Noches sin luna son idóneas para recolectar tintes de calidad

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En Talamanca, la artesanía ya no se hace como antes. Un proyecto de cooperación entre Costa Rica y Bután le ha hecho ver a sus pobladores que sus creaciones pueden dar a conocer su cultura y tradición a todo el mundo.

Precisamente, la iniciativa promueve la artesanía como un medio para generar empleo e ingreso económico en familias que están en desventaja social, como es el caso de los indígenas.

Para lograr este objetivo, las artesanas compartieron con miembros de la organización Puni Gakhil Handicrafts, de Bután, país situado en el sur de Asia.

“Vimos que en Bután la artesanía es muy respetada y es parte de la cultura. En cambio, en Costa Rica se tiende a ver la artesanía como un suvenir. Lo que queríamos es que nuestra artesanía tuviera ese valor agregado que tenía la proveniente de Bután”, comentó Andrea Matarrita, de Fundecooperación, una de las organizaciones gestoras del proyecto.

En este sentido, las costarricenses cuantificaron el costo de los materiales, las horas de trabajo y el esfuerzo que les tomaba realizar sus jícaras, tambores, canastas y hamacas.

Eso les permitió mejorar el proceso de producción y elevar los estándares de calidad.

El valor de la cultura. Las artesanas empezaron a ver cómo eso que hacían cada vez que tejían o labraban, algo que para ellas es tan cotidiano, daba más valor a sus obras.

“Antes, la artesanía se usaba en las ceremonias y todo tenía un propósito. Por ejemplo, las maracas se usaban para purificar los huesos cuando alguien moría. Por eso las maracas no podían faltar en una casa indígena”, dijo Juana Sánchez, indígena bribri del clan Yëyëwak.

Las jícaras también eran usadas en rituales fúnebres. “Cuando una persona fallecía, se ponía agua de barro al lado del cadáver. Se creía que eso ayudaba al espíritu cuando tiene sed y le permite avanzar en su camino”, añadió.

Asimismo, el valor de la artesanía está dado por la forma como se hace. En sus comunidades, el conocimiento se transmite de adultos a jóvenes.

“Las mujeres enseñan a las niñas y los varones a los niños. Las mujeres se dedican a hacer bolsitas, canastas y jícaras. Los varones hacen maracas, hamacas, arcos y flechas, tambores”, dijo Sánchez.

También, lo valioso se encuentra en los materiales. Todos vienen de la naturaleza, algo que se deriva de la misma cosmología indígena. Esto incluye los tintes.

“Usamos el azul de mata, el ojo de buey y el achiote. Usualmente se usan para teñir las bolsas, pero ya empezamos a usarlos en las canastas. De ahí tenemos colores como azul, negro y café. Otras plantas nos dan colores como verde musgo”, dijo Gloria Mayorga, indígena bribri del clan Loriwak.

Es más, los tips de producción envuelven de significado cada pieza de arte.

“Para saber cómo conservar el color tuvimos que preguntar a las abuelas. Ellas nos dijeron que hay que recolectar las plantas y semillas de los tintes cuando ya no hay luna, en una noche oscura. Ese es el tiempo”, dijo Mayorga.

Lastimosamente, la pérdida de biodiversidad ha limitado las fuentes de donde pueden conseguir los tintes. “Tanto veneno y tanta contaminación terminaron de extinguir los caracoles”, manifestó Mayorga.

Antes, según la indígena, sus abuelas salían a la playa a buscar unos caracoles conocidos como culcuma. El caracol segregaba una sustancia que servía para teñir. “Daba un color moradito, muy bonito”, dijo Sánchez.

“Y, por supuesto, que los caracoles se devolvían a la playa”, agregó Mayorga.

Hoy, sus creaciones relatan esas historias al mundo.