Crítica de cine: ‘Una pistola en cada mano’

Tipos al desnudo Comedia con drama

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He aquí un título atractivo para una película que pinta bien, pero hasta ahí, porque pudo haber sido mejor filme, ¡claro que sí!

Es película española titulada Una pistola en cada mano (2012), dirigida por el catalán Cesc Gay.

Todo comienza cuando un tipo sale llorando a la calle y se encuentra con alguien que, a primera vista, no lo reconoce. Son viejos amigos y entre ellos ha de surgir el diálogo a todas luces predecible: sobre cómo la vida los ha tratado.

Ellos platican de sus vidas desde un único referente: el masculino. Esto marca el estilo del filme y de las siguientes historias. Veremos a ocho hombres en crisis de identidad cada uno, según códigos varoniles. Son hombres a quienes la vida se les cae por algún lado.

Asumida cada historia como si fuese trozo de un pastel, Una pistola en cada mano no es, de manera exacta, un cine coral. En ningún momento de su desarrollo, las historias se cruzan. Al final, lo que se tiene es un encuentro de personajes, no todos, pero no hay vidas cruzadas. Filme coral no es.

De esa manera, l a película no es más que la suma de relatos cortos y cada uno apunta a mostrar situaciones al filo del borde mismo , con protagonismo masculino, pero que son relatos en el orden de lo cotidiano: me pueden suceder a mí como a usted, estimado y paciente señor lector.

El director Cesc Gay se preocupa por contar bien cada historia (el total anda por poco más de la hora y media). Digamos que narra con esmero y sin contradicciones, como el artista que maneja bien los colores de una pintura. El problema es que le falta calado, tanto en los diálogos como en la mostración de los hechos.

Dicho de otra manera, cada historia es una especie de cuadro costumbrista con evidente falta de dinamismo dramático. En cada cuento, cuando todo parece llegar a su mejor punto, de pronto, ¡plas!, finaliza y viene el siguiente. De cuento a cuento solo se tiene música como único encadenamiento.

De esa manera, la música se convierte en cierre precipitado de una historia y en obertura de la siguiente. Con ese tratamiento, queda el sinsabor de que algo falta por narrar o de que algo debía ser mejor masticado.

Una pistola en cada mano debe su título por ver a los hombres como sujetos que van al encuentro de la mujer como al asalto de su sexo, bien armados. Sin embargo, también muestra distintas historias de abandono y de engaños, donde el hombre no es del todo el victimario.

El filme busca el tono de comedia verbal. Desde ahí, los dilemas se plantean y resuelven a punta de diálogos: son coloquios tras el buen humor (a mal tiempo, buena cara). Lo logra, pero a la película le pesa su cobarde carácter teatral, o sea, la pérdida de un lógico estilo más cinematográfico. El lenguaje fílmico se reduce mucho a planos así o asá de rostros.

Es cine verbal, más bien verborrágico, y con buenas actuaciones, aunque más dignas de un escenario de teatro. Esto hace que el filme se sienta más largo de lo que es. ¡Cómo hablan los hombres, caray! Tal vez ese sea el mejor chiste, pero, con él, la “peli” es cada vez menos buen cine. Sin recomendación.