Chantal Akerman (1950-2015), cine hecho de piel y tiempo

Ecléctica, íntima y rebelde: Chantal Akerman (1950-2015) desafió la norma e influyó en los cines feministas y experimentales

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Chantal Akerman, la cineasta belga recién fallecida , tenía 18 años cuando realizó su primera película. El cortometraje Saute ma ville (1968) nos muestra a una joven, ella misma, llegando a su cocina, el más tradicional de los ambientes. Pronto, el talante combativo que haría de Akerman una de las directoras más influyentes de su generación se apodera de la pantalla. Revienta.

En su debut, Akerman destroza cada ritual de la cocina, poco a poco, con un ritmo cómico que evoca a Jacques Tati y a Charles Chaplin. Es una mujer, una mujer joven, una mujer cineasta; desde esa primera cinta, Akerman anunció una obra consagrada a romper la norma e inventarse su propio lenguaje, no siempre claro, pocas veces fácil y menos aún popular.

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Chantal Akerman (1950-2015) hizo con las reglas del cine lo que hace con la cocina en Saute ma ville : destruir, romper, desordenar, hacer de nuevo –un “rechazo de la domesticidad”, escribe Michael Koresky–.

Akerman lo hizo 40 veces más, a lo largo de una fructífera trayectoria , pionera en el cine feminista y experimental, preocupada por la geografía, la sexualidad y la identidad. Su estilo, marcado por tomas largas y reiteración, resuena en la obra de cineastas experimentales desde los años 70.

En La chambre (La habitación, 1972), cuando la vemos acostada en su cama, mirándonos, no está exhibiéndose, sino retándonos: esta es su intimidad, rebelde, propia, muy propia, ocupando su espacio, moviéndose a su ritmo, haciendo su cine.

Voz viva. La ingobernable realizadora contó muchas veces que su inspiración para hacer cine fue Pierrot, le fou (1965), una de las obras maestras de Jean-Luc Godard que marcaron los años 60 y dieron un vuelco al cine.

La voluntad transgresora y salpicada de color de la película de Godard, repleta de referencias cruzadas a la historia del arte y de la cinematografía, inspiró en Akerman un interés por la violencia contenida en lo cotidiano, así como en esa materia prima del cine: el tiempo.

Akerman tenía 25 años cuando realizó la que quizás sea su obra más influyente: Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles . Por tres horas, vemos a una mujer (Delphine Seyrig) realizar labores domésticas con lentitud exasperante. Prepara la comida, limpia, recibe a hombres que le pagan por sexo, habita el espacio. Ese remolino de repeticiones aumenta en intensidad hasta un clímax brutal, violenta clausura de la vida burguesa.

Con Jeanne Dielman , Akerman se confirmó como pionera del cine feminista. “Hay cineastas que son buenos, cineastas que son grandiosos, cineastas que están en la historia del cine y, luego, hay unos poco cineastas que cambian la historia del cine”, dijo Nicola Mazzanti, quien dirige el Real Archivo Fílmico de Bélgica.

A propósito de una de las películas más prominentes de Akerman, la directora Claire Denis comenta en Libération algo que podría extenderse a toda la filmografía de la belga: “ Je, tu, il, elle ( Yo, tú, él, ella , 1976) es un filme único, para mí. Es extremadamente fuerte porque está hecho con su carne, su piel, su vida”.

Para Denis, Akerman logra poner todo y ponerse en una película, exhibirse como materia y como tiempo, atravesada por una historia que es personal y política. Otro colega, Jonas Mekas, argumenta que Akerman siempre estaba en perfecto control de sus “materiales” y que su claridad de ideas se imponía –críticas comunes al trabajo de la belga son su indefinición y lento avance–.

Así se nota también en documentos de viaje como la nostálgica y penetrante News From Home (1976), una serie de “cartas” personales de su estancia en Nueva York, así como en ese recorrido por los espacios del Hotel Monterey (1972), que recuerda al pintor Edward Hopper en su indagación por la profundidad en la superficie, la intermitencia de la soledad, el vacío en el tiempo.

“Fue mi respiración la que decidió la duración de las tomas”, dijo Akerman a Mazzanti sobre el montaje de Hotel Monterey . Tal compenetración de cuerpo y cine es la metáfora perfecta para explicar la relación entre la corporalidad y su representación visual que logró su cine.

No fue explícita en temas políticos, pero su postura en los márgenes del cine, ajena a la narrativa estándar y a la construcción dramática, fue contundente y radical. Sus protagonistas, mujeres solas, viven existencias restringidas, incluso prohibitivas, en casas solitarias (“hogares” suena demasiado acogedor), pero impulsadas por la posibilidad de otra cosa, otra oportunidad. Lo cotidiano se carga de significado, pero no es fácil asirlo.

Cuando acaba de destruir la cocina, en Saute ma ville , Akerman empieza a limpiar, pero es un acto de limpieza farcesco, acaso más desordenado que la destrucción. Jonathan Rosenbaum ha comparado esta escena con el cierre de Las margaritas (1966), el filme radical de Vera Chytilova en el que dos chicas fingen limpiar tras una hiperbólica orgía de comida y bebida. Arruinada la norma, ¿es posible volver a armarla? En todo caso, ¿para qué?

De talante nómada, Akerman también dedicó parte de su obra a recorrer espacios como el sur estadounidense, el este de Europa y México. Una trilogía de documentales ( D’Est , 1993, Sud , 1998, y Del otro lado , 2002) son testimonio de su ojo acostumbrado a la paciencia. Desvelan, con pausada resignación ante el dolor, la desaparición y el abandono.

Inquieta, probó la comedia musical en Golden Eighties (1986) y la comedia romántica en Un divan à New York (1996).

La última película de Akerman, No Home Movie , sigue siendo controversial. Fue abucheada en Locarno, pero esta semana se estrenó en Nueva York con mejor atención . Se trata de un videoensayo sobre Natalia, madre de la cineasta y sobreviviente del Holocausto. Akerman no atravesaba una época feliz. La mala recepción del filme perturbó más sus emociones; Le Monde informa que Akerman se quitó la vida.

Quizás Akerman siempre sea inescrutable, como parte de su cine. Quizás sea ese silencio perenne el que hizo, de esas imágenes, un paisaje tan vasto, tan rico en detalles. La travesía de su filmografía es una del interior, siempre tímidamente oculto en la superficie de la piel y de las calles.

En el cine de Chantal Akerman, cada mirada a la ciudad o al desierto era el esbozo de una autobiografía monumental.

La cineasta costarricense Natalia Solórzano realizó para Áncora este tributo a Chantal Akerman, inspirada en algunas de sus películas.

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Casa Nueva from Natalia Solórzano on Vimeo.