Zapping: Los amigos no mienten

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“Vea Stranger Things”, me dice hace unas semanas Víctor Fernández, quien es uno de mis mejores amigos y bueno, también mi jefe.

Ambos somos fanáticos de las series y el cine, cuando coincidimos en gustos hartamos a los vecinos de escritorio diseccionando lo habido y por haber, dentro y fuera del set, lo que de fijo se vuelve algo un tanto empalagoso y enfermizo a los oídos de los que no están en el ride pero obviamente, no nos importa.

Sin embargo, cuando antagonizamos la cosa es igual. Lo tengo harto con la espectacular Club de Cuervos (primera serie mexicana de Netfix y que ha sido un éxito continental... excepto en Costa Rica, misterio insondable), a la que Víctor no le ha querido entrar, y me da rabia no poder hablarle por horas de las rocambolescas estupideces-genialidades del pinche Chava; de lo enamorable que sería tener un “asistonto” tan entrañable y memorable como “Hugosánchez” y de que, una vez que nos enganchamos, adoptamos no solo al equipo de fútbol, sino también a la ciudad que lo alberga, la gloriosa Nuevo Toledo, un pueblo que se las tira de metrópoli, en alguna parte del norte de México y que, aunque no existe en la vida real, alberga a miles que desde Club de Cuervos y para el resto de la vida, seremos “nuevotoledanos” de hueso colorado. Por ahora, tengo esa batalla perdida con Víctor Fernández. Lo siento mucho por él.

“Vea Stranger Things”, me dice Marco Quesada, quien es otro de mis mejores amigos y bueno, también mi hijo.

--“Sea majadero”-- le dije hace un par de semanas. -- “A mí me gusta que me mientan bien. No me gusta la ciencia ficción y esas lactaderas inexplicables, mucha pereza”.

Entonces Marco, que al igual que Víctor se ha resistido a unirse al glorioso team #ClubDeCuervos, me dijo las palabras mágicas: “Ma, si usted ve Stranger yo veo Club de Cuervos”.

Entonces, le entré a la serie de Netflix que tiene enloquecido a medio planeta. Le di una oportunidad después de un primer capítulo que no logró atraparme. Después... después es un viaje sin retorno. Es una absoluta genialidad que nos induce, sin que nos percatemos, a personajes, situaciones, sentimientos, vértigo, susto, miedo, adrenalina y ternura, todo en la misma licuadora. El sábado en la madrugada terminé la segunda temporada sin poder dejar de llorar; el domingo no hice más que buscar todo lo referente a los actores --desde los adorables mocosos, por Dios, qué es esta chiquita Eleven (Millie Bobby Brown, TODOS queremos adoptarla, tiene al mundo netflixniano de cabeza) hasta los veteranazos de fin de siglo pasado y los otros talentos desconocidos que ahora son parte de nuestras búsquedas diarias en Google a ver en qué están (como el inigualable Dustin --Gaten Matarazzo--, cuyo hechizo es comparable con el que nos produce Eleven).

Dicho lo dicho, y con harto cuidado de no matarle el ride a nadie con spoilers, rescato una de las frases emblema de los chiquillos de la espectacular serie: “Los amigos no mienten”.

Suena idílica, porque todos mentimos en mayor o menor cuantía. Pero cuando de Club de Cuervos o Stranger Things se trata, es un hecho que se comprueba al 100%: “Los amigos no mienten”. Que lo diga otro de mis mejores amigos, Jeaustin Campos, exfutbolista y hoy director técnico del Blooming de Bolivia, quien era un caso perdido porque si se sienta frente a la pantalla, habitualmente es para ver fútbol o deportes. Con él sí lo logré a duras penas, pero una vez que se enganchó a Club de Cuervos la terminó en dos toques. Los amigos no mienten.

Ahora tengo otro reto en ciernes: Ignacio Sánchez Cantillano, experto --entre otros temas-- en producción audiovisual, me confesó durante una de las entrevistas recientes que le hice con motivo del estreno de su primera película en cine, Buscando a Marcos Ramírez, que había empezado con Stranger Things y la abandonó exactamente en el mismo momento que la aborté yo la primera vez que lo intenté.

Este martes estuve con él --también uno de mis mejores amigos, desde hace más de 20 años-- y le di no sé cuántos argumentos para que retome Stranger Things. Solo que a Nacho no le dije la frase mágica, se la reitero por aquí, si yo le digo que tiene que verla, es porque tiene que verla. Porque, nunca tan válido como en este contexto: los amigos no mienten.