Cuento: Una aventura con la Cegua, el Cadejos y la Llorona

Justin Vargas Fallas obtuvo el primer lugar de sexto grado en el concurso Mi Cuento Fantástico con este relato

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Autor: Justin Ramón Vargas Fallas

Escuela: La Angostura (Puriscal, San José)

Docente: Jorleny Sánchez Campos

Amanecía sobre el pequeño pueblito. Como todas las mañanas, Ángelo se levantó de prisa para ir a la escuela. Ese día estaba muy ansioso porque entregarían los resultados de los exámenes, él sabía que no había estudiado y desde ya pensaba cómo se lo explicaría a su mamá. Tomó rápido el desayuno y salió de casa sin siquiera despedirse de su madre y su hermana. Cuando recibió los resultados de los exámenes tomó una decisión: huiría de casa hacia un lugar donde nunca lo encontraran.

Al salir de la escuela se internó en un bosque y caminó hasta el anochecer. Buscó entonces un claro cerca del río, recogió ramitas secas y con el encendedor que llevaba en el salveque hizo una fogata. Pensaba en lo triste de estar solo esa noche, cuando de repente vio acercarse a un enorme perro negro con los ojos rojos que arrastraba pesadas cadenas.

Al verlo, Ángelo exclamó: – ¡Pobre perrito, seguro tu dueño te echó a la calle!

El perro dijo con voz potente: – ¿Acaso no sabes quién soy, no sientes terror al verme?

Ángelo gritó entusiasmado –¡Qué bueno, un perro que habla! Te adoptaré e iremos por todos los pueblos para que todos sientan envidia; yo, el dueño del único perro parlanchín.

Realmente confundido, el Cadejos reclamó: – Yo no soy un perro, soy el Cadejos. Cuando era joven era humano como tú, pero no me gustaba obedecer, me emborrachaba y andaba de fiesta en fiesta. Un día le falté al respeto a mi padre y él me maldijo. Por eso debo arrastrar estas pesadas cadenas por toda la eternidad… ¿Cómo es posible que no me conozcas? ¡Todos en Costa Rica me conocen!

Pues no –contestó Ángelo–, nunca escuché nada de ti.

En ese momento, un lamento desgarrador se escuchó cerca del río. Una mujer con su ropa hecha harapos se acercaba lentamente gritando – “¿Dónde está mi hijo?” –, buscando desesperadamente en las turbias y torrentosas aguas del río.

Ángelo corrió hacia donde estaba la mujer y tomándola de la mano le dijo: – Señora, tranquila, yo tengo un celular, debemos llamar al OIJ y ellos nos ayudarán a encontrar a su hijo. Pero, ¡qué barbaridad con usted!, ¿cómo dejó que su hijo jugara solo cerca del río?

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La mujer, enojada, le gritó: – Chiquillo insolente, ¿cómo se te ocurre decirme esas cosas? ¡Deberías estar a punto de un ataque de pánico! Yo soy la Llorona. En mi juventud fui una humilde campesina, vivía feliz entre vacas y cultivos, pero un día me fui a trabajar a la ciudad y ahí empezó mi tragedia. Enloquecí y arrojé a mi hijo recién nacido al río; ahora estoy condenada a buscarlo por toda la eternidad. Yo soy popular en toda Costa Rica, ¿cómo es posible que nunca hayas oído de mí?

Bueno, lo de Llorona apenas le queda -comentó, burlonamente, el niño-, porque llora bien feo. Pero ni que fuera la Tica Linda para que todo mundo la conozca.

¡Tica Linda es la que viene por aquel trillo-, interrumpió el Cadejos con un tono de sarcasmo.

Ángelo volteó hacia un pequeño trillo iluminado por la luna y observó una mujer que se acercaba. Tenía un vestido blanco lleno de vuelos y encajes, su cabellera larga y sedosa revoloteaba con el gélido viento nocturno.

Al llegar donde estaba el niño, este pudo observar su cara y soltó la risa diciendo: – ¡Ay muchacha, usted de verdad que necesita ubicarse, vea que vestirse para Halloween en pleno agosto!

¿Halloween, qué es eso? –dijo la mujer–. Soy la Cegua, yo me aparezco a los hombres mujeriegos que andan solos en la noche y les enseño mi horrible cara de caballo. No siempre fui así, era la mujer más hermosa de Cartago, pero mi vanidad me llevó a recibir este castigo de vagar por los caminos buscando hombres solos.

¡Qué triste! ¿Entonces siempre está sola?–, preguntó Ángelo.

Sí, todos huyen de mí–, respondió la Cegua entristecida.

Bueno, ya que vamos a estar aquí los cuatro por un rato, cuéntenme esas historias por favor–, dijo Ángelo, ansioso de saber más de sus tres nuevos amigos.

Se sentaron todos alrededor de la fogata y cada uno contó su historia. Le describieron la Costa Rica de antaño, con sus casitas de adobe, caminos de piedra, ríos de agua cristalina y gente sencilla que compartía en familia.

La Llorona lanzó un suspiro y exclamó: – Ya sé por qué este niño no nos conocía… ya nadie tiene tiempo de compartir con sus familias. Antes, alrededor de los fogones se contaban las historias, las leyendas y los sucesos del día. Ahora nadie comparte. Anoche pasé cerca de una casa y los niños estaban con un aparatito en las manos, cada uno en lo suyo, mientras sus padres estaban muy ocupados para conversar con ellos.

Quieres decir que nos han olvidado–, gimió el Cadejos .

Creo que es una realidad –dijo la Cegua entre sollozos–, estamos condenados a morir de la memoria de Costa Rica.

Ángelo sintió compasión de aquellos misteriosos personajes y, a la vez, un sentimiento de culpa embargó su corazón. Su madre estaría preocupada por su desaparición, ella trabajaba muy duro para que él y su hermana estudiaran y no les faltara nada. En ese momento decidió regresar a su hogar.

Caminaron los cuatro juntos hasta un claro cerca de su casa, se despidió de sus nuevos amigos y les prometió no olvidarlos jamás. Al regresar, su mamá lo recibió con besos y abrazos, él le prometió ser el mejor de los hijos.

Desde ese día Ángelo, al llegar de la escuela, ayudaba a ordenar la casa, hacía sus tareas y estudiaba con empeño, para que su mamá tuviera más tiempo para compartir. En la escuela, Ángelo organizó un club de rescate de leyendas y con obras de teatro les mostraban a todos las bellas tradiciones de Costa Rica.

Por las noches, cuando la luna alumbraba su ventana, recordaba melancólico la aventura de terror que vivió con sus amigos la Cegua, el Cadejos y la Llorona.