De una monja a Nolan, un patín de siempre

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Empecé a seguir a Batman poco antes de perseguir, y atrapar, a una monja pues juraba que ella era el encapotado.

La anécdota la recuerda mi madre –yo era demasiado niño– como si hubiese sido hoy: aún no se le va la pena que pasó al explicarle a la monjita el por qué su chiquito la abrazaba feliz y decía: “¡Es Batman, es Batman!

También puedo decir que el enmascarado arruinó mi vocación de boxeador (lo primero que quise ser en mi vida, para horror de mi mamá y alegría de mi papá): no le pude pegar, como debía, al punching-bag que me regalaron para una Navidad pues tenía el dibujo del justiciero gótico.

El asunto, entonces, viene desde lejos y el patín con el hombre murciélago me acompaña desde casi toda una vida (que ya empieza a ser larga).

Aquel Batman de Adam West, con “llantitas” y capota violácea –color típico de la psicodelia de los años 60– me capturó y, como le pasó a muchos otros, fue la puerta de entrada al universo de ficción de Ciudad Gótica.

El naive Batman de la serie de televisión –realizada en clave de comedia pop– fue una especie de kínder para mí.

Las tres películas de Cristopher Nolan están en las antípodas de aquel encapotado y estas son una especie de estudios de posgrado.

Entre aquella serie y esta trilogía, mucho ha llovido.

Leyenda. De un personaje con casi 73 años de existencia, se pueden decir muchas cosas, se pueden contar tantas historias...

Nolan decidió adentrarse en el alma de Bruce Wayne, el atormentado multibillonario que decide disfrazarse de murciélago y partirles la cara a los mafiosos y archicriminales de Ciudad Gótica, cada noche.

La trilogía fue impecablemente construida y queda claro el cómo y el porqué alguien con más plata que Steve Jobs y Bill Gates necesita hacer lo que hace.

Nolan nos deja memorables momentos, vividos intensamente en horas en la oscuridad de un cine; queda una caracterización sobrecogedora del Guasón, a cargo de Heath Ledger; nos hereda un héroe revigorizado a los seguidores de la franquicia y de los cómics (historietas, decimos los viejitos).

Sin embargo, el mejor legado de Nolan a la leyenda del Caballero de la Noche fue rescartarla del abismo en el que lo lanzó la torpeza de Joel Schumacher con la mediocre Batman para siempre y, sobre todo, con Batman y Robin que nunca debió filmarse.

Mucho más que el comisionado Gordon, Lucius Fox o el fiel Alfred, Nolan le salvó el pellejo. Por ese “detalle”, como fan de Batman siempre le estaré agradecido.

Pude ver el final de la trilogía, algo por lo que esperé alrededor de un año, cuando vi el primer tráiler de la película. Nolan cumplió su palabra y entregó una épica conclusión de la saga.

En medio de mi alegría cinéfila, una sombra: no pude evitar el pensar en las 12 personas que murieron a manos de un desgraciado por el único pecado de ir a ver una película de su superhéroe favorito. No suelo rezar, pero espero que ellos y sus familias alcancen la paz.