que se formó hace una década.

Ahora a Pata se le ve en el ruedo solo con el look del personaje de El Chavo del 8; empero, en sus inicios toreaba con un pantalón de mezclilla, una camiseta blanca y con una boina similar a la del argentino Ché Guevara.

“Esa boina me la encontré por ahí y me la puse vacilando y un día dije que era vacilón llevarla a Zapote y me la empecé a traer y así me empezaron a reconocer”, recuerda de sus inicios.

Con Kiko dice que ha logrado mayor acercamiento a la gente y ha funcionado como un negocio, ya que los Superamigos ahora manejan hasta una agenda de contrataciones privadas.

En el ruedo, a Kiko –o Pata– se le distingue, no solo por su traje de marinerito, sino por brincar, recortar toros y la velocidad. El reconocimiento popular contrasta con el sentir personal de la familia de Pata en los últimos 18 años.

“Han sido 18 años de sufrimiento (para su familia), de ver los toros con un sinsabor, disfrutándolos pero con esa expectativa de que si me pasa algo, de impotencia por si me agarra un toro y de esperar un recorte por el canal”, señala Pocha, quien lo único grave que ha sufrido en este tiempo fue, precisamente en el 2017, cuando sufrió de una perforación en la ingle que quedó a milímetros de su arteria femoral.

Ni Pata, ni los otros tres compañeros del ruedo, tiene palabras concretas para explicar certeramente su afición tan grande por desafiar esas fieras, pero los cuatro se declaran incondicionales al frenesí que les produce el clarín, el grito de puerta y la salida del toro a la arena más importante del país: la del redondel de Zapote.