‘Yo no maté a mi esposo; él trajo el arma a la cama’

Estadounidense había sido absuelta, por duda, en enero del año pasado

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“Él trajo el arma a la cama; él la trajo”. La expresión se repite en los labios temblorosos de la estadounidense, nacida en Brasil, Anne Maxin Patton, de 43 años.

“John la trajo”, insiste al recordar la madrugada del 8 de enero del 2010, cuando su esposo, el estadounidense John Felix Bender, de 46 años, murió a causa de un balazo en el cuello, en el cuarto piso de una costosa residencia, en una finca en Florida de Barú de Pérez Zeledón.

Por esa muerte, Patton se sentará nuevamente desde hoy ante los jueces en San Isidro de El General pues un Tribunal de Apelación anuló en agosto pasado la primera sentencia en la que fue absuelta, en enero del 2013.

A criterio de dicho tribunal, no hubo una correcta valoración de las probanzas ni de las inconsistencias del relato de la imputada. Tampoco se consideraron algunas características de la escena.

La versión de Patton sobre lo que pasó aquella madrugada es hoy la misma que sostuvo ante los jueces: su esposo se suicidó. Para la Fiscalía y la Policía Judicial, en cambio, la muerte fue homicida.

Al contar lo ocurrido, insiste en que ella forcejeó con su esposo para arrebatarle el arma, pero la pistola se disparó.

“No fue un accidente, porque él vino a la cama con el arma lista a disparar. Si yo hubiera intentado pararlo o no, él se hubiera matado aquella noche. Que yo lo maté; absolutamente no”.

Patton padece de trastorno bipolar y de la enfermedad de Lyme (infecciosa, causada por una garrapata y que ocasiona daños en varios órganos). Estudió Literatura, viste de negro y usa bastón.

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El viernes recibió a La Nación en un apartamento en Escazú, y contó su historia.

El refugio. “John y yo nos conocimos en 1998 en Virginia (Estados Unidos). La conexión fue inmediata; él me explicó el amor que le tenía a Costa Rica y el sueño de hacer un esfuerzo para la conservación del ambiente. Yo compartí ese sueño. Yo estaba recién diagnosticada de bipolaridad y esa fue otra de las cosas que teníamos en común.

”Fue impactante ver a alguien que podía hacer tanto dinero, pensar en hacer algo trascendental por el ambiente”.

En aquel momento, Bender era inversionista en bolsas de valores de Estados Unidos.

Dos semanas después, unieron sus vidas y Patton empezó a trabajar con su compañero.

Se casaron seis meses más tarde y vinieron a Costa Rica a buscar el lugar donde construirían el Refugio Boyacarán. Conocieron a quien sería su abogado y fiduciario en el fideicomiso que crearon para adquirir las propiedades. En marzo del 2000, la pareja se mudó permanentemente a Costa Rica.

“Dos días después de que llegamos, John tuvo un derrame, que gracias a Dios no dejó nada permanente. Empezamos a bajar el ritmo del trabajo anterior”.

Patton asegura que sus vidas cambiaron un año después, cuando fueron atacados por unos policías corruptos ticos que habían sido contratados por un estadounidense, quien tenía una demanda contra Bender. Ese caso fue a juicio.

Para protegerse, compraron armas y obtuvieron permisos de portación.

En octubre del 2004, se terminó de construir el refugio.

El disparo. Las noches anteriores a aquella en que “John trajo el arma a la cama”, la depresión de él había aumentado. “Estaba en una depresión mucho más profunda que cualquiera que habíamos enfrentando antes”, dice Patton.

La muerte de una gata y un ave lo hacían pensar que no había logrado proteger a los animales. Además, su fiduciario le aseguraba que había poco dinero, narró Patton.

“Me decía todos los días: I want to kill myself (quiero suicidarme). Hablaba de tomar pastillas. Yo lo vigilaba y pensaba que lo que necesitábamos era llegar al final del día y despertar al próximo.

”Esa noche me alisté para ir a la cama y bajé mi nivel de atención porque él estaba normal. Se acostó y estaba diciendo cosas en voz baja y comentó algo como que quería que yo supiera cómo era despertar con un muerto.

”Cuando escuché esto abrí mis ojos y él tenía un arma apuntando a la cabeza. Me puse de rodillas en la cama y me lancé para agarrar el arma. Agarré las manos de él, me caí en la dirección del centro de la cama, y no sé exactamente cómo pasó, pero el arma se disparó”.

Justicia. Hoy, Patton se dice económicamente “quebrada”, y espera terminar un proceso contra su exabogado para cambiar de fiduciario y reabrir el refugio.

Afirma que con ayuda de familiares y amigos, todavía paga a los empleados pues su esposo les prometió un empleo para siempre.

Afronta una causa por contrabando de más de 3.000 joyas que fueron halladas en su casa de Pérez Zeledón.