20 años de ‘El Nica’: el testamento viviente que dejó César Meléndez

Hace dos décadas se estrenó un monólogo sin contenciones sobre las miradas xenófobas que padece un obrero nicaragüense. Más de un millón de personas vivieron y sufrieron con una de las obras teatrales más importantes del presente siglo en nuestro país

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En el Teatro Dionisio Echeverría de Café Britt, en Heredia, hace tan solo una semana, Cristina Bruno tomó la atención para rendir un homenaje a su difunto esposo.

En este escenario herediano fue donde se parió para el Valle Central la obra El Nica, un mítico monólogo en el que el actor César Meléndez solo necesitó una cortina y una imagen de Cristo crucificado para provocar agujeros emocionales inolvidables.

Meléndez, quien nació en Nicaragua en marzo de 1966, tenía claro lo que significaba migrar. Se vino a Costa Rica y la experiencia de llegar a un país con grupos xenofóbicos en contra de su nacionalidad provocó un texto teatral que aún se alaba dos décadas después de su estreno.

Lo que nació de las angustias sufridas por miramientos discriminatorios se convirtió en El Nica, obra escrita en oro dentro de los libros de teatro de la historia costarricense. La historia de José Mejía Espinoza, un obrero de construcción que llegó al país a buscar un mejor porvenir, se convirtió en un fenómeno artístico como pocos.

Han pasado justo 20 años del día en que comenzó esta obra tan vigente y capaz de alcanzar prácticamente todos los rincones del país. Meléndez, junto a su esposa Cristina Bruno con la compañía La Polea, se encargaron de llevar el montaje a todo el país y concientizar sobre las actitudes que han asumido algunos costarricenses con respecto a los migrantes del norte.

Tras su deceso en diciembre del 2016, Meléndez y su obra cardinal no solo se recuerda como indispensable, sino que fija un precedente teatral y social de alto impacto. Más de un millón de personas pueden dar testimonio de aquel evento artístico.

Los orígenes

Meléndez llevaba algunos años de haberse creado un nombre en el ámbito cultural nacional. Se había popularizado por su faceta de cantante, pero el giro hacia las tablas fue inminente.

En 1998, César comenzó a escribir los primeros bocetos de El Nica para sus clases en la carrera de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica. En medio de su proceso creativo, se topó con el texto Yo también soy nica de Rodrigo Soto, publicado un año antes en la sección Tinta Fresca de Revista Dominical.

El actor incluyó extractos de aquel texto para su monólogo y, desde su comienzo, el espectáculo fue potente.

Para esos años, Meléndez conoció a Cristina Bruno, actriz argentina que en esos años trabajaba como maestra de secundaria y quien en poco tiempo se convertiría en su esposa y cofundadora de la compañía itinerante La Polea.

Ella intercedió para que la primera función de El Nica se realizara hace 20 años en el colegio en el que laboraba. “Era muy normal escuchar a los alumnos denigrarse o faltarse el respeto diciéndose unos a otros que ‘no fueran nicas’. Yo se lo comenté a César y me dijo que tenía ese texto, que le diéramos cuerpo para sacarlo a escena y empezar a girar con la obra”, recuerda Bruno.

“César me decía que su abuelo le había inculcado oler la vida, más que mirarla. En ese momento de su vida, ya el canto parecía quedarse atrás. El olor que le daba la vida era hacia El Nica, hacia llevar teatro a las comunidades y hacer bien social”, rememora la actriz.

Del colegio la obra saltó a comunidades periféricas. Territorios al margen de los centros de todas las provincias atestiguaron el montaje durante dos años hasta que César consideró que era hora de llevar la obra a la capital. Meléndez y Bruno participaron en el Certamen de Monólogos y Diálogos, de la Compañía Nacional de Teatro, y resultaron ganadores.

“Ahí fue cuando terminó de popularizarse la obra porque nos hicieron notas para los periódicos y la gente del Valle Central se dio cuenta que existíamos. Eso sí, muchos pensaban que, por el nombre, era una obra para hacer chistes sobre nicas. Llegaban y se sorprendían cuando topaban con una reflexión poderosa. Cuando nos dimos cuenta, teníamos meses en que hacíamos 23 funciones”, cuenta Bruno.

Para el 2002, el dueño de Café Britt, Steve Aronson, planeó crear un recinto escénico, que llegaría a llamarse Teatro Dionisio Echeverría. Meléndez era parte de los tours de café de esa empresa así que, con la relación previa, ambos lograron que El Nica fuera la obra que estrenara la sala escénica.

Para su premier, más de 200 asistentes llenaron el teatro y, al término de la función, todos los presentes ovacionaron de pie a Meléndez por un prolongado tiempo.

“Después pasábamos sold out (boletos agotados), tanto que no aceptábamos reservaciones... La experiencia con César fue el inicio de lo que es ahora el Teatro Espressivo. Fue impresionante”, contó previamente Steve Aronson, fundador de Café Britt.

Además, no solo la rentabilidad le dio relieve al texto de Meléndez, sino que su contenido fue alabado por la crítica. Incluso César llegó a ganar el Premio Nacional de Teatro a mejor actor.

“¡Por fin teatro de verdad! Por fin una actuación poderosa, honesta, sentida. Por fin un texto emotivo, serio, hondo, coloreado con pinceladas de humor risueño. Por fin un autor teatral comprometido con nuestra actualidad. Por fin una obra que alcanza el mayor logro estético del arte dramático: la comunión entre el escenario y la sala, actor y espectador convertidos en una unidad indivisible. ¡Por fin teatro de verdad!”, escribió el crítico Andrés Saénz en su momento para La Nación.

Bruno recuerda entre risas todo el auge de El Nica. Una de sus anécdotas preferidas fue el momento en que tantas personas quedaban fuera de la sala que los guardas de seguridad debían estar atentos a cualquier “colado”.

“Los guardas hacían cambio de turno a las seis de la tarde y muchos no conocían el personaje de César, quien salía muy sucio y despeinado. En las funciones, yo trabajaba en la cabina y por radio le decía: ‘César, mi amor, ya podés entrar’. Una vez le avisé y nada que entraba. ‘Amor, entrá’, y nada que entraba. ¡Bajé las escaleras y vi que los guardas lo tenían amarrado! Pensaban que era alguien que se había colado en el cafetal y no le creían. ¡Tuvo que salir don Steve (Aronson) para que lo soltaran!”, recuerda entre risas.

Semanas después de su estreno, el director y dramaturgo Luis Carlos Vásquez consiguió un espacio en la apretada venta de boletos que se produjo en el Teatro Melico Salazar tras el buen boca en boca que había dejado la puesta en escena. “A mí me gustó mucho, me pareció una obra muy importante para la realidad de la migración nicaragüense. Para ese momento, ya había trabajado anteriormente con César y Cristina, en un montaje que creo que fue uno de sus primeros encuentros. Al ver la obra, supe que dejaba una huella bastante grande”, recuerda Vásquez.

Al igual que el director, la actriz Eugenia Chaverri supo que El Nica venía muy bien recomendada y, tras sus primeras semanas en cartelera, decidió ver el montaje.

“Fue una sorpresa muy fuerte en el sentido que toca un tema muy sensible para todo el costarricense. Es una denuncia poderosa y lo más hermoso de poder decir artísticamente esa situación tan dolorosa es expresarla desde una sinceridad actoral”, comenta la veterana actriz.

Veinte años después, Chaverri confiesa que la impresión que le dio el montaje fue de nota 100. “Era una obra completa, inolvidable”.

El legado

Durante 15 años, y con más de 2.700 funciones, la obra sembró su leyenda. El montaje mutó, pues incluso llegó a alcanzar las dos horas cuarenta minutos de duración, y el mismo público se encargó de construir el texto.

“Cuando empezamos a ir a las comunidades la gente le decía: ‘Uy César. ¿Por qué no agregás a la obra que las hermanas Poll son nicas?’, y él lo hacía. ‘¿Por qué no ponés al nica a comer tortillas?’, y él lo hacía’. Por eso nunca quiso acreditarse que hubo un cambio social en el trato a los nicaragüenses gracias a él. Siempre se lo atribuyó a la gente, al teatro, incluso en los días cercanos a su muerte él siempre negó un homenaje, porque el homenaje siempre debía ser a la gente que iba al teatro”, rememora la actriz.

Kyle Boza, dramaturgo nacional, estrenó en el 2017 la obra Del polvo soy, que relataba la historia de una familia refugiada siria. Su interés en el tema migratorio surgió desde que vio la obra El Nica en su comienzo en la carrera de Artes Dramáticas. “No me suena que la migración fuera un tema tan movido en ese tiempo como lo ha estado en los últimos años. César se atrevió a hablar de las migraciones directas para Costa Rica, las que nos afectan. Se acercó con mucho respeto, con una interpretación única a un tema que no se estaba tocando”, analiza.

Para Tobías Ovares, crítico de teatro en La Nación, El Nica es uno de los montajes imprescindibles en la historia contemporánea de las artes escénicas. “Siempre fue una obra viva, siempre estuvo alimentándose del contexto. Nunca perdió esa frescura, esa actualidad, no por hablar del tema sino por decirnos en la cara a los costarricenses con pretensiones de superioridad que debíamos ubicarnos. Tuvo una valiente actitud desafiante”, comenta Ovares.

Desde hace un año, Bruno reimaginó El Nica e hizo su propia versión de la obra, llamada La Nica. Antes de salir a escena, la actriz pone la foto de César en el escritorio y se sienta a hablar con él. Se viste con su misma camisa y botas, y no deja dudas de que El Nica sigue viviendo.