Crítica de música: Pasión absoluta... ¡o nada!

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“Si un amor no puede más que todo, entonces, ¡no vale nada!”.

La noche de este viernes, esa fue la declaración inicial del magnánimo compositor y músico argentino Gustavo Santaolalla, ganador de dos premios Óscar por sus creaciones e intérprete que, a sus 62 años, sorprende con su energía, picardía e irreverencia.

Y es que para el líder de Bajofondo, madura agrupación con músicos suramericanos, el tango es pasión absoluta y dejarse descontrolar por los sentimientos o... si no, no es nada del todo.

Su concierto así lo evidenció. Imagínense toda la intensidad y fuerza de un berrinche adolescente tras el castigo de unos padres que no le permiten estar con su persona amada o, quizá, el enojo que nos produce un idiota que por irresponsabilidad casi atropella a un niño que cruza la calle. Sí, ahí, ¿siente una incontenible punzada en el estómago? Ahí mismo, en la fuerza de uno de esos sentimientos primigenios y absolutos está la esencia del tango.

No bromeo al decir que Bajofondo, aunque adereza su tango con otros géneros como el bolero son y, por supuesto, los beats de la música electrónica, es un buen ejemplo. Sus músicos lo saben; a cada uno de ellos hasta se les podían ver las venas de la cara mientras tocaban o cantaban. Parecían niños en un playground musical, jugando a cambiar tonalidades y métricas y, de paso, dándose caderazos o jupazos entre ellos al ritmo de la batería o los glissandos .

Sin atriles. Casi dos horas de concierto de memoria. De por sí, no habrían podido leer las partituras con semejante bailongo on stage .

Está claro que la técnica musical es lo que menos les importa o, más bien, habría que decir que ellos tienen sus propios cánones de lo idóneo. Así, por ejemplo, el violinista Javier Casalla (todo un personaje en escena) usaba el llamado soporte del violín ad libitum : a veces sí y a veces no.

Casalla se movió tanto en el escenario que, en un par de veces, el staff de audio tuvo que ingresar a colocarle de nuevo el cable al violín. Eso dejó en evidencia que sí, claramente en varias obras hubo playback , pero eso no era algo que les preocupara ocultar ni al público, importar. Aunque hubo quejas porque el alto volumen no permitía distinguir cada instrumento, cuando hicieron coros a capela, dio la impresión de que quien estaba manejando no era un principiante.

Con lo que si hubo un poco de lío fue con las imágenes que se proyectaban tras el compositor uruguayo Juan Campodónico. En algún momento, la luz impidió distinguir el audiovisual y hasta hubo una caída del equipo que usó la ingeniosa Veronica Loza para controlarlo.

Cada quien tenía su favorito. Unas, la mayoría, disfrutaron con total alevosía el paisaje musical y visual del DJ y compositor Luciano Supervielle.

Para otros, fue más bien el bandoneonista Martin Ferres quien atrapó sus miradas.

Para mí, fue Santaolalla. No deja de sorprenderme que este sea el mismo músico del que se dice que nunca aprendió a leer partituras. ¡Qué maestro y qué alegría tiene!

Está claro que estamos frente a un grupo de músicos de alto calibre y que se conocen profundamente. Si hubo pifias, un par de cejas levantadas y sonrisas de complicidad entre ellos, las dejaban en evidencia, pero también hubo un arrebato de pasión. Un público que salió usando la cabeza como metrónomo así lo confirmó.