Cenizas del Turrialba reviven la erupción del Irazú de 1963

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En la memoria de muchos costarricenses quedó grabada aquella emergencia de 1963, con la erupción del volcán Irazú.

Hoy, con la caída de ceniza en el Valle Central producto de la actividad del volcán Turrialba, aquellos recuerdos volvieron al presente.

Al igual que hace más de 50 años, las calles, aceras, plantas, techos de casas y demás están cubiertas de ceniza, una situación que no es ajena a la memoria de Manuel Loaiza, Ana Monestel y de Myriam Naranjo.

Ellos tres narraron cómo vivieron (posiblemente de adolescentes, niños o adultos jóvenes) la erupción del Irazú.

Pañales al horno:

Doña Myriam tenía 25 años cuando despertó el Irazú. Ella era vecina de Cristo Rey, al sur de San José. Al escarbar en su memoria encontró anécdotas dignas de registrar.

Cuenta que el Irazú erupcionó al momento en que criaba a uno de sus tres hijos y que la ceniza que alcanzó al Valle Central la obligó a buscar una manera de secar las mantillas de tela que usaba con su recién nacido.

"Lavaba las mantillas y las ponía al horno para que se secaran. Cuando ocupaba hacer mandados, dejaba al chiquito en la cuna y yo con pañuelo en la cabeza, anteojos y sombrilla salía de la casa", recuerda.

Ella dice que el comportamiento de la gente en aquel momento no distaba del actual. "Le pasaban los dedos a los vidrios de los carros. La gente barría los techos y el gobierno compró barredoras para limpiar las calles", contó.

Con la actividad volcánica de este jueves en el Turrialba, a doña Myriam le preocupaban sus plantas.

"Tenía ganas de regar las plantas, pero mejor no lo hice porque se pega más la ceniza a las hojas y me las puede quemar", contó esta vecina de Tibás.

Fútbol bajo la lluvia de ceniza:

La pasión al fútbol no se detuvo con la erupción de Irazú en don Manuel Loaiza, ni en su grupo de amigos. A pesar de tener en aquel momento 30 años, el entonces vecino de Cinco Esquinas de Tibás, recuerda con gracia las mejengas que se armaban bajo la lluvia de ceniza.

"La primera nube que cayó nos tomó por sorpresa. Ya luego solo veíamos hacia la misma dirección y decíamos: viene otra vez (ceniza). Aquí en la ciudad se mantenía la normalidad. Recuerdo que jugamos un domingo en Moravia bajo la lluvia de ceniza y al patear la bola se levantaba el poco de ceniza", contó.

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Don Manuel también dice que los dueños de casas quitaron los bajantes de las canoas, para que la ceniza no las taqueara, aunque los cielorrasos de algunas familias sucumbieron debido al peso del fino material.

"Yo trabajaba en una fábrica de telas y nos afectaba enormemente la ceniza. Teníamos que mantener todo tapado y las máquinas cubiertas", recuerda este señor de 80 años.

Como en la playa:

Anita Monestel tenía cerca de siete años cuando el Irazú registró su erupción de 63. Ella estudiaba en la escuela Ricardo Jiménez Oreamuno en San José.

Cuando Anita abandonaba el aula, debía equiparse con algo más que su bulto: debía cubrir con pañuelo la cara y el cabello, mientras que a su paso, la ceniza convertía la blusa blanca a gris.

"Era impresionante ver en las calles la fina ceniza acumulada y a uno de pequeño le daba la impresión de estar en la playa. Hoy que nos tomó por sorpresa la llegada de la ceniza que trajo el volcán Turrialba, fue algo divertido recordar cuantos años habían transcurrido para volver a pasar por esa experiencia", comentó curiosa.

El Arenal es su recuerdo:

Víctor Murillo no tiene recuerdos de la caída de ceniza producto de la erupción del Irazú. Pero en su memoria hay imágenes del impresionante y furioso despetar, como él mismo llamó, del Arenal, el 29 de julio de 1968.

"Desde el pueblito donde vivía, Venado de San Carlos, observaba los enormes hongos grises oscuros, casi negros, que se elevaban sobre el macizo de aquel que los vecinos confiados llamaban el "cerro Arenal".

Don Víctor recuerda que el "espectáculo" inició a las 7:50 a. m. de un lunes. "Muy pronto el cielo se oscureció al punto de que la 'noche' regresó pronto. La violencia de las explosiones hacían vibrar las paredes de las casas, y eso que Venado se hallaba a 12 kilómetros del volcán", reseñó.

Él dijo que aquellas escenas no se compararon con las que recuerda del día después. "Desde la 1 p. m. y hasta casi las 7 p. m., arrojó toneladas de ceniza, arena y enormes piedras cuyo choque en el aire emitía destellos fácilmente visibles para los 'espectadores'. Por supuesto, que la 'noche' se adelantó y los animales domésticos hicieron lo propio que el instinto les mandaba ante la ausencia de luz natural".

"El Arenal continuó confirmando en los días siguientes que había salido de una prolongada siesta, que causó casi un centenar de muertes y causó graves daños en un radio de alrededior de kilómetros al oeste", concluyó.