Hazel Miller: emprendedora, partera y amiga del Caribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Se llama Hazel Miller, pero todos la conocen como Misan. Llegó a Puerto Viejo a sus 24 años, acompañada de su marido. Su apodo es heredado de su padre.

“Mi padre era de Bluefields, Nicaragua, y todos en el pueblo lo llamaban Mr. Sam y a mí, por ser su hija, me empezaron a llamar Miss Sam, que luego solo fue Misan”, contó la mujer en mekatelyu ; habla poco español.

Con 81 años, arrastra cientos de historias sobre la época en la que fue la persona encargada de traer al mundo a los niños que nacían en Puerto Viejo.

“Yo hacía eso y nunca cobre un solo centavo porque ese era un don que Dios me dio; no soy enfermera”, dijo Miller.

Curiosamente, una de sus hijas se convirtió en obstetra.

Por muchos años, doña Misan –como le llaman todos– tuvo la soda más visitada en el pueblo. Su cuchara conjugaba la tradición caribeña con la experiencia de cocinar por tantos años.

De esa soda, solo queda el recuerdo, pues debió cerrarla hace unos años para descansar y dedicarse a su familia.

Muchos turistas –nacionales y extranjeros– aún preguntan qué pasó con la famosa soda Misan.

Suerte. Ella considera su llegada al Caribe Sur como un golpe de suerte.

“Cuando vivía en Nicaragua, una vez llegó un tipo costarricense, le dijo a mi padre que buscaba una mujer buena y hermosa para casarse y me lo presentaron. Él se enamoró de mí, pero yo no de él”, relató Miller entre risas.

No obstante, aquel hombre perseveró y envió un dinero para que ella viajara a Costa Rica y, tras comentarlo con un par de amigas, Miller tomó sus cosas y emprendió un viaje sin regreso.

En el Caribe Sur de Costa Rica echó raíces. Allí, tuvo a sus hijos, los vio crecer, compartió con su esposo hasta que falleció y ahora atiende y disfruta a plenitud a sus nietos. “Cuando quedé viuda tuve que pensar qué hacía con mis hijos y empecé a vender pan en el comisariato del pueblo”.

“Jamás me arrepentiré de venir a Costa Rica, esa fue mi suerte”, concluyó Misan.