Cristina Smart: la nostalgia de un puerto que el tiempo transformó

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Con su voz baja, Cristina Smart, de 90 años, recordó aquel Puerto Viejo que conoció hace tantas décadas y ya no existe más.

“Antes, la vida aquí era más tranquila; no había tanta gente en la calle”, explicó Smart.

En el Puerto Viejo de doña Cristina no había personas de todas partes del mundo caminando descalzos por la calle o las playas.

Tampoco había turistas en bicicleta de aquí para allá, o cientos de negocios a la orilla del camino ofreciendo comida de las más variadas nacionalidades.

Eran otros tiempos. Solo existían, según la mujer, el comisariato del chino León y la pulpería de don Clinton.

Nacida en playa Cocles en 1923, es una de las personas más queridas en el pueblo y respetada, ya que fue parte importante de la fundación de Puerto Viejo y comunidades en los alrededores.

Sentada a la cabecera de una mesa y con ayuda de uno de sus 12 hijos, Smart contó cómo sacó adelante a su prole rallando cocos y haciendo aceite de coco para vender en el pueblo.

“Para hacer un galón de aceite, necesitábamos 50 cocos, aproximadamente”, aseguró.

Con el fin de realizar la complicada tarea de rallar los cocos, tenía las manos laboriosas de sus hijos.

De su madre –de origen hondureño–, doña Cristina aprendió el oficio de curar males con plantas medicinales.

En el pueblo es recordada por eso y por los deliciosos panes que cocinaba.

“Ahora, solo cocino el almuerzo y para no perder la costumbre”, confesó con una risa tímida.

Su piel oscura esconde su edad, no parece tener 90 años.

Camina despacio y con un poco de ayuda; sin embargo, es totalmente independiente y aún ayuda en las tareas del hogar.

En su mente también están los episodios que marcaron hitos en la comunidad, los mismos que recuerdan sus amigos de pueblo: el primer bus, los primeros turistas, el cambio del cacao por el turismo y el “burrocarril”. También viajó en las embarcaciones Santa Elena, Alfa y Moderno, encargadas de llevar y traer personas de Limón.

Ahora, doña Cristina disfruta su vida con plenitud y calma, con esa satisfacción que solo da el deber cumplido.