Los reos tuvieron un día de película

El cine se instaló en la cárcel. Los reclusos del Puesto 10, de La Reforma (San Rafael de Alajuela), vieron ‘Presos’, filme costarricense que ellos protagonizaron

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“Diay vea, la verdad, yo me sentí un poquillo más gente. Con palomitas, jugo y todos los compas aquí es como si hubiera estado en Terramall o una vara así, ¿A qué si bichillo? Ayyyy”. Sin duda, Alberto Madrigal estaba muy emocionado; él fue uno de los 1.200 privados de libertad que vieron la cinta Presos ayer, en el conocido Puesto 10, de la cárcel de La Reforma.

Madrigal no compró las entradas por la web, no tuvo palomitas con caramelo ni la opción de pedir un combo agrandado.

En chancletas, camiseta de tirantes y una gorra desteñida, Madrigal vio la nueva película del cineasta Esteban Ramírez en un caluroso y empolvado gimnasio, muy lejos de “los lujos” que ofrece su muy anhelado Terramall.

Eso sí, él estaba feliz y sus ‘compas’ también.

Con el apoyo, talento y motivación de los convictos –tal como lo recuerda Ramírez cada vez que puede–, Presos se filmó en el corazón de cárcel y, por eso, había que cumplir una deuda con los colaboradores: mostrarles la cinta para que los presidiarios la vieran, gozaran y aprobaran.

“Hasta hoy, que la ven todos ustedes, está completa mi película”, dijo Ramírez en un tono conmovedor y, de inmediato, recibió un baño de aplausos.

Chifladas y gritos. No sin antes piropear, chiflar y todo lo que se puedan imaginar a unas 10 chicas que llegaron al penal con la comitiva del Gobierno y de la Universidad Nacional, todos los presos estaban listos para empezar la función.

A las 10 a. m. y con los gritos de “¡suelo, suelo!”, comenzó la peli.

Ansiosos por verse en pantalla, el gimnasio explotó en gritos a los cinco minutos de iniciada la proyección.

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El alboroto lo causó una escena en la que varios privados de libertad salen despavoridos por la cárcel. Corren porque una campana les avisa que es hora de ir a cazar el desayuno.

Los presos comenzaron a verse en el espejo, reconocerse en la pantalla; eran las estrellas y, para algunos, era un sueño.

“Uno nunca piensa que va a tener una oportunidad de actuar en una película y mucho menos en la cárcel. De verdad, estoy sorprendido de salir en este filme”, dijo Jorge Leitón, quien hace cuatro años está recluido y sale como extra en la cinta.

Cada vez que uno de los ‘compas’ aparecía en la cinta, todo el lugar despertaba en un sonoro coro de gritos, bromas y palabras que no cualquier mortal puede entender: son jerga del lugar. Las vaciladas eran constantes, pero sin ánimo de “basurear a nadie”.

“Esooo... miren a Gordo Puro, que pinta de hijoe...”, “ay bichillo, toda; está volando papi...” decían a todo pulmón. Pegar el color era la consigna y lo conseguían como expertos.

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Hasta los custodios, algunos con varios años de trabajar en La Reforma, salieron choteados por este particular público. Muchos no lo saben, pero los ‘del palo en la cintura’ son personajes odiados y también queridos.

No todas las bullas fueron para vacilar a alguien, conforme avanzó la película, algunos personajes del filme fueron despertando antipatías. Uno de ellos fue el novio de la protagonista –Emmanuel (Daniel Marín)–, tanto que un preso lo llamó “cara de mier...” por tratar mal a la estrella femenina, Victoria (Natalia Arias).

“Ahhhhhhhhhh, pobrecito”, exclamaron en tono sarcástico al mirar cómo lloraba Emmanuel en una de las secuencias más cortantes del filme.

Curiosamente, minutos después se volvió a escuchar un sentido “ahhhhh”, pero esta vez era un lamento real de toda la tropa del Puesto 10. En una requisa recreada en la película, le cazaron ‘la piedra’ (droga) y un chuzo de celular a uno de ellos.

“Qué madre”; no temió en decir, arrugando la cara, un espigado recluso.

Como era de esperarse, los besos y una escena íntima descontrolaron las hormonas; un grito de “¡Sexo, sexo!” retumbó sin pena por allí y luego por allá.

Cuando salía Victoria, los ojos de muchos reclusos parecían abrirse más e iluminarse.

¡Pra, pra, pra! Ni el sexo pudo despertar tantas pasiones como un delito puesto en la pantalla grande. Un robo en la película hizo delirar a la audiencia.

“¡Pra, pra, pra. pra!, resonó en el caluroso gimnasio, una onomatopeya incomprensible para cualquiera, pero con todo el sentido para ellos.

“Es complicado de explicar, pero ‘pra, pra, pra’ es como decir tuanis, salió la vuelta. ¿Ya? ¿Me entiende?”, aclaró un convicto que no quiso ser identificado.

Y así, con mucha atención, la cinta fue seguida hasta que el hambre de unos tantos rompió la relativa tranquilidad. La escena del desayuno se hizo realidad en la propia función.

En fila india, varios reclusos salieron del gimnasio en busca de la preciada comida. Les tocaba almuerzo y había que ir por el sustento, aunque eso les costara perderse el desenlace del filme.

Sin embargo, la mayoría se mantuvo en sus asientos. Ellos fueron testigos del final, el incomprendido final.

“Diay, ¿qué pasó? ¿Eso fue todo?”, exclamó extrañado un presidiario barrigón.

Muchos rostros y ademanes demostraron que muchos pensaban igual en la gradería, así fue hasta que los aplausos generalizados callaron cualquier duda o inquietud sobre el epílogo.

Ayer no valía enojarse, era obvio que, a pesar de todo, la cinta les había gustado.

“Director buena, muy buena, la película. Se pasó. Pero te llevaste todo el ‘huevo’ con esa peli, ¿verdad? ( risas )”, le dijeron a Ramírez, mientras otros lo despedían como si fuera una especie de héroe.

Tanta fue la confianza y cercanía con el cineasta que, con algunos “cuentillos”, hasta aprovecharon para pedirle la ‘bendición’, es decir, una platilla.

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“La cinta refleja mucho lo que vivimos aquí; es como un espejo para nosotros, de cómo vivimos y de cómo debemos comportarnos. Ojalá la sociedad comprenda nuestras necesidades y que también somos seres humanos”, afirmó Nixon Gordon, conmovido por la película.

Con ese sentimiento, los presos regresaron a su agobiante rutina diaria.

El día de película había terminado y, aunque no fue en Terramall, el encanto de ir al cine simplemente los había tocado.

“Di mae, estas varas son tuanis. Ojalá las hicieran más. Uno se distrae mucho”, agregó Gordon.

Estaban felices y la razón es sencilla: cine es cine, con barrotes o sin barrotes.