¡A Palmares por aire!

Gracias a un concurso, varios jóvenes llegaron al tope en helicóptero superando presas y tensión

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Cuando las palabras “tráfico” y “Palmares” conviven en la misma oración, se dispara la tensión entre los miles de costarricenses que viven, todos los años, los tradicionales festejos del cantón alajuelense. Sin embargo, siempre hay una excepción: desde el aire, el tráfico tiene una connotación diferente.

Esto lo experimentaron en primera persona varios jóvenes, durante la mañana del jueves 16 de enero, cuando los recibió una sorpresa insuperable: trasladarse a Palmares en helicóptero, como solo políticos y magnates pueden (dado que el costo de una hora en este medio de transporte asciende a más de $1.000).

La oportunidad la brindó la marca de licor Smirnoff, que organizó busetas a Palmares desde distintos puntos de San José, en las que se encontraban varios premios fortuitos.

Quienes los encontraban, se podían bajar en Hacienda Espinal (en San Rafael de Alajuela) para tomarse algunas bebidas y eventualmente subir a la nave.

Varios vuelos se efectuaron durante las horas de la mañana, y cuenta el piloto Roberto Aguilar que los gritos eran propios de alguna atracción del Parque de Diversiones.

Claro está, aunado a la experiencia de viajar en una de las máquinas más eficientes y avanzadas de la historia, está también el hecho de que los pasajeros ya estaban bien fogueados en eso de ingerir alcohol, lo que probablemente elevó la potencia del rugido lanzado a 150 pies de altura.

Un equipo de La Nación tuvo acceso a una de las aeronaves. El modelo R66, con la placa TI-BFI, despegó del suelo a las 2:04 p. m., y 15 minutos después ya había aterrizado en el Polideportivo de Palmares, a 600 metros del campo ferial, ¡y eso que había tráfico (según los controlistas)!

Antes de despegar, Aguilar movía las perillas de la nave con una cadencia artística. A la vez, se comunicaba con los controladores, quienes le brindaban coordenadas.

La dirección adecuada es el oeste, pero, por el viento, el despegue vertical debía hacerse hacia el norte.

Toma diez segundos para que el helicóptero alcance la altura deseada. Antes de despegar, los sonidos de las hélices y el motor se asemejan al feedback de una guitarra eléctrica. Ahí empiezan las palpitaciones fuertes. Diez segundos después, el sonido se inmuta frente a la realidad: es un pájaro gigante que transporta a cinco personas a una velocidad moderada, maravillas de la vida moderna.

El pájaro vuela sobre las asoleadas copas de los árboles y sobre pastizales de profundo verdor. Los techos de las casas reflejan la luz del Sol. Lagos y ríos parecen pinturas de museo, y las carreteras se dibujan como las venas del paisaje. Desde el aire, todo se observa con perspectiva; desde arriba, el mundo no tiene defectos.

Una vez que se acerca al centro de Palmares, el helicóptero sobrevuela el área en el que se celebra el tope.

Otra vez, la foto es colorida y viva. Poco se pueden imaginar los pájaros que allá, debajo, donde la gravedad es ley, la imagen no es tan satisfactoria: entre estiércol de caballo y una multitud impasible, el tope siempre se vivirá mejor desde los aires.