Sinfonía alpina: El caleidoscópico clamor de la montaña

Motivos y sentidos: Nos adentramos en la Sinfonía alpina , de Richard Strauss, elocuente poema sinfónico de 1915

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Música para ser vista

Hay dos formas de disfrutar la Sinfonía alpina , de Richard Strauss. Una: no ocuparnos de lo que “dice”, “narra”, “describe”, y gozarla como música pura, meras formas sonoras en movimiento. Dos: dado que el compositor se tomó el trabajo de redactar un puntilloso programa en el que explicita lo que cada una de las 22 secciones de la obra evoca, escucharla siguiendo el texto, y procurar así justipreciarla más plenamente. Ambas son correctas. Podemos explorar una tercera: oírla unas cuantas veces, vírgenes de referencias externas y, luego, escucharla programa en mano, deslumbrándonos ante la elocuencia con que Strauss da forma musical a mil tópicos extra-musicales.

“Pintar” con la música: tal era su sueño, y por eso compuso poemas sinfónicos (obras descriptivas y programáticas) y óperas (la música ilustra los afectos y embrollos de los personajes). La Sinfonía alpina , como su hermana, la hilarante Sinfonía doméstica , es un poema sinfónico disfrazado de sinfonía.

La montaña y la eternidad

Strauss era un infatigable caminante. De los de antaño. Para él, como para Montaigne, Nietzsche y Beethoven, la caminata era una zambullida en la poesía del entorno, y una experiencia filosófica y creativa. Recorrió varias veces los Alpes bávaros. Tanto los amó, que hizo construir una casa en Garmisch Partenkirchen. Ahí murió, el 8 de setiembre de 1949.

Fue en su morada alpina donde decidió esperar a “aquella que no ha de faltar a la cita” (Machado). Strauss adoraba las montañas: “en ellas puedo capturar esas aladas criaturas: las melodías” –solía decir, parafraseando a Nietzsche–. Durante una de sus juveniles excursiones a los Alpes se perdió, y sobrevivió por milagro a una tormenta como la que recrea en su Sinfonía alpina .

Strauss amaba su villa en Garmisch Partenkirchen; la perspectiva sobre los valles y las cimas le hacía entrever la eternidad: su sensibilidad era panteísta. La blanca inmensidad de los Alpes le proponía una prefiguración de la infinidad. Strauss contemplaba el paisaje estáticamente, como si saborease ya la arcana latitud que habitaría después de la muerte, esa a la que se asoma en sus testamentarias Últimas cuatro canciones para soprano y orquesta.

El compositor alpinista

En su Sinfonía alpina , Strauss recrea una jornada de once horas en los Alpes: desde antes del amanecer, hasta la puesta del sol y la noche. ¡Tremenda aventura! Estos son los episodios ilustrados en la música: Noche. Amanecer. Ascenso. Entrada al bosque (sensación de recogimiento, canto de los pájaros, cornos de caza). A lo largo del torrente. La cascada (maderas, cuerdas y arpas). Espesura y maleza. El glaciar: ¡paraje peligroso! La cima (reminiscente del tema de la naturaleza en el poema sinfónico Así habló Zaratustra ). Perspectiva (sonoridades irisadas). Elegía (misterio y expectación). Calma que precede a la tormenta: crispación, amenaza latente. Tormenta (desencadenamiento de la percusión y las máquinas de viento y de truenos). Descenso (de manera ingeniosísima, cada uno de los temas de la ascensión es re-expuesto en orden inverso y en forma retrógrada; esto es, de atrás hacia adelante). Puesta de sol. Epílogo (recapitulación de los recuerdos del viaje). Noche (idéntico tema del comienzo).

Como en la Pastoral de Beethoven, la Fantástica de Berlioz y las sinfonías Dante y Fausto de Liszt, Strauss se sirve del género para describir, narrar, evocar. La sinfonía y la novela son las hijas mimadas del siglo XIX: macro-narrativas, macrocosmos, epopeyas, “novelas-río”, universos enteros que se estrujan en un libro o una partitura. Aunque la Sinfonía alpina –último poema sinfónico de Strauss– es de 1915, su estética y su retórica no podrían ser más decimonónicas. Sus cuatro movimientos corresponden a los puntos de articulación del viaje: Salida , Ascenso , En la cima , Descenso , pero al sucederse sin ruptura de continuidad, resulta difícil identificarlos. Es más interesante escuchar la sinfonía siguiendo los episodios puntuales que ritman la aventura.

Una orquesta monstruosa

El aparato orquestal es teratológico: ¡140 músicos! Violines, violas, chelos, bajos; dos flautas, dos flautines, dos oboes, un corno inglés, un heckelfón (oboe de sonido grave, inventado en 1904, y ya usado en las óperas Elektra y Salomé ), cuatro clarinetes (el cuarto es clarinete bajo), cuatro fagots (entre ellos, un contrafagot); ocho cornos, cuatro trompetas, cuatro cornos, seis tubas (incluidas 2 tubas bajos), seis timbales, bombo, platillos, triángulo, redoblante, Glockenspiel, tam-tam tocado por tres percusionistas, máquina de viento, máquina de truenos, dos arpas, celesta, órgano. Tras bambalinas, 12 cornos, dos trompetas y dos trombones. Strauss incluye un rústico cencerro, ya convocado por Mahler en sus sinfonías Sexta y Sétima para generar una atmósfera de bucolismo. El compositor propuso una versión reducida (100 músicos, órgano excluido).

Alguien criticó la obra diciendo que era “música de cine”. Cinéfilo empedernido, Strauss apreció inmensamente la observación. Para la escena “de la tormenta”, el oyente hará bien en amarrarse a la butaca: ¡de lo contrario podría ser arrebatado por las ráfagas!

Vivaldi en Las cuatro estaciones , Beethoven en su Pastoral , Chaikovski en su obertura La tempestad nos regalaron tormentas impresionantes; qué duda cabe. Pero la de Strauss es la madre de las tormentas: conozco un teatro que sufrió daños estructurales por la magnitud del fragor (no bromeo).

Una metáfora de la vida

Richard Strauss ocupó cargos oficiales como compositor durante el Tercer Reich: ¡Ay, “la larga noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz! Empero, execraba la guerra, no apoyaba al régimen nazi y salvó a varias personas de los campos de concentración. Su nuera y sus nietos eran judíos, como lo eran también su entrañable amigo Stefan Zweig y su libretista favorito, Hofmannsthal.

Cuando la guerra plegaba su torva ala membranosa sobre Europa, compuso la ópera Día de paz : un conjuro contra el inminente Armagedón. Otro bello gesto: al día siguiente de la capitulación alemana, regaló el manuscrito de la Sinfonía alpina a la Biblioteca Nacional de París. Es un tributo al pueblo francés, grávido de significación: la sinfonía atraviesa su “guerra” –la tormenta–, pero reencuentra la paz y la beatitud del número final. Ese manuscrito era para Strauss algo preciado, entrañable, literalmente, un pedazo de su ser.

En mi sentir, el itinerario climatológico y topográfico de la obra no es otra cosa que una metáfora de la vida, concebida como periplo, ascenso, ápex… y el inexorable descenso de la senectud. A pesar de su estética naturalista, tengo para mí que el ser humano es el verdadero protagonista de la Sinfonía alpina .

En concierto

En su VII concierto de la Temporada Oficial, la Orquesta Sinfónica Nacional interpretará la Sinfonía alpina , de Strauss, así como el Concierto para violín de Felix Mendelssohn, que tendrá como solista a Bella Hristova. ¿Cuándo? Viernes 24 de junio, a las 8 p. m., y domingo 26 de junio, a las 10:30 a. m., en el Teatro Nacional.