Gabriel García Márquez y sus desencuentros con el cine

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Carolina Sanabria csanabriacr@yahoo.com

María Lourdes Cortés es una figura destacada en la producción cinematográfica; y, desde su dirección en Cinergia, demuestra su dominio también en la escritura ensayística, como lo ha constatado con sus libros anteriores, que le han merecido premios. Con el reciente libro, Amores contrariados. Gabriel García Márquez y el cine (México: Ariel, 2015), Cortés ha alcanzado un logro entre los poquísimos especialistas del país dedicados a los estudios críticos: la publicación a cargo de una editorial del prestigio de Planeta. Con este libro obtuvo el Premio de Ensayo de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano

Lo mismo que sus trabajos anteriores, Amores contrariados tiene el mérito de ser de suma novedad en medio de la abrumadora cantidad de estudios que se han publicado en torno a Gabriel García Márquez. Lo novedoso en este caso es que gira en torno a una faceta poco conocida de un autor tan versátil: las relaciones con el lenguaje fílmico. Es que, tratándose de ficción, lo que une al cine y a la narrativa es el hecho de contar una historia.

Este libro es la plasmación de una dimensión del escritor colombiano que ha quedado opacada por su escritura: su interés y su incursión en el quehacer cinematográfico. Es decir, Cortés no se limita a sistematizar, con la rigurosidad que la caracteriza, las múltiples adaptaciones de los textos de ficción de García Márquez, sino también su relación desde niño y desde los inicios de su carrera periodística durante los años 50.

Ese interés se retomaría con su posterior acercamiento en Roma al Centro Sperimentale di Cinematografia, donde recibió formación en escritura de guion y pudo contactarse con importantes directores latinoamericanos: Birri y Gutiérrez Alea, por ejemplo.

Sin embargo, aunque en 1961 viajó a México, su experiencia como guionista fílmico no llegó a consolidarse, con excepciones de trabajos bien hechos, como la opera prima de Arturo Ripstein, Tiempo de morir (1965), junto con un también desconocido Carlos Fuentes.

Así fue hasta que llegó Cien años de soledad , definido por el propio García Márquez –como cita la autora– como la venganza contra el cine. Desde entonces, las adaptaciones de sus novelas y relatos no se harían esperar, como da cuenta lo que Cortés misma llama “el nuevo boom de Gabo en la pantalla”: el período en que realizadores de todas partes del mundo –desde los periféricos hasta los de la gran industria hollywoodense– se verían tentados a adaptar sus relatos con resultados disímiles.

Aparte de las experiencias como guionista y antes crítico de cine, el recuento de filmes es un trabajo de corte comparatístico exhaustivo y puntilloso, como caracteriza la ensayística de Cortés. Ella demuestra un vasto conocimiento de la obra de García Márquez así como de sus adaptaciones al cine y a la televisión.

De algún modo, esa trayectoria –sumada al aprendizaje y los conocidos y amigos de Italia y México– habría de derivar en el principal aporte del autor colombiano a la imagen móvil: la fundación, en 1986, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, donde impartiría talleres a estudiantes de América, África y Asia.

Allí se han formado cineastas, como la costarricense Hilda Hidalgo, en una feliz coyuntura –un evento nacional– en la que obtuvo los derechos para adaptar Del amor y otros demonios (2010).

La autora pone en relación el texto escrito con el fílmico desde un balance que integra los aportes de cada lectura fílmica –incluso las más débiles–, pero dando constancia cabal de su existencia y su riguroso análisis comparativo con el texto literario.

En esa dinámica, Cortés desmiente un viejo lugar común: que el conjunto de adaptaciones son de una calidad inferior. Se parte así de la falsa premisa de considerar la supremacía de la letra (por consiguiente, la inferioridad de la imagen) y del texto de García Márquez, quien está indefectiblemente destinado al fracaso por ser de un autor de una prosa tan avasalladora.

Con el análisis de algunos filmes, María Lourdes Cortés demuestra que eso no sucede indefectiblemente, y lo hace con argumentaciones y con una prosa ágil, que no riñe con un discurso ricamente documentado. La interrogante que se abre entonces no se adelantará aquí para que al lector corresponda averiguarla.