Crítica de cine: 'Colosal', el otro yo del monstruo

Aunque no lo parezca, hay filmes sin pretensiones que resultan visionarios desde sus tramas: "Colosal" es uno.

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Por tramos, cuando uno va descifrando los códigos narrativos de la película Colosal (2016), dirigida por el español Nacho Vigalondo, sentimos que la trama se burla de uno, porque nos enrumba o despista por un lado o por otro. Acepto que me ha encantado el juego y que está muy bien llevado.

Nacho Vigalondo es también autor del guion; por eso mismo, solo queda responsabilizarlo de aquellos pecados del filme que muchos críticos le encuentran o, por lo contrario, del calificado tono extravagante que otros le elogiamos. Pareciera que no hay medias tintas.

Con 40 años de edad, Nacho Vigalondo no es otro que Ignacio Vigalondo Palacios, según dice el acta de nacimiento. Su primer largometraje se titula Los cronocrímenes (2008), presentado en el Festival de Sitges.

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Colosal comienza con pinta de drama familiar, con la muchacha joven y bonita que se pasa de fiestera y de birrera, lo que le trae problemas con el novio. Ella se llama Gloria y, con Gloria, vemos un buen trabajo de la actriz Anne Hathaway, quien la encarna. No sucede lo mismo con Dan Stevens, de mala actuación como el novio.

El asunto es que uno cree que vamos hacia un drama sobre el alcoholismo, aunque sin esperar moralina alguna, más si se sabe cómo es el cine del cantábrico Vigalondo. Un día, Gloria agarra sus ropas y se marcha hacia su pueblo natal.

Allí se reencuentra con Óscar (aceptable trabajo del actor Jason Sudeikis). Son amigos desde la infancia y cuyo tema (la infancia compartida) comienza a puntuar, pero también a desaparecer. Óscar tiene un bar, le da trabajo a Gloria y con otros dos amigos cada noche beben cerveza hasta emborracharse.

Pareciera aquí que estamos ante un drama sobre la vida rural en Estados Unidos. Luego, Gloria comienza a imaginar cosas, con tremendos desvaríos de la memoria, hecho que se repetirá con Óscar, más violento. En este momento pensamos en un thriller de onda psicológica.

Es cuando las noticias comienzan a informar de la aparición de dos bichos enormes, monstruos que de manera metódica hacen estragos en Seúl. Eso es al otro lado del mundo. Un bicho es como Godzilla, algo así, lo que en el cine japonés llaman "kaiju"; el otro una especie de robot gigante agringado.

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¿Ustedes creen que les he contado mucho de la trama del filme? Pues no, son solo puntalitos, porque todo lo que aquí les he contado tiene que ver entre sí. ¿Esa trifulca de cosas? Sí, ese entrevero y más es el tejido de un buen filme, realizado con cuidado y sin incoherencias según del mundo o universo allí narrado.

Lo mejor es ver cómo lo humano del filme logra imponerse al juego de efectos visuales, o sea, al revés de lo que sucede con la industria de Hollywood, que chorrea en serie –pero no en serio–filmes con monstruos, robots enormes y similares.

Con Colosal, antes de hablar de destrucciones por culpa de transfórmeres, mazíngeres, alienígenas, godzilas, endriagos y cuanto bicho quieran agregar, Nacho Vigalondo se adentra y estudia la capacidad de autodestrucción del ser humano, tan corporal como las bestias de Seúl. Hay una relación directa.

Lo leí de alguien: Colosal es película que rompe estereotipos y lo hace con distintos puntos de su relato como con distintas expresiones visuales. Agrego: si la película se presenta como un dilema sobre la conducta humana es porque esta es el dilema mismo, el dilema prototípico. No se pierdan este filme, no creo que dure mucho en cartelera.