Crítica de teatro: 'Drácula'

El montaje es la sumatoria de los lugares comunes del horror

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En 1897, Bram Stoker publica Drácula, la novela epistolar que marca el nacimiento del más mediático de los vampiros. Sustentado en el mito de los muertos que regresan y en la idea del poder vital de la sangre, el monstruo de Stoker ha hecho de las suyas en una infinidad de películas, historietas y videojuegos.

Luis Carlos Vásquez asume el reto de poner en escena a un personaje tan conocido, a partir de la verbosa dramaturgia de Deaney y Balderston (1924). El texto pronto se estanca en las interminables especulaciones de Van Helsing, Seward y Harker. La trama avanza con una parsimonia que, a duras penas, se agiliza con las entradas de Reinfield o del mismísimo conde. Esto, sin embargo, no es lo más problemático.

El esfuerzo de reconstruir el universo ficcional de Stoker no prospera porque Vásquez se adhiere a una serie de clichés que, sin pretenderlo, transforman el espectáculo en una parodia de sí mismo. Un vampiro con acento rebuscado, mujeres erotizadas por seres malignos y un lunático con camisa de fuerza pudieron inquietar las mentes del siglo XIX. Hoy, tales variaciones del horror resultan anacrónicas, por no decir pueriles.

El diseño escenográfico cae en la misma trampa al proponer –como espacio principal– un salón victoriano con vista a castillos transilvanos del medioevo. Arcos góticos y un par de gárgolas completan el cuadro. El resultado es la versión kitsch de una casa de los sustos de feria en la cual, además, hay risas malignas, candelabros titilantes, neblinas perpetuas y un esqueleto. Solo faltó un sirviente con joroba llamado Igor.

El gusto por el lugar común se extiende a la construcción de personajes. Drácula, por ejemplo, es un atildado noble con aspiraciones de gigoló. Su rigidez corporal, ¡la capa! y las manos –a modo de garra– me sugirieron una malograda síntesis de Max Schreck (Nosferatu) y Gary Oldman (Drácula de Bram Stoker). De hecho, en la pelea del vampiro contra Van Helsing, el público se rio debido a la artificialidad de la escena.

A Lucy le ocurre lo mismo cuando reacciona a ciertos conjuros. Sus espasmos sobreactuados desataron las carcajadas de una platea que ubicó el suceso en el registro de la comedia. Esto es grave porque expone el manejo limitado de las claves del horror –por parte de la dirección– y el despiste de la actriz al ignorar los contrasentidos que está produciendo.

Lo más sugestivo, pero desaprovechado del montaje, es el ensamble de fantasmas. La habilidad física de los cuatro intérpretes sugiere la inquietante idea de cuerpos que se contorsionan hasta el límite de lo posible. Esa irrupción de lo extraordinario se agota en una primera muestra que luego tiene escaso desarrollo. Los prometedores personajes acaban como piezas del decorado.

Drácula evidencia que los monstruos –mal dirigidos– provocan sonrisas y poco espanto. No dudo en celebrar el éxito financiero de cualquier proyecto escénico local, pero no puedo sostener que este espectáculo haya triunfado en taquilla por su calidad, su osadía o alguna virtud de forma o fondo. En definitiva, los vampiros caducos y sin fecha de resurrección sí existen.

Ficha artística:

Dirección: Luis Carlos Vásquez Mazilli

Dramaturgia: Hamilton Deaney, John L. Balderston, basados en la novela de Bram Stoker

Traducción: Gerardo Bolaños

Actuación: Francisco Ortiz (Drácula), Silvia Baltodano (Lucy), Pablo Rodríguez (Van Helsing), Elías Jiménez (Dr. Seward), Adriana Salazar (Mucama), Isaac Talavera (Harker), José Víquez (Reinfeld), Karina Moya (Fantasma 1), Katherina Moya (Fantasma 2), Luis Daniel Cubillo (Fantasma 3), Iván Álvarez (Fantasma 4)

Diseño de escenografía: Pilar Quirós

Diseño de video escénico: Tito Fuentes

Diseño de vestuario: Francisco Alpízar Córdoba

Diseño de iluminación: Jody Steiger

Compositor musical: Diego Soto

Asistentes de dirección: Karla Calderón, Juan Carlos Vega

Asistencia de escenografía: Tamara Mauksch Winkler

Asistencia de vestuario: Pamela Gutiérrez

Realización de escenografía: Jorge “Koki” Calderón, Aldo Madrigal

Confección de vestuario: Glenda Silva, Karen Poblete, Sastrería Montes

Pasantía en escenografía y utilería: Ariana Ulloa

Tramoya especial: Manuel Martín

Producción ejecutiva: Steve Aronson

Dirección Ejecutiva: Natalia Rodríguez

Producción: Gustavo Sánchez

Producción de giras: Cristina Bruno

Comunicación: Daniela Fernández

Desarrollo de audiencias: Luis Roversi

Asesoría artística: Jody Steiger

Logística: Alejandra Fernández

Servicio al cliente: Karla Barquero e Ingrid Céspedes

Redes Sociales: Andrey Gamboa

Diseño gráfico: Vanguart Community

Diseño digital: Daniela Ramos

Diseño de sonido: Diego Peña

Técnico de luces y multimedia: Antonio Cordero

Tramoya: Aldo Madrigal

Mantenimiento: José Jaime Espinoza

Espacio: Teatro Espressivo

Fecha: 5 de noviembre de 2017